En el siglo XVII, cuando en todo el mundo occidental eran frecuentes los casos de brujerías, con la consiguiente persecución y quema de hechiceras, abundaron los de posesión llamada diabólica. Más tarde, la psiquiatría atribuyó tales fenómenos a la histeria, y explicó de manera satisfactoria algunos casos. Pero ¿fueron siempre convincentes las explicaciones de la ciencia? Yo pienso que no.
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La señora Jacqueline Maliay despertó estremecida de horror. Había tenido una pesadilla en la que cientos de hombrecitos caminaban por una llanura ilimitada. Parecía un paisaje lunar, en el que sólo había muerte y angustia. Quedó un rato inmóvil. Miró a su esposo, que dormía apaciblemente a su lado. Oyó reír en sueños a su hijita. "Un sueño tonto", pensó, y se volvió a dormir.
Pero una hora después se levantó. Se sentía lúcida y sabía que iba a hacer, como si se hubiese apoderado de su mente una fuerte voluntad y la manejara a su antojo. Fue a la cocina, cogió un cuaderno que le servía para anotar las sugerencias para la tienda, y se puso a dibujar. Era un mapa tan detallado como incomprensible. Su esposo despertó y se acercó a ver qué sucedía en la cocina. Le llamaron la atención los dibujos tanto como los sonidos guturales que salían de la boca de su mujer.
Quiso llevarla a la cama, pero ella se negó y siguió hablando en una lengua extraña. De pronto intercaló algunas frases en francés, y poco después la mujer despertó del trance y reconoció a su esposo. Él contó la experiencia, pero Jacqueline no pudo dar ninguna explicación.
Como no fue esa la única ocasión que su mujer se portó de modo extraño, el señor Mallay la llevó al médico, pensando en un agotamiento nervioso. Pero fue hallada normal, y el médico recomendó únicamente un calmante suave. Luego aconsejó que el señor Mallay acompañara a su esposa a ver a un psiquiatra. Pero el hombre prefirió grabar las palabras de su esposa, y llevó la cinta grabada a casa de un tal doctor Azoylay, experto en lingüista y arqueólogo además de estudioso aficionado a la historia egipcia y bíblica
El doctor escuchó la grabación y recibió una sorpresa. Reconoció en las palabras de la mujer la lengua sagrada de los hijos del Nilo, el idioma reservado a los faraones y a los supremos sacerdotes, cuya pronunciación había permanecido en el misterio hasta ese año de 1958, cuando conoció a la señora Mallay.
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Resultaba que Jacqueline había sido testigo de la construcción de una pirámide, de la cual había reproducido los planos con escrupulosa exactitud. Se aventuraron las más atrevidas hipótesis. Se habló de reencarnación, de viajes por el tiempo. Se dijo que la mente de la mujer tal vez fue proyectada al pasado, mientras su cuerpo seguía en la época actual. ¿Se trataba de recuerdos atávicos despertados con toda intención por alguien desconocido? ¿Acaso es posible adueñarse a la distancia de una voluntad con la cual no existe ninguna afinidad?