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El gallo era un ejemplar fino, de vistosos colores, cuerpo esbelto y pequeño, es decir pura pluma, se encontraba solo, con actitud nerviosa y a salvaje, encerrado en un gallinero totalmente cercado. Le indicaron a mi padre que el mismo debía agarrarlo y llevárselo, y nadie más indicado que mi persona para tal tarea. La labor de atrapar el gallo no fue fácil, me propino varios picotazos y después de una lucha a muerte logre atraparlo con vida, a partir de ese momento fui encargado de lidiar con el gallo, lo ate por las patas y alas y logre inmovilizarlo. Al llegar al lugar donde acampamos amarre el ave de un árbol hasta el momento de su juicio final.
Al llegar el momento de sacrificarlo me ordenaron traer al animal y entregárselo al verdugo que era mi padre. Lo desate con mucho cuidado y en un descuido el gallo huyo de mis manos y comenzó a correr aceleradamente, mientras reaccionaba, el ave me tomo ventaja y al comenzar a perseguirlo, asustado levantó el vuelo y se elevó por la orilla de la playa hasta desaparecer internándose en un bosque cercano.
El tiempo se detuvo por un momento, y cuando voltee la mirada para ver la reacción de mi familia, note que todos los presentes en la playa habían observado con sorpresa el increíble vuelo del ave fénix. Después de reprimendas por dejar a mi familia sin la esperada comida, se resolvió el almuerzo con unas empanadas que vendía una señora en un chinguirito cercano.
Al principio sentía remordimientos de conciencia, pero me entraba un alivio cuando recordaba la forma en que ese afortunado gallo había salvado su vida.