Remembranzas de mis vacaciones familiares

Mientras era ordeñada, ella observaba a sus vástagos, se veía muy inquieta porque estábamos presentes ahí, al culminar el ordeño se recogió la leche en el cántaro para llevarlo a calentar en el fogón de leña, como se acostumbraba hacer para sacar el suero, y prepararnos una rica y exquisita cuajada para acompañar unas arepitas andinas de trigo. Con el resto de la leche mis tías preparaban una buena olla de chocolate con astillas de canela y clavitos de olor. Que desayuno más sabroso.

Ya en el atardecer comenzaba entrar por los corredores de la casa de mi abuela, una brisa fría con mucha neblina y entonces, le daba las gracias a Dios por permitirme de gozar y regalarme bellos momentos tan importantes de la de la vida. Al siguiente día, ya estaba en contactos con la otra parte de la familia, mis tías, primos, primas y sobrinas que faltaban para el encuentro, era tanta la emoción de vernos que nos cruzábamos los unos con los otros entre abrazos y besos, al tiempo que veíamos el patio del frente a unos de mis primos montado en el caballo tironeando del trapiche en donde se molía la caña de azúcar, dejando el olor dulce del jugo al caer en el tobo que era llevado a la cocina para hervir y hacer las panelas de papelón que se elaboran dentro de la casa.

Al instante de la algarabía, ya estábamos haciendo los acuerdos en cual de los pozos nos íbamos a meter, ya teníamos varios días planificando las actividades y eligiendo el pozo, teníamos varios de ellos para escoger, todos estaban en los linderos de la finca de mi abuela, dichos pozos tenían sus nombres: pozo los cajones, pozo margarita, pozo negro y pozo azul; y lo más divertido era irnos a pies sin la necesidad de usar ningún vehículo.