Nací en Coro, Estado Falcón, el día 20 de mayo de 1964. Mis padres me dieron por nombre María Eugenia. Papá, Maximiliano Guevara, nacido en el pueblo de El Baúl, Estado Cojedes. Tuvo tres hermanos y él era el tercero de los cuatro hermanos. Cuando tenía cinco años de edad, muere su madre. Dos años más tarde, muere el padre, por lo cual quedan huérfanos. La herencia que dejó el padre a sus hijos, fue repartida entre los familiares más cercanos, como una piñata, quedando los niños desprotegidos. La madrina de bautismo de mi padre, Carmen Díaz, lo alojó en su casa y terminó su crianza. Cuando él quiso estudiar, ella lo apoyó humanamente y monetariamente. Fueron muchos sacrificios pero pudo lograrlo. Se graduó de profesor en Lengua, Literatura y Latín en el Instituto Pedagógico de Caracas. Luego, fue trasladado a Coro, Estado Falcón porque había necesidad de docentes en el Área. En las aulas del Liceo Cecilio Acosta de Coro, conoció a mi madre, América Figueroa, natural de un pueblo llamado Capatárida, Estado Falcón, quien era estudiante de 2° año de bachillerato, se enamoraron y se casaron. Pero, no piensen que fue fácil, al principio mi padre fue rechazado por la familia de mi madre, pues él, era de color. Mi madre, una catira de ojos verdes, y además, una adolescente de padres adinerados, no podía emparentarse con un profesor negro. Sin embargo, mi padre, poco a poco, se fue ganando a la familia de mi madre, tanto, que fue el yerno preferido de mi abuelo.

MIS PADRES

De esa unión nací yo, María Eugenia Guevara Figueroa y mis cuatro hermanos, Gerardo Antonio, Luis Felipe, América Liliana y José Maximiliano. Yo soy la mayor de mis hermanos.

En el año 1968, mi padre decidió regresar a Caracas y nos mudamos a unas residencias de edificios en El Marqués. Un día, a unos meses de vivir en la Capital, salí con mi mamá y cuando estábamos cruzando la Av. Francisco de Miranda, por el paso peatonal como corresponde, un motorizado pasó el semáforo en rojo y me atropelló, impulsando mi cuerpo por los aires, hasta que caí al pavimento causándome algunas lesiones. De ese accidente, tengo una cicatriz a la derecha de mi labio superior. En Caracas vivimos por mucho tiempo y transcurrieron unos años muy felices de mi niñez y parte de mi adolescencia. Luego, vendieron el apartamento para irnos a una casa en la ciudad de Los Teques, Estado Miranda.

Papá trabajaba en una institución educativa pública, el Liceo Santos Michelena Nocturno y para obtener más ingresos, también trabajaba en una institución privada, el Colegio Francia de Caracas, ubicado en Campo Claro. Es por ello, que mis hermanos y yo, estudiamos desde prescolar hasta bachillerato en el Colegio Francia. Pudimos estudiar allí, ya que a mi papá, por ser docente de esa institución, le otorgaron becas para sus hijos.

Llegado el momento, me gradué de bachiller en Ciencias. Después de ello, me asignaron un cupo en la Universidad Central de Venezuela para estudiar Estudios Internacionales, carrera que abandoné luego de casarme. Tuve dos hijos, Luis Eduardo y Jorge Alejandro, a quienes amo con todo mi corazón.

MIS HIJOS

Me mudé a Valencia, Estado Carabobo, con mi esposo y mis hijos. Mi relación matrimonial no resultó nada bien, mis hijos y yo pasamos muchas necesidades, y cuando los niños crecieron un poco más, decidí que debía seguir estudiando. Esa decisión empeoró más la situación sentimental, ya que, quien fue mi esposo, no quería que yo estudiara. Pero, soy de esas personas de las que cuando tomo una decisión importante, no me detengo hasta alcanzar la meta. También, soy de las que pienso que se debe soltar el lastre y todo lo que te impide avanzar en la vida. Así que, presenté la prueba de admisión para estudiar Educación en la Universidad de Carabobo y quedé seleccionada. Recuerdo que algunos de mis familiares dijeron:

• ¡Te volviste loca! ¿Vas a estudiar Educación? ¡Esa profesión es mal pagada!

Pienso que cuando una persona se siente bien con lo que hace, es la persona más feliz, pues hace las cosas con agrado y no por obligación o porque va a recibir un pago por ello. Cuando tú estás realizando un trabajo que no te gusta o estudiaste la profesión equivocada, te puede costar tu tranquilidad espiritual y personal. Cuando amas lo que haces, puedes dar más y rendir más en tu trabajo. Te sientes bien porque nadie te obliga a hacer lo que no quieres hacer. Cuando amas lo que haces, eres un triunfador, así no te paguen lo que verdaderamente vale tu esfuerzo. Eso es vocación de servicio.

Cuando ingresé en la universidad me alegré mucho. Fueron cinco años trabajando duro y atendiendo a mis hijos, además de estudiar. Mi hijo menor, Jorge Alejandro, corría en los pasillos de la Escuela de Educación, mientras yo recibía clases. Culminé mis estudios satisfactoriamente y me gradué de Licenciada en Educación. Posteriormente, un amigo de la familia, directivo de una institución educativa ubicada en San Antonio de los Altos, Estado Miranda, me ofreció un cargo de docente, por necesidad de servicio en ese plantel, y acepté. Por esta razón, tuve que mudarme al Estado Miranda nuevamente y comenzar mis labores en la UEN Luis Eduardo Egui Arocha.

A partir de ese momento, comencé como docente de aula a dar clases en ese plantel educativo, y durante todos estos años me ha fascinado trabajar allí. Me gusta el ambiente de trabajo, el trato con los estudiantes, a los cuales les he dedicado mi atención y mi tiempo. Creo que paso más tiempo en el Liceo que en mi hogar. Ya han transcurrido doce años y tres meses desde que ingresé al plantel a dar clases, de los cuales, llevo cinco años siendo la directora del Liceo.

Me encanta ser docente, me gusta mi trabajo, tanto, que a veces no dispongo de tiempo libre para hacer mis cosas y distraerme con mis pasatiempos como leer, ir de paseo, cantar, visitar a la familia, conocer nuevos lugares, estar en contacto con la naturaleza, ver una buena película. Mis estudiantes son muy importantes, quisiera poder ayudarlos a todos cuando sé de sus necesidades, sin embargo, no siempre es posible darle solución a sus problemas. Quisiera poder tener la fórmula para que esos muchachos no pasen trabajo y puedan culminar sus estudios sin ningún contratiempo. Me gustaría que algún organismo serio, ayudara a la institución, dotándola de recursos para darle solución a las debilidades materiales que poseemos actualmente. Le pido a Dios que así sea.

Hace unos días, mi hijo Jorge Alejandro, me comentó acerca de la Comunidad Steemit, y llamó mi atención lo que me dijo acerca de cómo se podía participar y qué podían realizar los participantes. Tengo muchas expectativas al respecto y me emociona saber que podré escribir y que otras personas vayan a leer lo que yo escriba. Me complacería mucho redactar algunas historias, experiencias vividas y comentarios. No soy escritora ni nada por el estilo pero, nunca se sabe las cualidades que se pueden desarrollar si nos lo proponemos. Mi padre pudo publicar tres libros de poemas después de jubilarse de profesor. Puede que algún día, yo siga su ejemplo.

Es por esta razón, que me atrae la idea de compartir con ustedes esta experiencia de escribir, leer las críticas y consejos, para aprender y aprehender todo lo que me haga crecer como escritora y lectora de este grupo. Agradezco de antemano, todo el apoyo que me puedan facilitar para seguir adelante con este proyecto, el cual me he propuesto iniciar.