Hoy le escribo al destino
y le suplico
saber las razones
que tuvo para poner en mi camino
a personas
que no quisieron navegar conmigo.
Me sentí como un equilibrista
buscando las maneras
para hacerles sonreír,
pero nada de eso bastó,
pues al final del acto
caí en picada
y en el suelo no había una red
que me pudiese sostener.
Incluso me sentí como un piloto
luchando con las turbulencias
que se me presentaron
a lo largo del viaje,
pero cuando el avión se quedó sin combustible
fui el único en quedarse sin paracaídas.
Jamás he creído en la suerte,
pues pienso que todo pasa por algo
y todo está escrito.
Las personas van y vienen,
así como las olas del mar,
por eso debemos aprovechar
al máximo
el tiempo que tengamos
con cada una de ellas.
Por todo esto pude aprender
que no todo está perdido
si al final del camino
hay un buen sitio
(un abrazo)
en el cual hacer autostop
para conseguir el bienestar propio.
— Ajean Medina