ETAPA 2--Libro: "El foso del olvido" (Cuando la tragedia esconde una inmensa decepción)

in spanish •  7 years ago  (edited)

ETAPA 2
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mientras con el puño de la camisa que sobresalía de la campera se secaba para aliviar el dolor. Así una voz de mujer se escuchó en el borde del pozo.
-¡ Mi vida estás viva! ¡yo sabía!,
Sus ojos azules miraban incrédulos hacía arriba, no sabía quién era ¡pero iba a sacarla de allí!.
-Tranquila, Clarita, ya viene ayuda, un ratito más y te sacamos.
Se quedó sentada con la espalda apoyada en la humedad de la pared, sentía las incipientes formas cerca del omóplato, todo el pozo estaba cubierto de las salidas de las raíces y el olor a los restos de sus necesidades íntimas en sus jeans. Allí notó esto. Tal vez le ocurrió mientras estuvo inconsciente, no tenía registro del momento en que pasó.
Las voces de unos hombres se oían en el murmullo hasta que se acercaron al borde del pozo. La miraron. Sólo captó su atención uno que usaba un sombrero grande y organizaba la forma de sacarla. Tiraron una soga gruesa con nudos de tanto en tanto y un hombre muy corpulento con bermudas deshilachados comenzó a bajar. Llegó lentamente, la niña lloraba sin parar.
La nombró una y otra vez, ella no respondía. Le dijo quién era él, pero su mirada perdida no hacía foco. Su bienhechor se colocó de cuclillas delante suyo, miró su pierna, mientras una mujer que estaba arriba le gritaba preguntándole cómo estaba la niña. El joven hombre no respondía, solo levantó la mano izquierda con la palma abierta, con el gesto de…¨espera un momento¨. Con su tosco dedo índice corrió con suavidad los mechones de cabello que atravesaban la hermosa carita sucia lastimada, los raspones se veían con un principio de infección. La tranquilizó, con delicadeza puso sus manos debajo de los bracitos como para levantarla, ella lo abrazó sujetándose del cuello, pues comprendió que él venía a salvarla. En el acto los dolores de su cuerpito se intensificaron por el movimiento. Lloraba muy suave, calladamente, su instinto de salvación funcionaba a pleno.

El hombre grande tomó a la niña, hizo que se prendiera de sus hombros haciéndola apoyar en su espalda, con sus piernas trataba de aferrarse a la gruesa cintura de su héroe. Comenzó a subir la soga, cuatro hombres levantaban los dos cuerpos jalando con fuerza, mientras la mujer que se asomaba lloraba desconsolada.
Al fin estuvieron afuera del pozo. La joven abrazó a la pequeña. Revisó de un vistazo el cuerpito maltratado de la niña, olía mal, sus heces se traspasaban los pantalones. Ella había comprendido del dolor y el miedo que habría sufrido todas esas horas en ese foso.
-Cariño, dime que te duele-
Ella solo la miraba incrédula de estar viva. La mujer la tomó en sus brazos, apretándola contra su pecho y comenzó a caminar en dirección de donde venía un vehículo de doble cabina. Subió al asiento de atrás, del lado del conductor de la camioneta verde que manejaba Julián, su esposo. Al acomodarse inclinó un poco el cuerpo hacia adelante y presionó con una mano el hombro del joven, pues él había sacado del pozo a su pequeña.
-¡Clarita, amor mío!
-¿Soy Clarita?- dijo con voz débil, casi lejana. Tenía mucho hambre y sed.
-Así es querida… ¿no recuerdas tu nombre?.
Movió la cabeza rubia de un lado al otro negando, luego dijo:
-No, ¿quién eres?

  • ¡Soy tu mamá!- dijo llorando desconsolada al ver las secuelas de la caída.
    Melissa abrazó otra vez a su niña con fervor. Durante el trayecto hasta la casa iba asumiendo que no recordaba nada y mucho menos la razón que la llevó a caer en ese lugar. Hacía contacto visual con Julián por medio del espejo retrovisor de tanto en tanto, con las miradas ambos reconocían lo que estaba pasando. La llevó apretada tratando de sentir ese otro cuerpo.
    -¡No recuerda nada Julián!... ¡nada!
    -Déjala, no debes presionarla- respondió el héroe de las dos, dándoles calma.
    La madre se conformó pensando que todo pasaría pronto. Cuando la pequeña conviviera con su familia y sus cosas más queridas, recordaría.
    La bañó, mientras le hablaba contándole su historia para ver si lograba que volviera a recordar, pero al ver la mirada perdida entre sus palabras, sus lágrimas corrieron silenciosas por su piel blanca y tersa. Entendía que el trauma experimentado por Clara se había llevado su corto pasado.
    Melissa Randallo había tenido a Clara con Néstor Moreau, un joven estudiante de medicina con el que estuvo de novia por corto tiempo. Al quedar embarazada la relación empezó a tambalear, la juventud y la inseguridad no acompañaron la noticia de la llegada de un nuevo ser. Decidieron llevarse de acuerdo en la crianza de la niña pero entre ellos se terminó la relación de pareja.
    Cuando Clarita tenía tres años Melissa conoció a Julián Dovíco, con quien se casó poco tiempo después. Julián acompaño el crecimiento de la niña con responsabilidad, era un joven trabajador y creativo que se dedicaba al desarrollo inmobiliario con un socio que era arquitecto llamado Sandro Mecheri. La situación económica era difícil pero su entusiasmo e imaginación eran muy fértiles.
    Los días iban pasando y los recuerdos no llegaban a la mente de Clara, su madre se resignaba a la situación. De a poco le fue inventando una vida nueva, siempre le contaba anécdotas de cuando era más pequeña, pero de todos modos asimilaba que para Clara su vida había comenzado en el momento que salió del pozo aquel terrible día, cuando Julián después de haberla buscado junto a ella durante un día y medio, la dejó en sus brazos.
    No era fácil aceptar que su hija no se acordara de ella, sus familiares y conocidos tuvieron que sumarse sin pensar a que recordara a nadie y tuvieran que empezar el enlace emocional otra vez.
    Vivían en una ciudad turística de montaña, cuyas calles en los inviernos las calles solían bloquearse por la abundante nevada. Los turistas llegaban por cientos para practicar esquí y disfrutar de esos paisajes de ensueño, los nativos por lo general se mantenían con relación al turismo.
    En el momento en que Clara era buscada la ciudad estaba completamente convulsionada ya que ésta noticia se sumaba a la que una joven había desaparecido durante una caminata por la montaña. Aquella muchacha no residía en el lugar aunque era nacida allí y pasaba largas temporadas. Se decía que por ella habían pedido rescate pues era la amada sobrina de los Fasman, una familia muy poderosa y adinerada. Ellos no habían tenido hijos y cuando ella llegaba desde Alemania, lugar donde vivía desde hacía varios años, se desvivían en concesiones.
    La gente oriunda de la ciudad buscaba en colaboración con los rescatistas, pues el hecho que una niña de tan solo ocho años se encontrara perdida conmovía a los pobladores que en su mayoría conocían a la familia, pues habían nacido y desarrollado en la zona por varias generaciones. Una vez que la niña apareció la atención siguió fijada en el secuestro de Natalia Fasman, ya que situaciones como ésta ofendían la tranquilidad de ésta ciudad con espíritu de pueblo.
    Clara tenía su alegría bloqueada, pasaba largas horas en silencio, sentada en el parque de la casa con la mirada puesta en el bosque, su corta edad no le permitía comprender en totalidad las secuelas de la caída. Tener que decir ¨mamᨠa alguien que no recordaba, era como si su primer día de vida hubiera surgido entre la humedad y las raíces, con la humillación de sentir aún el olor de sus propios excrementos.
    El afecto y la paciencia de Melissa le dieron paz y seguridad, Néstor su padre participaba activamente en la contención a la niña, su profesión de médico lo ponía en contacto con colegas neurólogos o psiquiatras que lo apoyaban para ir cuidando el cuerpo y la mente de la pequeña. Julián se sumaba abiertamente a todos los detalles ya que quería y protegía a Clarita como si fuese su hija, aunque le hacía ver a su esposa que era mejor no forzar a la niña a recordar nada, tal vez esto era lo mejor. Juntos le inventaron una vida nueva, según su sencillo entender ocho años no eran tantos si ya no recordaba más. El esposo de Melissa en su optimismo le hablaba a quien quisiera escucharlo que la vida es hoy y tal vez mañana, el pasado ¨se murió¨. Lo suyo no era muy ortodoxo pues aunque la gente no recuerde conscientemente su primera infancia seguro que esa parte de la vida es importante, o quizás él lo decía para que su mujer aceptara lo que no podía cambiar por el momento y siguiera adelante.
    Melissa y Julián habían intentado concebir un hijo de los dos pero el embarazo no se daba. Juntos tenían como proyecto consolidar la empresa de emprendimientos inmobiliarios, aunque se les estaba complicando económicamente; habían adquirido deudas con dos bancos y los intereses los acosaban.
    Aldo Randallo, padre de Melissa, era corpulento, con un estómago prominente, con enormes ojos azules, ocurrente, con espontaneidad, una mente frondosa en cuentos y relatos que había recibido de sus ancestros, lo que lo convertía en una atracción irresistible logrando así tener gente siempre a su alrededor. Había ido a vivir con ellos después del fallecimiento de Marta, su inolvidable compañera de vida y madre de Mely, la ausencia y el tiempo no habían empañado en ningún instante su corazón de novio enamorado. Tomaba mucho de su día dedicado a Clarita, las tardes de verano su mano grande, blanca y delicada, tomaba la pequeña manito de Clara y la llevaba a caminar por los pinares, donde siempre habían recorrido, sus pulmones se invadían del fresco aroma, la resina que cubría el suelo recibía el crujiente sonido que la naturaleza les daba al reiniciar su ciclo. Las raíces superficiales formaban escalones que ayudaban a avanzar en la subida por la montaña, las ardillas saltaban de rama en rama, dejando que se fascinara el renovado asombro en la mirada de los dos. Aldo nunca había perdido su simpleza y podría decirse su inocencia de niño, él podía meterse en el alma desolada de los recuerdos, de afectos de su nieta, le contaba pasajes de cuando era un bebé, o de sus tres o cuatro años, ella lo atendía con fervor, intentando acomodar en su cabeza como si fuera una biblioteca, cada capítulo, cada título y atesorarlo hasta que llegaran un día los verdaderos recuerdos.
    Todos esperaban que Clara pidiera por propia voluntad que la llevaran al lugar donde fue encontrada, no tenían la intención de hacerlo sin el explícito pedido de ella, pues temían que fuese contraproducente. Al parecer la niña no tenía esa curiosidad.
    Durante una merienda, en la que Melissa había preparado un chocolate espeso y humeante, con una torta ¨selva negra¨, el abuelo había terminado primero, la niña los observaba detenidamente y mientras lo hacia los gestos se escabullían suavemente hacia el cerebro en blanco de Clara. Aldo movía las migas de comida, hacía puñaditos, se humedecía con sus labios la yema de los dedos y luego lo apoyaba sobre ellas y se las comía. La niña tomaba la taza con las dos manos, lo escuchaba, lo miraba como doblaba y alisaba con las falanges extendidas la punta del mantel y luego lo desdoblada. Estos gestos que eran una costumbre, le causaban gracia a Clarita y los miraba como si fueran la primera vez que los veía, aunque nunca marcaba la observación para que no dejara de hacerlo. La espontaneidad de Aldo la iluminaba, la acercaba, juntos tenían una magia que nadie podía comprender.
    Los diarios y noticieros de aquellos tiempos invadían los hogares con el secuestro de Natalia Fasman, pero los días pasaban y no aparecía a pesar que se comentaba que su familia había pagado el rescate.
    En el noticiero describían como había salido vestida el último día, llevaba unas babuchas camufladas, una remera marrón con una cara estampada en la espalda y un dibujo irregular en el frente, zapatillas y una campera negra.
    -Alguien con esa ropa no pasa desapercibida. -comentaba la gente pero parecía que la joven se había evaporado.

HASTA LUEGO!!!

Mónica Ramona Pérez

Este libro se encuentra debidamente protegido por el Registro de la propiedad intelectual de la República Argentina.

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