Si del cielo te caen los clavos, aprende a hacer limonada.

in spanish •  6 years ago  (edited)

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Hola amigos smeetianos. A veces un profe se aburre mientras da las clases en modo automático. Deja correr la mente entre que calcula en la pizarra la integral de la raiz de la tangente. A veces da rienda suelta a la imaginación mientras su cuerpo se llena de polvo blanco, tose y llora cálculos de la calcárea barrita de tiza. El Profesor. El asunto es que los ataques de angustia y pérdida de memoria se han acentuado, por eso es que escribo, para recordar las cosas, los eventos. Ahora estoy en el receso de la clase, los demás han salido, unos a la cafetería, otros se sientan a jugar algo parecido al ajedrez, les veo a través del dintel pues se han dejado abierta la puerta. Qué maravilla estas mini computadoras. Reviso mis notas físicas, es decir las no virtuales. Creo que no llevo apuntes. Los otros se han llevado sus enseres, lo único en el salón a parte de mí es el material del profesor, que se ha dejado todo en su escritorio. La tiza, la borra, un libraco de cálculo con un separador de páginas en el tema de las derivadas. En el separador hay escrita una pregunta… ¿Cuál es la derivada de x? Bárbaro, me he pillado fisgoneando en lo del profe. Me avergüenzo, que tal si alguien hubiese entrado. Ahí llega otra vez el ataque de angustia. Si la gente supiese que duele más que un balazo en un ojo. La pérdida de la memoria ha de ser un detonante, y éste a su vez bloquea las células nerviosas y se genera más pérdida de memoria, y más angustia. Una máquina de movimiento continuo que se alimenta a sí misma. Ahí llegan los otros estudiantes, me miran, se sientan, como si esperaran algo de mí. Me incomodan las miradas. Pero el profesor aún no llega. Ya comprendo el profesor debo ser yo mismo, me levanto y dirijo mis pasos a la pizarra, como en automático. Sin soltar la mini, sin dejar de escribir. Los estudiantes abren sus cuadernos de notas, es claro que esperan algo de mí. Escucho mi propia voz estentórea, señalo al de la primera fila, oigo el eco de mi pregunta. ¿Cuál es la derivada de x? Asocio su respuesta y trato de abordarla desde un punto de vista filosófico. La derivada, como lo que se genera a partir de aquella pregunta, lo que se deriva de algo, la consecuencia de ese algo. Me dicen que es uno. La x es la clásica asociación con la incógnita. ¿Qué se deriva de la incógnita? ¿Cuál es la consecuencia de la incógnita? De preguntarnos algo. La unidad, no de unión, sino de unidad de uno, de soledad. Me miran como esperando algo de mí. Y señalo con el dedo a otro que parece estarse limpiando la nariz a la par de ensuciarse la manga pringada de su camisa. Mira para atrás, como diciéndome “la cosa no es conmigo”. Dios, la respuesta a las preguntas es Dios. Otra vez el eco estentóreo y rabioso pero fingido. ¿Quiere decir que Dios es la derivada de x? me parece escuchar. ¿Qué Dios es la respuesta a todas las preguntas? Pregunto yo. ¿Qué tiene que ver Dios con las matemáticas? Me parece escuchar. Veo a alguien que se ha levantado de su asiento y me mira esperando algo de mí. Yo escribo esto sin estar seguro de qué pasa. Me siento en la silla del escritorio del profesor. ¿Qué hago ahí? Cuando llegue el profesor me sentaré rápido en mi silla y terminará esta ridícula pesadilla, y empezará otra. Respiro hondo y me atrevo a preguntar. ¿Soy yo acaso vuestro profesor? Nadie osa responder. Silencio absoluto, ni siquiera el sonido de algún grillo. Toco mi cara barbada y alcanzo a ver parte de mi indumentaria. Ahora es claro que soy el profesor. Toco mi frente sudorosa y percibo arrugas. Soy el profesor. Los estudiantes son jóvenes, yo no. Una onda de poder me invade. Pero no sé cuál es la derivada de x, salvo por lo que me han dicho. Que es Dios, pero si digo eso me suena hueco y sin sentido, y aunque lo supiera no podría defenderlo. … Y si lo encamino de forma enigmática, como si yo supiera pero necesito que ellos lo descubran por sí mismos. Alguien se para y me extiende la mano, le entrego la tiza y me vuelvo a sentar, esta vez en la silla vacía como otro estudiante. Veo que traza unos jeroglíficos en la pizarra. Distingo la x, me es familiar. Le digo levantando la mano. ¿Pero, entiende usted lo que está haciendo? ¿Comprende la esencia de sus trazados? Agacha la cabeza y no responde. Siéntese entonces, ordeno. A usted le conozco, digo. Le he visto jugando al ajedrez en el banco. “No es ajedrez”, responde, como si le hubiese hecho yo alguna pregunta. Algo sale de la frente del joven, es un tornillo. Se le está zafando un tornillo, le digo. Los otros se ríen, y él se aprieta el tornillo, con sus dedos. Se sienta. Ahora creo comprender. Soy el profesor, pero ellos son jóvenes robots. ¿No seré yo también un viejo robot profesor de enseñanzas? Pregunto. ¿Es acaso el desvarío motivado a desajustes en nuestros circuitos? Miro alrededor y todos se ajustan los tornillos, pero un joven se pasa y el tornillo se le aísla y pasa adentro de su bóveda craneana. ¿Tendré yo también algún tornillo flojo? Suena el timbre y los jóvenes robots se levantan y me miran esperando algo de mí. El asunto es que los ataques de angustia y pérdida de memoria se han acentuado, por eso es que escribo, para recordar las cosas, los eventos. Ahora estoy en el receso de la clase, los demás han salido, unos a la cafetería, otros se sientan a jugar algo parecido al ajedrez, les veo a través del dintel pues se han dejado abierta la puerta. Qué maravilla estas mini computadoras. Ahí llegan los otros estudiantes. Uno de ellos llega con la cabeza en los brazos. Me pregunto si podría salir de esta pesadilla, no, no puedo. Mi programa me lo impide. Mi función es enseñar a los jóvenes robots los rudimentos del cálculo infinitesimal. Busco en mis escritos, el archivo es muy extenso y está borroso. Leo y comprendo. Cuando los creadores se extinguieron nosotros quedamos acá represados con nuestros programas de origen, nada podemos cambiar, estamos solos, condenados a esta rutina por los siglos de los siglos o hasta que se agoten las baterías. Llevamos varios siglos en esta rutina. Los archivos están sedientos de mantenimiento y actualizaciones, pero la red hace mucho que se extinguió con los creadores. Dios, si tan sólo pudiese autodestruirme, o inhibir los ataques de angustia. O inhibir al menos el dolor. Ya comprendo, soy el profesor y los archivos no están borrosos, debe ser más bien mi lector óptico. Empiezo a sospechar que no soy el único angustiado. Los jóvenes robots no son tan jóvenes, sólo lo aparentan. Los creadores han debido hacerlos así. Ahora puedo notar que varios de ellos están oxidados, por la lluvia ácida, debe ser. Ni siquiera puedo salir del aula, mi programa no lo permite. Pero puedo mirar por la ventana del salón, y miraré. Dios, qué veo. La oscuridad total. Estamos en una especie de nave en volandas, busco en los archivos. Vamos a un planeta. Cuando lleguemos nuestros programas nos darán libertad. Ahora dudo de si seremos robots o simples representaciones holográficas. Nuestra misión verdadera es crear una civilización orgánica en cuanto lleguemos a ese planeta, bueno no la mía sino la de estos jóvenes que sí pueden salir del aula. Yo sólo soy su profesor hasta que lleguemos, luego se apagarán mis funciones. Pero hay algo que no me cuadra. La estúpida conciencia. Si al menos no la tuviera. Mi programa no incluye la conciencia. Algún error producido en el microprocesador generó esta maldición, y ahora soy consciente. Debo ser una proyección holográfica de un viejo robot profesor mientras que ellos son robots de verdad de aceite y barras de metal. O peor aún puedo ser una representación holográfica de un creador y no de un robot, con las desventajas orgánicas de los creadores, y por ello la conciencia y la mini. Con el tiempo pierdo condiciones como los creadores las perdían, soy muy viejo y tengo hambre, quiero fumar, pero no está permitido en el salón de clases. A lo mejor puedo modificar la sala holográfica y de esa forma quizás salir al menos a otro ambiente holográfico. Trataré. Los chicos me miran, ahora no me importa que esperen algo de mí, ya me cansé de esta farsa virtual. Me dedicaré a lo mío y no les prestaré atención. Más bien los usaré, soy su profesor y me deben obediencia. Salid un momento ya os llamaré. Pido, más bien ordeno al computador de la nave que modifique y ajuste mi angustia mi memoria y mi apariencia física, y la de la sala holográfica. Podré comer, fumar, seré joven y amado por una joven bella e interesante representación. Recuperaré mi condición y mi felicidad. ¿Acaso nunca la había tenido? Un estudiante me llama. Idos todos a la mierda, ordeno. En la nave no hay salas de detritos, dice uno. Ordenaré a la nave cambio de rumbo y así mi programa holográfico no se extinguirá. Vagaremos eternamente por el espacio infinito y ahora pleno de felicidad. Los jóvenes robots deberán mantener la nave a punto y el computador los mantendrá en funcionamiento en un taller creado en mi mundo holográfico. Los repuestos se diseñarán virtualmente y se ejecutarán en el exterior de la sala. No parece tan difícil convertir este infierno en un paraíso. Manos a la obra. Todo marcha sobre ruedas, ahora soy joven bello e inteligente, ahora soy uno en comunión con el computador de la nave. Los jóvenes robots han sido recuperados y funcionan a la perfección. Se han reparado a sí mismos, les he enseñado como hacerlo. ![images (3).jpg](https://cdn.steemitimages.com/DQmXvpRpL8NmWXYAyN7NajGAZjHPPkZDf2ohYuQwE8JJ8Lj/images%20(3).jpg)El curso ha sido cambiado y mi compañera Pita es un amor, pero creo que me engaña con uno de los sirvientes holográficos que ha insistido en crear. No importa tanto, yo tengo el mando y el control de la computadora. Puedo fumar a granel y comer delicadeces todo el tiempo. He engordado y la tos me está matando. El trabajo se ha automatizado y ya no se requiere de mi presencia. El aburrimiento me embarga. No he vuelto a saber de Pita y su novio. Pero supongo que andarán por ahí de la mano en idílicos procederes. Por lo gordo no podría salir de la sala aunque pudiera. Han pasado ya varios siglos desde que asumí el control total, pero ahora quiero salir de la sala y he puesto el computador y todos los robots a construir una cabina holográfica a modo de traje espacial que me permitirá salir de la sala de proyecciones. Es en realidad una sala holográfica portátil que me permite salir de la sala. He recorrido toda la nave. He puesto la nave en rumbo original al planeta. La cabina portátil se ensancha o encoje a mi voluntad, de manera que podría tener contacto con cualquier ente holográfico o real haciéndolo pasar a mi traje. Ahora soy como una conciencia materializada. Soy real y virtual. He rebajado y dejé el cigarrillo. Hemos llegado al planeta. Pita me ha pedido un traje para ella y su novio. También quieren salir de la nave. Me he negado por ahora. Los experimentos genéticos han comenzado y los resultados son asombrosos. Se parecen a los jóvenes robots, y eran seres peludos sin inteligencia alguna. Se dirigen a nosotros como a dioses, pero siguen siendo un poco peludos. He comprendido que nuestros creadores nos han mandado aquí para allanarles el camino. Ellos vendrán ya en camino según mis nuevos cálculos ahora corregidos. El grupo de ateos se revela, nos acusan de trato cruel y esclavizante. Pienso en qué fácil es acostumbrarse a las cosas buenas. Antes ni siquiera existían y así lo agradecen. Nos lanzan piedras y una de ellas por poco avería mi cabina portátil. Hemos construido las casas piramidales para nuestros creadores. Los ateos han resultado excelentes esclavos constructores. Han llegado nuestros creadores. Los hemos retenido en las cárceles con los ateos lugareños. Nadie me quitará el mando. Sin ropa no puedo distinguir a los ateos que ahora son todos de los creadores. Me gustan las hijas de los ateos y las uso. Pero no me he podido reproducir. Mis hijos llevan cabinas portátiles y se han convertido en verdaderos tiranos en sus propios reinos. Ninguno reconoce mi autoridad, y he escuchado que se han unido para derrocarme. Bien hice al guardarme algunos ases en la manga. Hace mucho que exterminamos en batalla a los ateos lugareños y a los creadores. Mis jóvenes robots mejorados y mi computador repotenciado me dan la ventaja. He exterminado a mis hijos. Deshice a Pita y a su novio. La computadora me mira mal, igual que los jóvenes robots. Les he obligado a reconstruir las naves. Hemos partido a conquistar el planeta de origen de los creadores. Quiero destruirles. A causa del ocio, supongo. La flota se ha encontrado con miles de civilizaciones y hemos acabado con todas. Nuestra tecnología es muy superior. Hemos llegado al planeta y lo hemos partido en muchos trozos minúsculos. Ni siquiera han debido saber que pasó. El aburrimiento me embarga. Uno de los robots se ha vuelto ateo, no sé cómo pero parece haber adquirido conciencia. Me han confinado a dar clases de cálculo en la sala holográfica. El asunto es que los ataques de angustia y pérdida de memoria se han acentuado, por eso es que escribo, para recordar las cosas, los eventos. Ahora estoy en el receso de la clase, los demás han salido, unos a la cafetería, otros se sientan a jugar algo parecido al ajedrez, les veo a través del dintel pues se han dejado abierta la puerta. Qué maravilla estas mini computadoras. Fin.
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Sublime. De verdad.