II
El refugio se encuentra en una buhardilla.
En esa época no había ascensor
y sigue sin haberlo.
Cinco pisos de escalera casi vertical.
Me olvido de mi vértigo y subo con todo
el valor que puedo reunir.
La madera cruje.
La misma madera que pisé
hace 61 años buscando escape
de un mundo marcado
por la resignación.

Despojo los muebles de su
blanca mortaja.
El sofá es el último en ser descubierto
como si pudiese encontrar en él algún viejo rastro de mí.
Abro las ventanas para que la luz
marque senderos etéreos.
Sacudo las cortinas.
El polvo baila en el aire
como hexágonos de hielo,
imitando la atmósfera
de una estación que se aproxima,
que me aproxima,
a lo que he vivido antes.

Recuerdo que precisamente una
Navidad me senté, abrigado,
en este mismo sofá,
escuchando la radio,
leyendo el periódico,
contaminando mi cuerpo
con cafeína y nicotina.
Ahora recuerdo por qué me
Sentía tan mal en aquella época:
El sobretodo viejo de un padre que
Jamás me quiso
y sombreros fuera de moda,
parecía un hombre anciano fuera
de tiempo.
Escuchaba a Louis Armstrong
pero ya no podía creer que el
mundo fuese maravilloso.
Tras dos guerras,
¿qué más podía esperar
de él, si además, yo estaba
en guerra contra todos.
Tras cada discusión, los demás me
sepultaban en una avalancha.
Surgía de entre los
hexágonos helados y, con los labios
del color de las uvas, murmuraba:
“por supuesto que duele”.
El frío excesivo en contraste con
un calor intenso me recordaba mis propios
cambios de humor
sólo que, esa vez, el termómetro llegó
hasta unas simas heladas de las que
no pude escapar.

III
Algo me trajo hasta aquí
y desde entonces
me ha acompañado.
Salgo del apartamento.
Bajo las escaleras con lentitud.
Camino por las calles, sin guía.
Puedo recordarlo todo perfectamente.
Si me preguntaran podría decir cuáles locales
estaban allí hace 61 años y cuáles no.
Mis piernas se cansan pero no me molesta.
Siempre he preferido caminar
antes que usar el transporte.

Finalmente, llego al cementerio.
Es extraño, pareciera que hubo una
especie de reunión anoche.
En vez de seguir un orden en el camino
o preguntarle a alguien –yo fui un extraño
para todos por aquí-, prefiero deambular
libremente hasta dar con mi tumba.
En mis cavilaciones, había pensado que me daría
una especie de shock al ver mi último sitio
de descanso, o que lloraría o algo así.
Pero heme aquí:

Bernardo Castillo
1928-1989

No pasa nada.
Tal vez lo estoy manejando con calma.