Pasaban de las dos cuando había tomado mi tercer espín junto a mi segunda copa. Las siguientes bebidas de la noche, vendrían acompañadas de aperitivos comestibles, tal como lo imponía la nueva regulación de drogas blandas.
Fuente: https://barinteractivo.com/
Mis ansias, por acudir a la pista de baile, aumentaban por instantes. La creciente aglomeración de pisadas sobre la tarima, ya era suficiente para permitir una multitud de efectos multimedia tridimensionales, diseñados por el pincha-escenarios favorito del momento, debido a la transformación piezoeléctrica de la energía utilizada en cada paso de baile.
Aquel era el lugar preferido para chatear para, aproximadamente, el 79.71% de los usuarios, según una encuesta en la que acababa de participar, aportando mi 1.8181 periódico mixto por ciento a favor de la mayoría. No obstante, mi atención visual, había sido sucumbida por la hermosa piel morena de la sesera de una joven, que portaba un largo y voluminoso cabello teñido de transparencia y que pertenecía al 20.29% complementario.
Su mirada, estaba oculta por una pantalla de microled, incluida en la versión más pijotera de gafas de realidad aumentada jamás inventada, la llamada “ojos de moda”. En su lugar, unos ojos de tigresa domada, que confundían al software de reconocimiento facial instalado en mis lentillas y configurado para buscar coincidencias en imágenes subidas a la red, fluctuaban en direcciones aleatorias, con una velocidad proporcional al movimiento de su cuerpo.
Sus labios, teñidos de un pintalabios compuesto de nanorobots, reflejaban longitudes de onda del espectro electromagnético, que oscilaban entre los seiscientos y seiscientos cuarenta nanómetros; magnitud cromática que evaluaba la frecuencia de los latidos de su corazón.
Fuente: http://www.revista-gadget.es/reportaje/lentillas-inteligentes/
Su vestimenta no pasaba desapercibida ni para el más impasible de los observadores. Dos pantallas textiles, enlazadas con una cinta anudada en forma de lazo, cubrían la parte delantera y trasera de su tronco. Proyectaban colores fluorescentes y eran recorridas por la silueta de un pez con el color de sus carnes. Esto se conseguía mediante multitud de diminutas cámaras giratorias, incorporadas tras la pantalla, que captaban la imagen de su epidermis, para mostrarla sobre la figura. Cuando el pez surcaba sus senos, observando la silueta, se podía ver a través de su cuerpo, ya que las cámaras de la espalda retransmitían, debidamente, la imagen que captaban al otro lado del local.
Parecía divertirle bailar bruscamente, ocasionando que su minúscula falda, se levantase por completo. Cuando esto ocurría, una sensual pintura de Dalí, proyectada holográficamente, en el momento preciso, desde su cintura hasta el suelo y admirable desde cualquier ángulo, escondía sus más ocultos secretos.
Pero sin lugar a dudas, uno de los motivos por los que me sentí especialmente atraído por ella, se correspondía con la media de resultados, de todos los test de afinidad, que se desarrollaron, automáticamente, en el momento en el que mis ojos, embriagados de curiosidad, se sumergían entre la telaraña de directorios, que estructuraban la organización de los archivos, que caracterizaban su identidad. Compartíamos un patrón de incompatibilidad tan elevado, que ningún proceso de socialización se habría atrevido a sugerirnos dialogar el uno con el otro. Todo un reto desafiar a los algoritmos.
Fuente: https://www.definicion.xyz/2018/09/criptografia.html
Mientras navegaba por sus biografías, mis lentillas, provocaron la ilusión de una proyección de la imagen virtual de un directorio grisáceo, a escasos centímetros de mi frente. Sus archivos secretos, se encontraban, a tan solo, dos guiños de distancia. Quizá el espín y el alcohol, quizá un sigiloso instinto interior, me animó a pedir acceso a tan valiosa información personal perteneciente a alguien que desconozco.
Una vez realizada mi osadía, debía tener en una esquina de sus gafas algún tipo de alarma que le informase de lo ocurrido. La observé, había parado de bailar y se mantenía quieta girando muy lentamente sobre el eje de su cuerpo, observando minuciosamente toda la sala. Hasta que se quedó mirándome con fijación. Desvíe la mirada disimuladamente, hacia otros puntos de mi alrededor, y cuando la volví a observar se encontraba frente a mí, a algo más de diez metros de distancia, detrás de dos personas que justo se cruzaban entre sí.
Fuente: https://pintherest.eu/los-tejidos-y-el-dise%C3%B1o-de-moda-c%C3%B3mo-usan-el-tejido-los-mejores.html
Entonces, su blusa, era de un color más oscuro, su falda parecía más larga, y los ojos salvajes que sus gafas retransmitían, estaban bloqueados de modo que simulaban observarme directamente. Comenzó a avanzar hacia mí a un ritmo acelerado. De pronto, no podía escuchar la música, ni siquiera mis pensamientos, solo mi sangre impactando enérgicamente contra las paredes que la aislaban de mis tímpanos. Cuando estaba lo suficientemente próxima para hablarme yo me acerqué un poco más, no podía dejar que mi timidez liderase aquella situación:
— Hola. — Dijo ella.
— Hola Delia.— Contesté yo.
Nos quedamos el uno frente al otro, en silencio, durante breves instantes que debió dedicar a analizar mi perfil, mientras, yo seguía maravillado admirando nuevos detalles de su interfaz física.
Fuente: https://www.abalia.com/la-tecnologia-y-la-moda-se-unen-para-crear-ropa-inteligente/
— Ahí tienes la llave que querías.— Dijo de pronto, justo antes de que una llave dorada cruzase por delante del directorio secreto, modificando bajo mi perspectiva, su color original y permisos de acceso.
Tras listar su contenido, pude contemplar desconcertado, montones de folletos de mercadotecnia. Un total de 140 páginas web repletas de información sobre productos farmacológicos, drogas, de todo tipo. Aquella mujer era camello. Nunca me gustaron las drogas, me parecía imprescindible evitarlas en la búsqueda del auto conocimiento que para mí representa la vida, sólo tomaba unos espín mezclados con alcohol de vez en cuando.
— ¿Qué quieres tomar? — Preguntó impaciente.
No tenía nada que decirle y no le dije nada, en cierto modo me había defraudado. Fueron mis ojos los principales candidatos para comunicarle una respuesta, pero no a través de ningún lenguaje de programación ni mediante ninguna interfaz que la informática hubiera puesto a nuestro alcance, sino por medio del lenguaje natural de los ojos, un medio de expresión que el alma conoce desde el principio de los tiempos, desde mucho antes de que apareciesen las primeras palabras naturales, pero estos no tenían modo de completar la comunicación con los suyos mientras el complemento de sus gafas estuviese activo, aunque tampoco era necesario, ya que sus labios actuaban de intérpretes respecto de las reflexiones de su corazón.
Fuente: https://www.vanitatis.elconfidencial.com/estilo/2012-02-20/al-fin-unos-labios-naturales-desbordando-nsd-naturalidad-sensualidad-y-discrecion_546256/
De pronto, mis dedos, se encontraban deslizándose por su pelo invisible, mientras mis ojos, hipnotizados por esa mirada de gata, actuaban emancipados del resto de mi cuerpo. Me mostraron la imagen de sus labios amarillos anaranjados que me decían muchas cosas sin moverse, salvo por un leve temblor nervioso. Me decían que me acercase más y así hice como poseído por una fuerza superior, como cuando un electrón penetra en un campo eléctrico provocado por una carga opuesta, me acerqué sin poder remediarlo ni tratar de hacerlo.
Acaricié la piel de su cuello y ella me acarició con su respiración, sus labios, entonces, eran de un naranja tan intenso que parecía rojo. No, eran rojos, un rojo vivo, como la lava de un volcán embravecido que bordea a dos corazones bailando apasionadamente sin atreverse a dañarlos. Pero fue después cuando llegaron a la cumbre de la hermosura, cuando emanaban un color que mis ojos no podían llegar a interpretar y éstos me engañaban mostrándome un rosa carnoso irresistible que terminó disolviéndose por mi boca y por mi cuello.
— ¿Te gustaría ver de llover? A las tres y media se riega el parque de Gauss. — Exclamé con voz temblorosa cuando volvió a haber suficiente aire entre los dos como para poder hacerlo vibrar con mis cuerdas vocales.
— Sí, me encantaría si es contigo. — Contestó Delia mientras desempaquetaba una dosis de pasión.
— ¿Quieres una? — Me insinuó.
— No, no quiero, y me ofende que tú la necesites.
— No la necesito, es increíble lo que siento estando tan cerquita de ti, con tus brazos rodeando mi cintura, es como volar entre las nubes mientras el sol baña mi cuerpo, envolviéndome con su luz incandescente. Por eso la tomo ahora, para elevar esta experiencia al máximo y me gustaría que tú me acompañases en ella.
— Lo siento no lo haré, para mí este momento es especial y hermoso tal y como es, y no quiero sentir nada distinto de lo que estoy viviendo.
— ¿Sabes?— Dijo algo molesta. — No te vendría mal tomar algo para la memoria de vez en cuando, tienes demasiadas notas recordatorias apiladas sobre tu escritorio.
— ¿Cómo? ¿Has hackeado mi escritorio? ¡Eres una caja de sorpresas!
Acto seguido cogí su mano y nos dispusimos a salir del local al tiempo que ella colocaba bajo su lengua aquella gominola.
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Caminábamos en silencio como dos desconocidos que ansían saberlo todo el uno del otro, sumergiéndonos bajo el océano de terabytes que, a lo largo de nuestras vidas, habíamos hecho desembocar bajo la red. A veces, ella apretaba mi mano con firmeza y yo la observaba para rendir culto a la sonrisa que me dedicaba. Cada vez que esto ocurría, me planteaba que estaba junto a la prueba que siempre había buscado, la prueba de que los algoritmos no son infalibles. Una sonrisa suya era suficiente para hacer tambalear todo el conocimiento que, tras cientos de miles de años de evolución humana, se encontraba sintetizado en una estructura superinteligente que continuaba expandiéndose y aspiraba a gobernar cada uno de nuestros pasos. ¿Acaso esa sonrisa simbolizaba la fórmula maldita temida por todos los matemáticos desde tiempos de Gödel? Jamás podría demostrarlo, porque, a pesar de nuestra incompatibilidad, estábamos juntos.
— ¿Ves esa estrella de ahí? — pregunté, señalando un cuerpo celeste por encima del horizonte de la calle.
— No es una estrella, es Ceres. Orbita alrededor del parque siguiendo una aproximación a escala del recorrido que Gauss calculó.
— ¡Qué difícil es ser romántico en la era de la información!
Cuando llegamos al parque, ya había empezado a llover. Las plantas que lo poblaban estaban modificadas genéticamente, para necesitar sólo dos riegos al año. La lluvia era una especie de niebla gruesa demasiado pesada como para mantenerse flotando permanentemente en el aire. Había bastante gente disfrutando de aquel espectáculo, respirando la humedad, sintiendo el frescor en sus pieles y recogiendo, con instrumentos de lo más ingeniosos, algunos centilitros que llevarían consigo para consumir y reciclar innumerables veces. En nuestro tiempo, tenemos más riquezas que cualquier rey, cualquier emperador o cualquier hombre rico de cualquier otra época de la historia de la humanidad, al alcance de nuestros ojos y de manera casi instantánea, sin embargo, escasea lo más básico.
Fuente: http://sinwatourdreams.blogspot.com/p/blog-page_54.html
Delia y yo comenzamos a ascender por el puente de la curva normal; allí no caía agua y el cielo estaba parcialmente despejado. Bajo nosotros, un embalse repleto de grafitis servía de cobijo a algunos vagabundos, pero en la otra realidad pudimos contemplar maravillados un inmenso manantial poblado de vida: montones de peces, delfines, ballenas, focas, tiburones, hasta un barco pirata y un submarino, incluso un monstruo críptido escondido en lo más profundo que pocas personas afirmaban haber visto. Era un proyecto impresionante de software libre. Cuenta la leyenda que, si una pareja se sitúa justo en la mediana del puente y diseña una criatura para que forme parte del ecosistema, tendrá suerte y fecundidad en su relación.
Una vez que estuvimos en el punto más alto, nos descargamos una plantilla de pececito. Delia le dio un color fosforescente, unos dientes como de león y unas branquias. Yo le añadí una aleta de tiburón y una cola fuerte. Ella programó sus movimientos, le enseñó a nadar y a saltar sobre el agua. Yo le enseñé a morder y a defenderse. Cuando estuvo listo, lo liberamos; tal vez nunca volviésemos a verlo.
— ¿Crees que será feliz? — me preguntó Delia.
— Lo será, está programado para serlo — contesté mirándola como embobado. Ella se quedó un rato pensativa.
— ¡Mentiroso! — dijo después, riéndose.
La abracé justo antes de que una explosión iluminase el cielo por completo. A miles de kilómetros por encima de nuestras cabezas, en el espacio exterior, dos grandes grupos de robots representando a las dos superpotencias compuestas por todas las naciones del mundo, se enfrentaban entre sí por la conquista de Marte. Pronto, una de las dos potencias tendría todos los derechos para colonizar el planeta vecino y extraer de él los metales preciosos y recursos energéticos que habían sido encontrados. Mientras, la otra podría ser condenada a volver a la Edad Media.
— ¿Acaso siempre debe haber algo por lo que debamos sentir miedo? — interrogué bajando la vista y admirando nuevamente su belleza.
— ¡Calla y bésame! — dijo ella, abrazándome con fuerza.
Me acerqué a sus labios rosados y los acaricié lenta y suavemente con mi lengua. Después, y sin dejar de abrazarnos, sentí la necesidad de distanciarme un poco. Nuestros ojos solo se conocían por foto, no se habían besado aún. Cogí con firmeza y delicadeza las patillas de sus gafas. Ella respiró profundamente cuando supo que en unos momentos quedaría prácticamente ciega, pero no le importaba, porque, aunque solo pudiera procesar imágenes de un mundo hostil y frío, aún podría contemplar todo aquello en lo que en ese momento quería centrar su atención.
Fuente: https://verdecora.es/blog/pez-betta-cuidados-alimentacion
Una luz roja y unos molestos pitidos me impidieron desnudar su mirada. Era una alarma meteorológica; la tormenta se había cargado eléctricamente y permanecer allí se había vuelto muy peligroso. Descendimos por el otro extremo del puente y recibimos un mensaje de socorro que un niño pequeño emitía broadcast. Inserté las coordenadas que nos remitía en el GPS y fuimos en su búsqueda. Lo encontramos junto a la rayuela de los mínimos cuadrados. Estaba tirado en el suelo con la rodilla ensangrentada; se había caído presa del pánico al comenzar a huir. Delia lo cogió en brazos con delicadeza para no interrumpir el trabajo que los nanorrobots estaban efectuando sobre la herida. En la puerta de salida, nos encontramos con los padres del muchacho. Habían recibido las llamadas de socorro y se dirigían hacia nosotros. Dejamos al niño junto a ellos; ya podía caminar parcialmente y se abrazaron los tres, llorando y riendo.
Por fin estábamos a salvo, pero necesitábamos hacer ejercicio para que nuestras constantes vitales, alteradas por el estrés, se ajustasen a los límites aconsejados. Cogidos de la mano, con nuestros dedos entrelazados, comenzamos a correr calle abajo tan rápido como éramos físicamente capaces, ya que no nos molestamos en activar la estructura exoesquelética de nuestro calzado. Después de torcer una esquina, bordeamos otra y seguidamente otra y en un momento de conexión mística, nos miramos de forma totalmente sincronizada. Entonces comprendí que, en realidad, estábamos huyendo; tratábamos de escabullirnos de la información e intentando correr más rápido que el determinismo, fantaseamos con la absurda idea de estar perdidos en un mundo del que no es posible escapar.
Nos detuvimos exhaustos al final de una travesía switch—case, por no saber qué camino tomar.
— ¿Alguna vez te has dormido navegando? — me preguntó Delia respirando compulsivamente.
— Sí, es una experiencia impresionante a la vez que peligrosa. A veces he hecho cosas que, conscientemente, jamás me atrevería.
Existen muchos entornos en los que las interfaces de usuario son tan intuitivas y están tan integradas al ser humano que es posible manipularlas en estado onírico. Pero, en ese momento, no necesitábamos estar dormidos ni conectados para soñar. Volvimos a abrazarnos y nuestros labios se hicieron uno. Mi lengua peleó contra la suya y venció conquistando su boca, su corazón masajeaba mi pecho, apreté su cintura contra la mía presionando sus nalgas y me comunicó con un suspiro agudo que estaba sintiendo mi erección. Di un paso hacia delante y ella, un paso hacia atrás, apoyándose en un coche que emitió un silbido. Este sonido nos informó de que el automóvil era compatible con el agente de automóvil que Delia poseía en la nube.
Subimos al coche sin dudarlo, como si un ángel encargado de que tuviéramos una velada perfecta lo hubiera puesto ahí en el momento en que deseábamos utilizarlo. Delia se puso al volante; yo, en el asiento de al lado. El coche que debía ocupar ese hueco ya estaba esperando a que saliéramos. Conducirlo manualmente permite reducir el gasto de una divisa digital cuyo monedero está integrado en su arquitectura. Esta divisa la utilizan los vehículos para comunicarse enviándose pagos entre sí, cuya cantidad codifica información destinada a ponerse de acuerdo en el Internet de las cosas.
Fuente: https://www.ptcarretera.es/carreteras-inteligentes-un-paso-hacia-el-futuro/
Avanzamos a ciento ochenta kilómetros por hora por la avenida de la Evolución, una de las más contaminadas de la ciudad. Abundantes anuncios de las más importantes corporaciones del mundo nos acosaban durante nuestro recorrido. En la era de la información, la publicidad se considera la principal fuente de contaminación. Al mismo tiempo, una habitación equivalente a la que podíamos permitirnos uniendo nuestros derechos, avanzaba hacia nosotros por los raíles de los edificios. Delia me observó leyendo el cuentakilómetros angustiado; el GPS debía de haberla multado ya varias veces.
— Tranquilo, está crackeado — dijo, analizando mi preocupación.
Cuando llegamos a la habitación del hotel distribuido, nos sorprendió El lago de los cisnes de Chaikovski y un cielo estrellado del siglo XX, proyectado sobre el techo. Nuestras ropas se deslizaron hasta caer al suelo. Liberamos las claves privadas que desencriptaban la información que permitían a miles de millones de nanorrobots unicelulares unirse entre sí para generar una copia exacta de nuestros cuerpos. Nos tumbamos los cuatro en la cama e hicimos el amor a nuestros clones robóticos, que se adaptaban completamente a nuestros sentimientos y cuerpos, sincronizando múltiples orgasmos y reproduciendo cada uno de nuestros movimientos.
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