Los seres humanos, a medida que crecemos, desarrollamos la habilidad para engañar. Desde muy pequeños comenzamos a decir mentiras y eventualmente nos comenzamos a engañar solos, llegando literalmente a creernos nuestros propios cuentos. Cuando eso pasa puede ser difícil distinguir la realidad de la ficción.
En mi vida le tengo miedo a varias cosas. Tengo un miedo extraño a los perros por ejemplo y no me siento muy cómodo imaginando que estoy flotando en medio del océano, sin tierra a la vista, solo agarrado de un madero y sumergido hasta el cuello en agua profunda. Sin embargo, mi mayor miedo es llegar a perder la dimensión de las propias mentiras que me he contado durante toda mi vida, al punto que me resulte imposible distinguir entre quién soy en realidad y esa imagen distorsionada de mí mismo que he venido construyendo todos estos años.
Por ejemplo, la voz en mi cabeza me dice constantemente que yo no compito con nadie más que conmigo mismo y que no me importa participar en esa carrera interminable que miro a mi alrededor por demostrar quién tiene el mejor trabajo, quién tiene los hijos más inteligentes, quién puede proyectar en las redes sociales la mejor imagen de sí mismo. ¡Mentiras! Sí me importa. Lo noto cada vez que tengo que resistir la tentación de no compartir fotos del nuevo destino al que viajé por mi trabajo, o cada vez que mis hijos llevan buenos resultados y me cuesta mucho no salir corriendo a contárselo a todos los que conozco. Y cuando pierdo esos pleitos internos y decido compartir fotos, muy seguido me descubro tomando la foto de nuevo, pues no me gustó como salí en la primera.
Desde pequeño me he sentido destinado a hacer grandes cosas de alcance global, y sé perfectamente que esos logros requerirán muchísimo trabajo. Como responsable por mi familia mi primera obligación es proveerles las cosas que necesitan en su vida y para hacerlo invierto entre 60 y 70 horas a la semana de trabajo en un empleo. Adicionalmente, si quiero llegar al nivel que busco, debo entonces aprovechar al máximo todos los demás espacios disponibles (después de las 8 pm y antes de las 7 am de los días de semana más los sábados y los domingos). La voz en mi cabeza me dice a cada rato que estoy aprovechando al máximo mi tiempo y proyecta mi autoimagen con una luz de heroísmo que me da hasta escalofríos. Para mi núcleo familiar puede parecer que me esfuerzo muchísimo y seguramente habrá más de un amigo que admire mi disciplina, mi enfoque y mi ética de trabajo. Mis expresiones confirman más allá de toda duda que en realidad soy un ejemplo de actitud ganadora. ¡Mentiras! La cruda verdad es que me levanto mucho más tarde de cuando debería, como menos saludable de lo que me conviene, me ejercito groseramente poco y si descubro una nueva serie de televisión que me resulte interesante, puedo ver temporadas completas en una sola sentada. Aun cuando me decido a hacer algo, muchas veces salto de actividad en actividad sin lograr realmente avanzar en ninguna.
El problema es que podemos engañar a todo el mundo incluso a nosotros mismos, pero no podemos engañar a los resultados. En ese sentido la vida es simple: hacemos lo necesario, obtenemos los resultados buscados. No hacemos lo necesario, los resultados no vendrán. Y cuando no vengan podemos decir que fue culpa de otras personas, de la mala suerte, de una mala economía y hasta de los malos políticos. No digo que esos factores no nos afecten, porque sí lo hacen. Pero la realidad es que cada semana, cuando analizo lo que en realidad hice versus lo que tenía planificado hacer, descubro que rara vez obtengo arriba del 50% de alcance y eso NO es aceptable. Y ahí está de nuevo esa voz en mi cabeza diciéndome mientras escribo estas líneas que yo trabajo mucho más que la mayoría y que mi esfuerzo me hace digno de obtener los resultados deseados. El problema es que el único patrón válido de comparación para mi esfuerzo es el tamaño de los resultados que busco y en esa comparación estoy quedando en deuda cada semana. Por esa razón, mi objetivo más importante para los próximos seis meses de esta segunda mitad del año que comienza en apenas 4 días y para los próximos 45 años de esta segunda mitad de mi vida que comenzará en poco más de un mes, será el mismo: dejar de engañarme solo.