Todos vemos cómo la violencia político militar evoluciona en nuestro país. Las fuerzas gubernamentales han escalado desde el control del orden público en manifestaciones pacíficas, a ejercer una violencia represiva intensa no solo sobre manifestaciones callejeras sino también de manera reiterada sobre espacios urbanos específicos. Su resultado ha sido pasar de lesiones personales a masacre. El calificativo no es una ligereza. Todos pensamos en la guerra conducida por la ETA como una muy cruenta y lo fue. Fue un terrorismo atroz. Pero al comparar las cifras de muertos desde 1998 hasta el alto al fuego permanente y verificable ocurrido en el año 2011 con las de Venezuela durante los últimos tres meses, la diferencia es abismal. Mientras durante esos 13 años se produjeron en España 58 muertos a causa del terrorismo etarra, en Venezuela durante tres meses se han producido casi ochenta muertes en eventos en los que abundan los videos y testimonios de barbarie represiva.
Del lado de la oposición observamos un tránsito desde las manifestaciones pacíficas hasta proliferar la presencia de espacios urbanos que se rebelan, fortifican y crean muros de resistencia en abierto desafío a las fuerzas del régimen.
El guión descrito es parte de un patrón muy típico de la escalada de violencia observado en varios países donde los gobiernos han perdido la legitimidad e intentan recuperar o mantener la gobernabilidad mediante el terror policial-militar, como en la Siria actual, por ejemplo. Cuando no logran acallar la protesta el resultado final puede ser la guerra civil como en la misma Siria o una dictadura como en tiempos de la Unidad Popular chilena.
Ciertamente estamos bordeando los terrenos de una guerra civil, pero para que se materialice hace falta bastante más que sólo bordearla. Es necesario también que existan dos ejércitos con suficiente apoyo poblacional cada uno como en la guerra civil española y en nuestro país las armas están de un lado y la población del otro. Se trata de un enfrentamiento muy asimétrico. A juzgar por ciertos informes las FANB, aunque bastante efervescentes hoy día, están tan penetradas por el G2 y fragmentadas que no es fácil organizar un pronunciamiento grupal significativo. Pero es de señalar que para mantenerse en el poder el régimen necesita a todas las FANB, mientras que a sus oponentes le basta con una fracción del mismo para poder tener posibilidades de triunfo. Por otro lado, de un ejército no puede salir una población pero de ella si puede salir un ejército y eso fue lo que pasó en Siria y en la Cuba de Batista cuando surgió un grupo guerrillero exitoso.
Para su solución final la facción dominante del régimen ensaya simultáneamente el terror con la población, un cambio total del marco constitucional y alistarse para la guerra final. El terror policial y el militar operan de modo distinto. Mientras el policial puede terminar por paralizar a la oposición civil y tender a anular a la dirigencia política, como es el caso de las dictaduras cubana y norcoreana, el militar, en cambio, parece incentivar la resistencia, como lo testimonian las pasadas dictaduras argentina y chilena y, es lo que está pasando en Venezuela. El gobierno puede que logre su objetivo de refundar la república, pero lo más probable es que con ello cancele sus posibilidades institucionales de mantenerse en el poder al acelerar la condenatoria internacional por violación de los derechos civiles, políticos y sociales de la población y se vería imposibilitado de comerciar con el exterior, lo que no le asegura ni siquiera sostenibilidad.
La cúpula libra una lucha por mantener su control sobre los recursos nacionales. Se trata de cuidar un negocio, no de una épica ideológica, y el terror por las sanciones por los delitos por el uso discrecional y personal que han hecho de dichos los bienes nacionales les hace imposible pensar en el abandono del poder democrática y pacíficamente.
Aún cuando la hoja de ruta del régimen apunta deliberadamente hacia la guerra por los tres caminos antes mencionados, y el empeño del gobierno luce estar en lograr este escenario por cualquier vía, parece poco probable que puedan desarrollarla por largo tiempo incluso aunque dominen una parte rica en recursos negociables tal como lo hizo ISIS adueñándose de parte de Siria e Irak, imponiendo un régimen de opresión y terror sobre la población. En pocas palabras, quizá el gobierno logre su constituyente, quizá incluso realice acciones militares contra objetivos opositores pero no tiene viabilidad, financiera, política, administrativa, operacional, ni posiciones estratégicas claves como para adelantar una guerra ni siquiera corta o mediana. Da la impresión que este afán guerrerista oculta una vocación suicida impregnada de un profundo egoísmo: o la nación es para nosotros o para nadie. Es lo que deja traslucir su consigna o constituyente o nada. Por supuesto que hay otras opciones distintas a la guerra pero de ello nos ocuparemos más tarde.
fuente: http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/habra-guerra-civil-venezuela_657734
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