Cuando conocí lo que era el Islam (6)

in spanish •  8 years ago 

Los días siguientes, nos acompañó a visitar Volubilis.
Mi amigo era catedrático de Latín y un experto en Historia del Imperio Romano. Uno de nuestros objetivos cuando aceptamos ls invitación de Yamal, era precisamente este, aparte de perfeccionarnos en la lengua árabe. Creíamos que nos íbamos a encontrar, si no una afluencia turística masiva como en las ruinas de Roma o la Acrópolis de Atenas, sí, al menos, algún turista japonés haciendo fotos y, por lo menos, un guía turístico que cobrara un dirham por la visita.

Pues no. nuestro asombro fue que no había nadie, no había mas que ruinas inmensas, toda una ciudad romana destruida, un yacimiento arqueológico de dimensiones inimaginables. Un silencio sepulcral en la inmensidad del campo, ni siquiera algún animalejo o una lagartija escurriéndose entre las piedras. Ni un ruido lejano. ni un eco al dar una vez. Nada.

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Estuvimos toda una mañana recorriendo piedra por piedra. Mi amigo iba reconociendo la distribución de la ciudad según las dependencias de la construcción romana, los distintos templos y resto de edificaciones, los motivos de los mosaicos.

Mientras mi amigo me explicaba, Yamal se aburría y quería volverse pero nosotros lo retuvimos diciéndole que el yacimiento era de una enorme importancia, que había sido incorporado a la provincia romana hacía veinte siglos, precisamente a la MAURITANIA. Yo traté de explicarle que precisamente de esa palabra latina, de ese topónimo, “Mauritania” venía la palabra que por ignorancia algunos toman la denominación “moro” como un insulto. ya que ese diptongo latino “AU” en español se convirtió un “o”, y a los habitantes de la provincia Mauritania, se les llamó ”moritanos”, o “moritos” y por un apócope se redujo la palabra a “moros”. Ese diptongo latino “au” es muy común en muchas palabras de nuestro idioma que provienen del latín, como “auru” que evoluciona a “oro” o “tauru” que evoluciona a “toro” etc.

No obstante ,mi explicación no le despertaba interés, él estaba a lo suyo, a terminar cuanto antes la visita turística y seguir con el proceso de nuestra conversión al Islam. De vez en cuando nos instaba a largarnos de allí de una vez. Nos hacíamos los despistados y seguíamos con nuestro descubrimiento. Nos decía que qué interés podían tener aquellas piedras y aquellos mosaicos. También nos decía que los mosaicos obscenos, supusimos que habrían sido representaciones de diosas romanas con el torso desnudo, habían sido destruidos; que si queríamos que nos podíamos llevar un trozo de mosaico como recuerdo. “¡Que barbaridad! No sabes lo que dices” -le contestó mi amigo-, estas piedras y mosaicos tienen un valor histórico incalculable. Tendrían que estar catalogadas como patrimonio de la Humanidad y están aquí olvidadas al alcance de cualquier desaprensivo”. Tamal apartaba la vista. No quería ni mirar los mosaicos que nosotros analizábamos. Pensamos que sería mejor, porque ya nos íbamos percatando de que sería capaz de emprenderla a golpes y pulverizarlos

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Yamal no tuvo más remedio que sentarse y con cara de pocos amigos, mirando el horizonte infinito, esperar pacientemente a que mi amigo, a lo largo de varias horas, me fuera explicando elemento por elemento. Yo descubrí unos raíles de tren ferruginosos, semienterrados y cubiertos de hierba. Llegaban a la ciudad romana y también se perdían en el horizonte. Mi amigo me explicó el porqué de los railes que eran como de vía estrecha, pero es tema para una explicación más minuciosa. Cuando nos rendimos físicamente ya decidimos montar en el coche y volvernos. Yamal, por fin, esbozó una sonrisa.

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