Vivo aquí, en la cadencia de un recuerdo que me llegó y me ha hecho su prisionero; no discuto con ningún carcelero y al contrario deseo que me encierren cuantas veces más quieran hacerlo; sólo pongo y exijo una condición: sólo quiero un espacio en la madrugada para hablar contigo, para robarte lo que no sabes qué es, para descubrir qué es lo extraño que hay en los encuentros. Solo eso.
Fueron tus palabras y tus gestos los que desde la lejanía me hicieron sentir todos estos deseos de ti; las que me encendían el alma, las que a veces me hacían llorar y otras reír. Eran tus palabras las que se deslizaban por mi cuerpo y por mi mente como brazos de lava incandescente hundiéndome en los misterios del alma humana, las que me deshacían en ahogos interminables ante el deseo enloquecido de poseerte, de ver cómo vaciarte de todo lo que aún y a tus años de niña- mujer en cuerpo maduro te falta por dar, por saciar.