En la esquina del pequeño pueblo, justo frente a la plaza está ubicada la zapateria de Zulema. Aún no abrió al público, pero desde el banco de madera se puede ver su silueta excedida de peso. Tiene la mano tomando la cortina semicorrida, el brazo regordete apoyado sobre el vidrio junto a la frente morena. Un dolor recurrente sacude su corazón, es de esos que se llevan durando años, de esos a los que el ser humano intenta acostumbrarse, hacerlo habitual, pero una y otra vez una sombra le recuerda que le duele el alma.
Su madre está el el hogar para ancianos, en las instancias últimas del Mal de Alzheimer. Zulema sabe que el final está cerca, los sistemas físicos de su madre se van apagando, es como si estuvieras en una casa muy muy grande, caminas lentamente por los ambientes y vas cerrando las perillas de la luz eléctrica una por una y al llegar a la última habitación sales de la casa y cierras la puerta detrás tuyo. Todo quedó oscuro y vacío,
La joven mujer cree haberse preparado, su madre se ha ido apagando.
No hay nada que nos prepare para perder la persona que más nos ha amado. Se siente desesperada, ha llamado al médico y aunque en el fondo sabe que no hay nada que hacer, insiste.
Sigue esperando el llamado del doctor, increíblemente ella guarda una esperanza. Quizás porque el ser humano es
negador, ante lo que no puede cambiar. Ella se sostiene allí. Soltó de repente la cortina, un sonido vibró a su espalda, escuchó el teléfono, acomodó su cabellera morena sobre uno de sus hombros y descolgó el auricular.
¿Doctor?- dijo apresurada sin esperar la voz del otro lado.
Una voz femenina la sentó en el sillón como si la empujara. Escuchó en silencio. Su madre había dejado de sufrir.Mónica Ramona Pérez