Agobiado, pensativo y con un insomnio de la puta madre, no dejaba de pensar en la niña que vino a pedir ayuda a mi casa junto con su hermano Andrés.
Pasaron los días... Había dejado la idea que un día volverían a volver a pedir alimentos. Eran las 2:37 de la tarde, limpiando mi habitación, yendo 30 minutos tardes al entrenamiento de fútbol, opté por no ir y me fui a descansar al mismo sillón donde estaba cuando los niños llegaron.
Un silencio escalofriante recorría la casa, estaba sólo. Mi madre estaba en su trabajo y mi hermana con su abuela. pensé.
Si yo fuera esa niña, volvería. Digo, en ningún momento los trate mal.
Un fuerte grito al frente de la casa oí, salí y justo estaba la niña. Pero esta vez sin su pequeño hermano.
Estaba con moretones en todo el cuerpo y decidí invitarla a pasar, aceptó. Le invité un vaso de agua y sin más rodeos le pregunté «¿Cual es tu nombre?». Calló por tres largos segundos y respondió «Sofía.»
La pequeña Sofía apenada por sus moretones, tímida y reservada. En seguida le dije porqué su madre la agredía sin razón alguna, en lo que me respondió «Mi madre estaba drogada». Pensé.
Wow, ¿como esta niña sabe cuando una persona drogada?
Sin yo decir una palabra, ella sabía lo que estaba pensando, era una niña inteligente y con una mentalidad única. Dice, «Ya se que estas pensando porqué se que es eso y lo sé porque una vecina me lo decía, pido ayuda porque mi madre gasta dinero en drogas y no compra comida para nosotros.»
¡MIERDA! — Pensé
Sofía siguió dialogando, «Por eso es que salgo a las calles a pedir ayuda, porque comemos una sola vez al día y mi hermano llora del hambre.»
Quebrado, yacen lágrimas que recorren mis mejillas, con impotencia, rabia y melancolía...
No puedo dejar que está niña pasé hambre — Pensé.
Saque suficiente alimento de mi refrigerador y se lo sé entregue. La niña asustada dice. «Mi mamá me va a golpear si llego con esto»
Me había contado que su vecina la ayudaba — Murmuré.
Entregale la comida a tu vecina que ella te ayudará, Dije. Ella contenta y con una sonrisa en su cara, acepta.
Antes de salir de la casa se acerca a mí y dice.
Señor, ¿será que me puede regalar un abrazo?
Con lágrimas recorriendo mis mejillas le doy un fuerte abrazo y me despido...
Hasta entonces ella se aparece de vez en cuando en mi casa, saludándome o dándome un gran abrazo y agradeciéndome en cada momento.