Cualquier persona que ejerza periodismo y le digan que debe ir a cubrir al Presidente, diría que es un honor. En el caso de Venezuela, es más como cuando Tony Stark descubre que El Mandarín era en realidad un actor de teatro drogadicto (
Fueron dos las veces que pasé por ese calvario y créanme, que eso agota física y mentalmente. Lo primero porque pasas muchas horas en movimiento o estando en el mismo sitio sin hacer mucho más y lo segundo por escuchar tantas charlatenerías en vivo y directo. La ventaja de la TV es poder cambiar el canal (si tienes cable).
La primera vez fue a mediados de noviembre de 2015. Maduro vino a la zona norte de Anzoátegui a inaugurar dos obras y hacerle porra a sus candidatos a diputados de la Asamblea Nacional (AN) para ver si captaba votos a lo Chávez: levantándoles la mano a los abanderados.
Me presenté en el punto de encuentro con el fotógrafo y otros medios como a las 2:00 pm. Todos en ese momentos habían preguntado qué transporte nos tocaría para ir hasta el distribuidor que Maduro inauguraría y quedaba lejos. Había cerca un camión 350 con barandas de madera y bromeé por un rato en que ahí nos llevarían a cubrir la pauta.
Debí quedarme callado.
¡EN ESE CAMIÓN NOS LLEVARON!
Y lo peor es que en todo el trayecto estuvimos ahí, mientras Maduro revivía sus tiempos como chofer de autobús porque recorrió toda la vía y hablando por TV en todo el camino. Fueron unas cinco horas en eso que estuvo. Creo que más, incluso. Los comunistas pierden fácil la noción del tiempo y hacen que otros también lo pierdan.
En ese trayecto pasaron muchas cosas: lo vi acomodarse el pantalón mientras aún manejaba el autobús en que se puso a recorrer la zona ¡y con el pie aún en el acelerador!, noté cómo la gente que lo seguía era cada vez menor, porque solo algunos se quedaron viendo la caravana presidencial desde un sitio y no nos siguieron. Hasta vi a alguien hacerle señas obscenas y la cámara del canal de Estado lo captó. Pude ver eso luego en una pantalla gigante que pusieron en el punto de destino.
La prensa seguía viajando en ese camión de cochinos, pero al menos la falta de efectivo aún no tocaba las puertas y pudimos hacer una colecta para comprar chucherías y refresco. Fue tal vez lo mejor de todo, que pudimos comer algo mientras perseguíamos a Maduro que revivía sus días como chofer del transporte público.
Al llegar al punto, Maduro y su comitiva llegaron a la plaza Alberto Llovera (que en realidad ahora es la parada principal del BTR). El espacio era pequeño y no lo llenó. Se los puedo garantizar que estuve ahí para presenciarlo. Terminé llegando a la redacción como a las 10:00 pm, pude comer algo más en la calle y luego de terminar la nota, volver a casa. Era medianoche ya.
Justo en ese marcador gris estaba la tarima donde Maduro y varios de su gabinete se presentaron para la cháchara chavista. No llenó ni la mitad y casi toda la gente que había ahí eran militares y custodios que velaban que nadie linchara al tipo.
La segunda vez que me tocó cubrirlo era mayo de 2016. La oposición logró hacerse con el control de la Asamblea Nacional por medio del voto y esa espina Maduro no se la pudo sacar desde el día uno, incluso, quiso castigar a sus propios seguidores negándoles casas subsidiadas.
Esta vez, él estaría en una plaza en Guanta. El señor del transporte nos llevó a mí y al fotógrafo como a las 2:00 pm y en lo que llegamos, vimos carros agolpados y muchos policías preguntando. Desconfiaban hasta cuando les mostraba el carnet de prensa.
Pasamos como dos horas y algo esperando a que el tipo se apareciera, y de pronto vemos movimiento. Nos ordenan a todos colocar bolsos y carteras en una zona para que un perro adiestrado detectara lo que hubiera que se se considerara como peligroso.
Aunque causó risa, hubo quienes se indignaron, pero he de confesar que la risa que me dio a mí fue por algo irónico: ese can olfateó todo el rato el bolso de una periodista chavista (creo que al día de hoy sigue siéndolo). Ahí tenía su laptop y el perro estaba entrenado para hallar explosivos, por lo que había podido notar, así como también noté la gran paranoia que tiene el “presidente obrero”.
Guardias de todos los componentes de seguridad habidos y por haber estaban repartidos en todos lados de esa pequeña zona. Vi de cerca a francotiradores con Dragunov SVD, inclusive. Hasta diría que había más militares que partidarios de Maduro en ese lugar.
Cuando nos ordenaron salir, me entero que no nos darán ninguna de clase de refrigero, ni siquiera agua. En lo que nos dirigimos al punto de ubicación de la prensa, oigo entre murmuros de un periodista que se dice chavista pero no perdió tiempo en criticar todo lo que hacía Maduro: “con Chávez no se veían estas aberraciones. Para nada, y más de una vez lo he cubierto. Ni agua nos dieron acá”.
Luego, aparece el tipo, y se ubica en esa silla especial que todavía no sé si es para uso ortopédico o da la sensación de poder cuando la usa. Lo cierto es que al día de hoy la lleva para todas partes.
Fue como una hora y pico escuchando su retórica. Abordó su camioneta blindada y se fue con su comitiva. Mi compañero y yo no aguantábamos el hambre, así que por suerte nos quedaba dinero a ambos y fuimos a comprar algo en una tienda.
Algo que une a ambas pautas, es que no pudimos preguntarle nada. Solo iba para esos actos y ya. De poder cuastionarle algo, lo habría hecho sin trancarme.
En mi tiempo ejerciendo esta profesión, nunca me sentí tan agotado como con esas dos pautas presidenciales. Ahora mismo, dada la horrible situación es más complicado cubrirlo, pues ahora configura preguntas para que no le resulten incómodas. Por suerte, siempre hay alguien que logra evadir esa seguridad.