Es conocido por quien haya hecho un repaso –por muy pequeño que fuera– a la obra de William Shakespeare, que en ella hay un esquema (aunque en diversas aristas) que no cesa de tener protagonismo: la presencia del mal como parte de la naturaleza humana. Su obra Macbeth es un buen ejemplo de ello, al relatar la involución y decadencia de un personaje “honrado” que se deja llevar por la ambición y por ello comete crímenes.
En 1957, el director de cine Akira Kurosawa creó una adaptación de la tragedia shakesperiana nombrada anteriormente, titulándola Trono de Sangre, en la que logra conservar la historia literaria, pero la ambienta en el Japón feudal, en lugar de hacerlo en la monarquía de Escocia del siglo XI, como en el texto original. Sin embargo, la diferencia de ambientes es la más trivial. En la adaptación de Kurosawa, el aspecto verbal de Macbeth se empaña y es reemplazado por una quietud hermética, que acaba por inquietar.
A pesar de que Kurosawa modificara muchas partes de la obra, mantuvo constante su idea sustancial: el ser humano no está exento de ser influenciado [por otros], sin embargo, sigue en potestad del ejercicio de su libre albedrío, y las decisiones que tome, buenas o malas, acarrearán consecuencias que vendrán –tarde o temprano– a su encuentro. Es así como se observa que Macbeth (o Washizu), al inicio, luego de toparse con las brujas (o la bruja), dice que él no hará nada para obtener el poder, pero después, de la mano de los “consejos” de su esposa, mata al rey de Escocia (o el Señor del Castillo de las Telarañas) para tomar su posición, y comete otros crímenes para mantenerse en el poder. A pesar de que en el fondo no quería o no estaba seguro de cometer dichos actos, al final termina enfrentándose con un destino cruel: la muerte.
En contraste con este concepto –el de libre albedrío–, se puede hacer referencia a la novela don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, ya que la obra es conocida, entre otras cosas, por ser una oda a la libertad. En el capítulo XIV de la parte I, aparece Marcela, una joven hermosa que se queja de ser culpada por la muerte de Grisóstomo y juzgada por no corresponder a sus innumerables pretendientes, declarándose a sí misma libre de escoger si estar sola o no.
Esta confesión de libertad en pleno siglo XVII, basada en conceptos que se vienen a establecer en el siglo XX (o eso se nos ha hecho creer), era algo inaudito, pero Cervantes lo convirtió en inédito. Y mucho más viniendo de una mujer, que reclama su derecho a no enamorarse de cualquiera, solo porque que se le ame. Reconoce que la mayor virtud de una persona, por encima de su belleza física, es la honestidad. Es decir, el personaje adquiere conciencia de su libertad, y además, la ejerce.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre lo que propone Shakespeare y lo que propone Cervantes? Shakespeare habla de manera implícita sobre el libre albedrío, que consiste en una voluntad que no se rige por la razón, sino por los afanes, y este es inherente al actuar cotidiano del ser humano, mientras que la libertad (lo que propone Cervantes) implica elegir responsablemente, tener conciencia de los límites.
La libertad no es escoger lo que se antoje, sino lo que propicie el bienestar. Macbeth solo ejerció su libre albedrío, ya que hizo algo que no quería, por lo que no era libre, además, sus malas decisiones lo condenaron a enfrentarse consigo mismo. Mientras que, Marcela, también en ejercicio de su libre albedrío, podía enamorarse de sus pretendientes, sin embargo, bien se dio cuenta que lo mejor era permanecer sola hasta que apareciera el hombre adecuado. Ser libre también es una elección, y no todos la saben hacer.
Shakespeare nos presenta una razón supeditada a las pasiónes, que es la que mueve a los personajes, aunque también es lo que se ve en buena parte del teatro lopesco. Quizá es lo que demandaba el público, ver desatadas sobre las tablas las pasiones que se ocultaban en la vida diaria.
Cervantes, sin embargo, nos muestra, hasta en alguien tan básico y (supuestamente) atado a las pasiones mundanas como es Sancho, un intelecto, una bondad, y un uso de la libertad con responsabilidad puesto al servicio de los habitantes de la ínsula Barataria. Un uso racional del libre albedrío, como en el caso de Marcela, con el desarrollo de una personalidad verdaderamente adelantada a su tiempo.
La libertad a la hora de elegir, que llega a su punto culminante en ese magistral ejercicio de libertad metatextual nunca antes visto en la literatura: un personaje, don Quijote, que se rebela contra su condición y es capaz de cambiar sus intenciones, salirse del argumento "planificado" para él. En vez de seguir hacia las justas de Zaragoza, como tenía pensado, decide desviarse a Barcelona. Todo para dejar por mentiroso a una persona ¡del mundo real!, Avellaneda, el autor del Quijote apócrifo.
Un gusto leerte. Se echa en falta por aquí más artículos de humanidades.
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Quiero ser tú
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