Hace unas semanas, se llevó a cabo el Concurso Cervantes, donde se premió a los escritores más destacados que se inspiraron en una obra de Francisco de Goya:

Saturno devorando a su hijo

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En ese momento, no pude participar porque la musa llegó muy tarde. Ahora, por fin acabada, les presento la reflexión que me dejó dicha pintura:

Los padres ven a sus hijos como sus diminutas golosinas. Sin preocupaciones, ellos pueden arrancar, triturar y masticar sus delicados cuerpos hasta saciarse. Aunque realmente nunca están satisfechos, su hambre no tiene límites. Mordisquean la voluntad de su descendencia, aplastando sus sueños, hasta dejarlos extenuados. En ese momento, la ilusión de poder que viene dada por el rol que desempeñan, llena sus cabezas huecas. Cuando alcanza el punto máximo de expansión, los ojos sobresalen de sus órbitas además su mirada se pierde, ya no hay alma detrás de esos seres. El ambiente se torna pesado y quejumbroso, no pueden pensar claramente, ya que, están deleitándose con el sabor a sueños e ilusiones triturados de su prole.

Piensan (erróneamente) que al engullir esa carne suave y tierna regresará la pureza o quizás la frescura a sus vidas. Pieles manchadas, rugosas y caídas por el peso de las arrugas desean que el tiempo no las hubiese embestido con su fuerza implacable. Claman tan desesperadamente por la juventud perdida que comenten atrocidades en su nombre. Qué tontas ovejas, sólo siguen al rebaño, sólo hacen lo que les enseñaron. En su primavera también fueron devorados por sus progenitores; unos más que otros, pero todos presentan cicatrices.

El paso de la edad permite desechar sueños imposibles o temerarios, pues la imaginación se desvanece gradualmente hasta la vacuidad. Al intentar llenar ese espacio de nuevo, el hambre de ilusiones aparece, asolando la gran esperanza de sus pequeños sucesores. Mientras más tragan, más desean sentir ese poder que brinda la tristeza de otros, el poder de ser un Dios. Cuando ya no pueden controlar a sus hijos sienten el peso de su cuerpo y sus decisiones en picada. Eso, les produce una metamorfosis que los transforma en seres hoscos con mirada torva, peores de los que eran antes. Siguen afirmando que la sabiduría que poseen es incomparable, que su visión del mundo es la correcta y cualquier otro camino es erróneo. Se ahogan en su orgullo desmedido, mientras su prole intenta nadar, dando brazadas agigantadas para alejarse del remolino que los llevará a una muerte lenta y dolorosa. Con todas sus fuerzas, se alejan, trazando su propio sendero.