Me haces recordar a las hojas de otoño, que caen por si solas y son tiernas y delicadas, fáciles de romper, mientras que la fría brisa pasa te miré cayendo del árbol, y sin lugar a dudas corrí a cogerte en la palma de mi mano.
Siempre es el mismo árbol, ya sea en otoño, en primavera, en verano o incluso en la heladería del invierno, justo cuando uno se encuentra tomando una taza de chocolate caliente, mientras que arde el fuego de la chimenea, y justo en frente me encuentro recibiendo calor por todo el frío que había en la habitación.
Las tardes eran frías, y yo siempre con la misma rutina, iba al lago a pescar salmón, abría un hueco en el hielo y lanzaba una caña de pescar a él, y mientras que el pez picaba el anzuelo, yo me sentaba en el lago congelado, pensando en cosas que aún no han pasado.
No eran muy buenas las pescas, pero siempre tenía de comer. Para luego irme a rolear los troncos de los árboles y no pasar la noche con tanto frío, era un tipo de ejercicio, pero sobre todo lo hacía por mí bien.
Pasar toda una vida en el bosque no es fácil, sin embargo es una de las experiencias más bonitas que hay, el no estar rodeado de tecnología, ni del escandaloso ruido de la ciudad y sin mencionar las personas. Es un lugar donde al fin te sientes a gusto contigo mismo, y algo lo cual muy pocos viven.
Porque a pesar del cansancio, finalmente vale la pena todo esto que se vive en completa paz y armonía, escuchar el arrollo mientras el agua pasa con una corriente muy fuerte, y también los lobos maullar por las noches, para que por la tarde solo estés en un pozo de agua muy fría pensando en que será de tu día a día.