Era un diez de octubre del dos mil quince...
Cross, mi mascota, estaba en mi cuarto escondido debajo de la cama, se encontraba muy enfermo, habían vómitos y diarrea sanguinolenta en todo el dormitorio, no teníamos idea de que le estaba pasando.
Tuvimos que salir corriendo con mi papá y Alejo, mi hermano, a un médico veterinario cerca de mi residencia. Apenas llegamos al consultorio del doctor le coloco la vía para administrarle el tratamiento.
El médico nos dijo que había pocas probabilidades de que se salvara, ya que él tenía parvo-virus que es la principal enfermedad viral de los perros, y afecta principalmente a los cachorros, sólo con un tratamiento de emergencia y hacerlo correctamente era lo único que podría salvarlo.
El doctor dejó la vía puesta para seguir con el tratamiento en mi casa.
Tan pronto llegamos, le hicimos una sopa licuada de auyama para estimularle el apetito y que la recuperación sea más rápida.
Mi pobre hijo (como lo llamo yo) no quiso comer nada, le colocamos parte de los tratamientos y al otro día le colocamos el resto de los medicamentos. Toda la noche fue de intenso cuidado junto con Alejo. Al otro día llevamos a Cross al médico nuevamente porque debían inyectarles otras medicinas.
Poco a poco fue mejorando, sus ánimos fueron recuperándose, comía mucho más y estaba volviendo a ser el juguetón de antes. Suministrándole una dieta sana, dándole amor, siguiendo al pie de la letra las recomendaciones del médico, se recuperó de una manera excelente, mi Cross era el mismo niño travieso de antes, mordiendo todo, jugando con todo y comiendo como una bestia.
Yo no sabría como sería mi vida si el ya no estuviese aquí, me hace la vida más feliz. Es increíble como alguien que no habla se vuelve lo más importante en tu vida, él es mi mejor regalo, al que más valoro y cuido con todo mi amor.