Sigo acá con la serie de posts que prometí sobre la filosofía del danés Søren Kierkegaard. En el post anterior revisé y expliqué algunos de los principales motivos por los que Kierkegaard ha sido tan malinterpretado históricamente. Ahora, entramos de lleno en la filosofía kierkegaardiana, con un tema clave en su pensamiento: la idea de subjetividad -que es muy diferente a lo que generalmente entendemos- y su relación con la religión.

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Da click aquí para leer el primer post de esta serie sobre Kierkegaard.

La subjetividad es la Verdad

Leyendo este subtítulo podríamos pensar que Kierkegaard es un precursor de los relativistas posmodernos. Y no es así. Regularmente cuando pensamos que algo es “subjetivo” consideramos que es un sinónimo de relativo, o sea, algo de lo que no se puede saber con certeza absoluta, como que un triángulo tiene 3 lados o que 2 más 2 es igual a 4.

Algunos estudiosos de Kierkegaard pretenden reducir su doctrina a un simple relativismo. Error fatal. La subjetividad kierkegaardiana es objetiva en la terminología que generalmente manejamos, aunque suene contradictorio. Ya vamos a explicarlo.

Comienzan las similitudes entre el danés y Tomás de Aquino
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Primero, ¿qué entiende Kierkegaard por subjetividad y objetividad? La objetividad es una verdad como simple hecho, como algo externo y sin importancia personal paa mí. La subjetividad es cuando yo me comprometo con esa verdad, cuando me relaciono con esa realidad como sujeto, o sea como yo-auténtico, desde mis entrañas. Esto es lo que Tomás de Aquino llama conocimiento contemplativo, o sea, un conocimiento que no se limita a lo factual, sino que es reflexivo y personal. Kierkegaard era tomista y ni se enteró.

Kierkegaard repite constantemente en su obra “La subjetividad es la Verdad”. Hoy fácilmente esto podría ser un slogan relativista. Pero no. Kierkegaard no era tan intelectualmente perezoso para caer en semejante tontería posmoderna. Eso se lo dejamos a Nietzsche y afines. Kierkegaard no niega las verdades objetivas de la ciencia (lógica, matemática, etc.), pero las pone en segundo plano ante las verdades vitales y humanas, las que provienen del conocimiento contemplativo.

¿Cómo se relaciona esto con la religión?

Decía Kierkegaard que el que adora a un ídolo subjetivamente -o sea, involucrando todo de sí, con amor y pasión- adora a Dios, y el que adora a Dios objetivamente –es decir, exteriormente- adora a un ídolo. La verdad no le importa tanto a Kierkegaard en cuanto hecho, sino en su relación con el sujeto. O sea, ¿cómo me afecta y cómo me involucro con esa verdad que se me presenta?

Donde más se afinca Kierkegaard en esto es en el tema de la fe. La vivencia subjetiva de la fe lleva necesariamente a la paradoja. Modernos y posmodernos se burlan de la fe como absurda. ¿Qué responde Kierkegaard?

Primero, hay que entender que la filosofía del danés tiene un punto de partida clásico, y no moderno. “La filosofía parte del asombro” dice Aristóteles en su Metafísica y Kierkegaard comparte este punto de largada. La filosofía moderna, inaugurada por Descartes, parte de la duda.

Ahora sí, Kierkegaard responde: Dios es misterio, o sea, Él va más allá de nuestras facultades así que a la vista nuestra limitadísima razón Dios es una paradoja. Esto solo puede tener sentido desde la subjetividad. Como su punto de largada es el asombro, no niega la posibilidad de un Dios metarracional, o sea un Dios cuya naturaleza no puede ser del todo aprehendidas por la razón humana.

Dios es misterio. Dios es la luz en la oscuridad del alma, y la oscuridad en la inteligencia, porque no se comprende. Dios es paradoja
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Para Kierkegaard la única forma de relacionarse con Dios y amarle (el fin de todo buen cristiano) es desde la subjetividad. O sea, yo no puedo amar a Dios y conocerle sino es como sujeto. Si me pongo frente a Dios como un objeto, no puedo amarle.

Para Kierkegaard el conocimiento objetivo que se puede tener sobre Dios es pobrísimo, prácticamente inexistente (esta es una discusión distinta en la que no me inmiscuiré en este momento). Lo considera tan limitado que para él, un cristiano no debe detenerse en siquiera probar la existencia de Dios, pues solo se busca probar aquello de lo que se duda, no de lo que se muestra evidente a partir del asombro (por esto era importante la explicación sobre el punto de partida).

Si lo vuelvo un objeto (como hizo Kant en su aburrido intento de destruir la metafísica) no puedo amarle, porque no es más que el pensamiento que se piensa a sí mismo de Aristóteles. Vamos a ponerlo en palabras del Padre Castellani:

Subjetividad es el pensamiento no inhumanizado y objetividad el conocimiento “despegado" digamos; o sea, seco, frío y abstraído, como sería un teorema matemático o un conocimiento de Dios sin amor ninguno (…)

De modo que ‘'verdad” para K. no significa cualquier conocimiento de hechos, o de accidentes, o de medies, sino conocimientos de fines, de sustancias y de trascendentes: un conocimiento en el cual digamos está “comprometido” el Cognocedor, forma parte de su existencia real; para decirlo en una palabra, un conocimiento vital (...)

El cristianismo es espíritu, el espíritu es interioridad, la interioridad es subjetividad, la subjetividad es esencialmente pasión; y en su cúspide, pasión con un interés infinito en la propia salvación eterna.

Hermoso y en dos platos. Game, set y match.

Kierkegaard dedicó casi toda su vida y sus fuerzas a querellar contra la Iglesia luterana. Primero, por su hipocresía y por su conversión en una suerte de buenismo inútil y perro faldero del Estado. Inicialmente Kierkegaard era un ferviente seguidor de Lutero, pero con el pasar del tiempo, su crítica no se dirigió solamente a la situación de la Iglesia, sino a las propias doctrinas de Lutero.

Kierkegaard se fue haciendo, si se quiere, más católico (su creencia en la transubstanciación, su adoración a la Eucarística y su tierna devoción a la Virgen María dan fe de ello). Con esto no quiero decir que Kierkegaard fuera un católico potencial, el fideísmo de Temor y Temblor es suficiente para echar por tierra esa idea, pero ciertamente sus posturas se alejaban más de luteranismo y estaban más cercanas al catolicismo (de hecho, terminó por rechazar la doctrina de la sola fide propuesta por Lutero).

A los más fervientes seguidores sartrianos, posmodernos y ateos les cuesta admitir esto e intenta evitar los elementos religiosos de la filosofía kierkegaardiana, pero lo que movía a Kierkegaard a escribir y a respirar era una sola cosa: su fe. El danés no quería otra cosa que amar a Dios e inspirar a los hombres a ver la fe sociológica, formalista y vacía que estaban viviendo. Quería que sus compatriotas vivieran una fe más auténtica, una fe que no fuera un simple hecho cultural.

En el siguiente post seguiré hablando de Kierkegaard, en particular de sus idea más conocida y estudiada: La Angustia. Si te gustó, dale like, repostea y deja un comentario si tienes alguna sugerencia :) ¡Gracias por leer!