No me queda otro remedio que confesar que al principio, como siempre, fue puro interés llevado a cabo por la curiosidad de saber quién eras, y esto fue tan así que a los pocos días ya no sabía nada de ti, es más: te perdí la pista y todo acabó. Pero un tiempo después, meses quizás, volví a encontrarte y tal era mi olvido de ti que ni tan siquiera me acordaba de que con antelación incluso te conocía, también se me había olvidado de qué país eras y de tu nombre no sabía ni por qué letra empezaba. Después y a partir de aquel nuevo reencuentro hubo un volver a empezar como si fuera ésta la primera vez que te veía.
Ahora sin poder ocultar para mi interior esta sensación de extraño deseo – nada obsceno -, siento que voy como a la deriva intentando rodear las calles del alma por las que creo que hacen que me acerco a ti; una de estas mismas calles es la que tú siempre toma cuando de imprevisto me abandona, te vas. No se en qué momento del día siento que puedo mejor acercarme a ti, invadir tu ausencia, rescatar tus últimas palabras las cuales nunca me da tiempo de retener y guardar. Y así camino por la ciudad; aquí cerca estas, mi más fiel aliado junto con la Madrugada y el Silencio que son a los que acudo en tiempos de decisión. Paseo por tus sueños aunque tú no lo note y que es mi manera de acercarme a ti para recoger algo que aún, por ambas partes, está por definir, por encontrar, por saber qué es; quizás lo que está por dar ya está dado y ahora sólo se trata de conservar, de guardar, de abrazar la memoria, quizás.