La participación política de la ciudadanía siempre ha sido objeto de discusión. Desde que el sistema democrático se adoptara como referente, se ha visto dos visiones opuestas: si existe una amplia calidad de vida, surge cierta apatía por parte de los ciudadanos; en cambio si se reduce, puede haber un incremento de la participación; no obstante este escenario no es común para todas las sociedades y las distintas visiones que tiene cada persona sobre la política hace innecesario interpretar el escenario político de esta forma. Sin embargo, dentro de la amplia variedad de corrientes de pensamiento político existe quienes creen en esta interpretación binaria y apuesta por una posición radical, con miras a oponerse a todo, aún cuando no renuncien del todo al sistema de gobierno existente.
Éstas corrientes cuestionan todo lo que tengan que ver con política y pueden tener sus propios puntos de vistas, pero están enfocados a mantener una postura intransigente. Carecen de una base sólida para respetar que en la política es necesario la paciencia y la mayor mesura posible; prefieren precipitarse apelando a la presión frontal hacia el sistema, que organizar un plan de largo plazo. Aunque algunas corrientes solo buscan “vías alternas” para conquistar el poder –antidemocráticas, en muchos casos- e imponer un modelo utópico, otros prefieren aceptar, hasta cierto punto, las opciones que ofrezca el sistema pero sin renunciar a su posición hostil. El extremismo en ambos casos no cambia, a pesar de que varíe la vía para acceder al poder.
Sea como fuere, las corrientes de pensamiento político que mantienen una actitud intransigente y nunca renuncian a ella, son adeptos a: la antipolítica, que no es otra cosa que el rechazo de la política como medio civilizado de dirigir la sociedad. Es cierto que históricamente los representantes políticos han tomado decisiones impopulares, desafortunadas o hasta injustas, pero eso es obra de algunos hombres, no de la política como tal. La política tampoco está reducida a escoger al gobernante y evaluar sus medidas, también abarca el cómo la ciudadanía decide su destino como sociedad, lo cual involucra su papel histórico.
Los conflictos empiezan cuando toda la estructura social y política entra en un irreversible período de deterioro moral. En ese estado pueden surgir grupos reaccionarios que se alimentan de las frustraciones de la ciudadanía, mientras buscan polarizar cuanto se pueda el ambiente social para formar una posición poderosa. Dependiendo de las circunstancias, estos grupos pueden tomar el Poder o si no lo logran, dejan en su camino una sociedad dividida y desconfiada, que prefiere abstenerse de creer en cualquier opción política, situación que puede facilitar el fortalecimiento de agrupaciones todavía más radicales e incluso violentas. La antipolítica apuesta al engaño para avanzar aún cuando no tiene un plan para renovar los cimientos sociales, usa la improvisación y el cortoplacismo como herramientas de acción.
Asimismo, no creen en soluciones negociadas con sus opuestos. El dialogo, el principal medio conquistado por la democracia para solventar inteligentemente los divergencias, es una opción inútil para ellos. Prefieren imponerse, invertir enormes esfuerzos en lograr una “fuerza superior” que presione al sistema con el fin de liquidarlo porque están convencidos que es allí de donde parte todo lo negativo que corrompe a la sociedad, incluso si pertenecen a una coalición que no coincida con su opinión, lucharan contra sus aliados para dominarlos o destruirlos porque interpretan su desacuerdo como una cobardía. Los “valientes” -según su visión- son los que apuestan por caminos arriesgados, contrarios a las reglas democráticas, los que están dispuestas al sacrifico, por una causa que ellos consideran superior.
Todos sus discursos están contaminados del fanatismo más recalcitrante, vacío de ideas renovadoras y conciliadoras, prefieren confrontar, dividir y excluir. Son expertos en interpretar el patético papel de la víctima -recurso predilecto de una mentalidad fascista- para manipular y en el fondo sirven a los intereses más crípticos. Como no conciben que la reconciliación social pacífica pero aplicada con equilibrado sentido de la justicia, logre armonizar las relaciones humanas; apelan al revanchismo. “Respetan” a quien crea ciegamente en ellos, en cambio quienes son objeto de sus odios serán severamente castigados, los ajustes de cuentas y las venganzas personales pueden encontrarse solapados en sus acciones, decisiones y hasta en los objetivos de su organización.
No puede faltar en un grupo antipolítico la figura de un Mesías, aunque tratan de proyectarlo como un Líder siempre será lo primero, especialmente, si los niveles de apasionamiento político son elevados, lo pueden convertir en un mártir redentor al que adorar. Sus palabras son contradictorias, se dirigen a los ciudadanos subestimando su inteligencia, los hechos los juzgan de forma discordantes aunque evitando ser obvios y directos. Tienen un abierto desprecio por las opiniones de los demás, tratan de aparentar que no, empero sucumben a su naturaleza intolerante, están a gusto en un ambiente donde impere la sumisión antes que la crítica. No obstante, como no todos los grupos políticos se intimidan, construyen sofisticados aparatos de guerra mediática para despedazar a quienes ven como rivales.
Es por ello que son partidarios de sacar el máximo provecho a los Medios Sociales para crear la imagen más negativa de sus rivales popularizando el etiquetado simplista como pueden ser el de: traidor, cobarde, blandengue, cómplice del gobierno, no tienes valor para decir… todo un abanico de términos despectivos que buscan mermar la voluntad de los grupos adversos hasta el punto de que estos dejen de ser una opción influyente o que se abstengan a seguir participando en el escenario político, suprimiendo su legitimo derecho humano de pensar como desee. Afirman ser demócratas, mas no creen en la democracia, porque el primer requisito para serlo es respetar hasta sus últimas consecuencias los puntos de vista divergentes.
Sí por desatinos colectivos algunos de estos grupos obtiene el Poder, repetirán los errores de los anteriores, nunca lograran satisfacer las exigencias ciudadanas porque no son su prioridad de fondo. Buscaran medios más peligrosos para reprimir cualquier signo de descontento, instrumentalizaran el revanchismo estatal, serán privilegiados los mismos grupos minúsculos que dicen haber sido colaboradores activos de la causa o en el peor de los casos primará la fuerza por encima de la inteligencia en la resolución de los conflictos sociales. Nunca van a desmantelar los instrumentos autoritarios que existían en el gobierno anterior. Por supuesto, ensancharan la brecha entre ellos y los demás miembros de la sociedad, serán indiferentes a las necesidades ciudadanas.
En la política quien permanece no es el que presume de más fuerza, malicia o astucia, sino el que realmente está comprometido con el progreso social y el respeto ciudadano. Es cierto que la política nunca ha gozado de buena reputación en la ciudadanía por las bajas ambiciones humanas, hemos tolerado al político “como un mal necesario” más que verlo como una profesión de gran responsabilidad que requiere de lo mejor para dirigir a la sociedad. Desafortunadamente los prejuicios hacia el político, la cada vez más diluida relación entre los ciudadanos y sus gobernantes, el descreimiento hacia modelos sociales alternativos así como la celeridad de la dinámica social contemporánea hacen que los antipolíticos avancen con rapidez en terminar de destruir las esperanzas colectivas.
El adoptar tan drástica opción no tan sólo es dañina para la supervivencia del equilibrio social sino que cierra por completo las vías para soluciones pacificas. La antipolítica es contraria a la diafanidad de la evolución histórica de la democracia: En los comienzos de este modelo de gobierno la humanidad todavía pensaba en figuras autoritarias y en la violencia para imponer una idea, por lo que hubo que hacer grandes esfuerzos para superar esa mentalidad con un sistema mejorable y flexible como el democrático. Con el pasar del tiempo los grupos políticos vieron lo inútil de ambas posturas, prefiriendo la palabra y sometiéndose a las normas democráticas, la complejidad de las sociedades se hizo mayor por lo que los gobiernos tuvieron que transformar sus estructuras, medida que todavía se esta aplicando en la actualidad.
Los creyentes en figuras autoritarias y en la violencia, habían sido reducidos, mas no desaparecieron del todo, conforme la realidad nacional pasó de ser un hecho cotidiano a un suceso mundial -producto de la globalización y la adopción de medios de comunicación más modernos- las organizaciones políticas fueron sobrepasadas por factores transnacionales, más que locales. El aislamiento nacional ya no existe. Esto provocó conflictos de poder entre las corrientes políticas tradicionales -incapaces de adaptarse y renovarse- con lo que prosperó la ineficiencia, la corrupción y el dominio del Poder por organizaciones delictivas.
Ante el evidente decaimiento, reaparecen los autócratas y los violentos para tomar el Poder, muy a diferencia de sus predecesores, estos personajes carecen de ideales, de ideologías o de un plan meticuloso para desarrollar a la nación. Lo único que ofrecen es un discurso barato, el apoyar la violencia, el rechazo a la democracia y la supresión de los derechos de todos. Lamentablemente la falta de capacidad de los ciudadanos de dominar su emotividad exacerbada permite que ellos se apoderen de su voluntad, a cambio de una ilusión de una mejor calidad de vida.
Esto último no es nada más un empleo seguro, dinero suficiente, facilidades para obtener bienes y servicios… es también vivir en un ambiente social estable, que respete todas las ideas, donde no exista la exclusión solapada o por decreto de una parte de la ciudadanía, que se garantice el desarrollo de todos los potenciales de sus miembros… Estas condiciones también forman parte de la calidad de vida y no se podrán conquistar mediante el apasionamiento, el radicalismo, o la violencia. Todo ello se materializará si los miembros de una sociedad aceptan que es necesario mucha paciencia, dedicación, aprender de los errores, no imitar sino estudiar el cómo progresan otras naciones y sobre todo, confiar solamente a los mejores talentos el desarrollo de su educación.
La misma fórmula aplica a la política, si la ciudadanía no rescata los aspectos positivos de la política ni externaliza sus aspiraciones benignas a engrandecer en paz y respeto su propia nación, vendrán toda una corte de arribistas a destruir y buscar su propio beneficio. La ciudadanía debe unirse y organizarse para expulsar de la política los factores que la corrompen, crear una sólida base de ciudadanos sensibles con la sociedad y con sus valores destinados a dirigir con sabiduría un país.
Hay que tener constancia en lograr este objetivo, sino todo seguirá igual.
Saque usted sus conclusiones.
Pedro Felipe Marcano Salazar.
Nota: Este artículo es de mi autoría, fue originalmente publicado en mi blog "Reflexiones de Ciudadano X".
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