El enigma de Baphomet (145) Martín llega de nuevo al monasterio de San Pedro de Montes

in spanish •  7 years ago 

El estruendo y las carcajadas, cada vez más cerca, me obligaron a galopar montaña arriba hacia el mediodía y encontré, al cabo de un buen rato, en el silencio del monte, unas piedras escritas, las mismas de las que Cerecinos y Matalobos nos habían hablado y en las que jugaban durante los tiempos de ocio los templarios de Turienzo. Otros caballeros, sobre las grabaciones de tiempos prehistóricos habían esculpido cruces bizantinas al llegar sanos y salvos después de haber luchado en Tierra Santa y también la cruz paté templaria con los cuatro brazos iguales, para que el recuerdo de las batallas fuera perenne. Había una cruz paté inconclusa,

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seguramente por haber sorprendido al templario que la esculpía, un toque a rebato. Yo la terminé en su honor y se me desgastó el filo del cuchillo que habían perdido los cobardes, como ellos mismos se llamaban.

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(Foto tomada de "https://es.wikiloc.com/rutas-mountain-bike/los-petroglifos-del-teleno-maragateria-leon-805303/photo-240930")

En otra piedra a su lado, también grabé la inscripción para que todo el mundo venidero recordara a dos valientes templarios leoneses: “Cerecinos y Matalobos”
Me rugieron las tripas y sentí hambre. Miré por todas partes y no encontré más que un poco de miel silvestre entre unos matojos.

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(Periplo de Martín. Mapa)

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Llegué al monasterio de San Pedro bien entrada la noche. La antorcha apenas lucía. Seguía la misma costumbre de dejar agotar la grasa hasta que se acabara. Di una vuelta rodeando el monasterio y reinaba el silencio. No se veía nada. Los frailes dormían el sueño más largo entre completas y maitines. Tenía que esperar al día siguiente para preguntar a Roderico si había ido Gelvira por el monasterio y dónde podía encontrarse. Mejor sería que no me viera ningún conocido.
En el valle no podía fiarme de nadie a quien preguntar nada. No podía dejarme ver ni siquiera por gente extraña.
Llegué a las puertas del convento a comprobar si Roderico seguía de portero y todavía podía pillarlo comprobando los cerrojos antes de subir a la celda, pero los cerrojos estaban echados.
La cabeza me daba vueltas y el corazón se me agolpaba contra las costillas. Parecía que estaba inmerso en un sueño en el que, por más fuerza que hacía, no podía seguir caminando.
Oí a Blanco que me llamaba con insistentes relinchos, a lo lejos, donde lo había atado. No debía de gustarle la noche tan oscura y nublada con algo de llovizna.
Sentí frío y subí a dormir a la cabaña. Inocente de mí, había pensado que la iba a encontrar igual que la dejé hacía ya muchos meses, antes de salir con los peregrinos germánicos. La mitad del techo estaba derrumbada y las piedras de la pared norte amontonadas entre los palos. Apenas me hice un sitio para pasar la noche a cubierto. Tenía hambre. Estuve buscando acederas pero no encontré ninguna. No se veía nada y las hierbas que arrancaba no eran comestibles. Le dije a Blanco que se echara conmigo para darme calor y me acurruqué a su lado. Las tripas me rugían por haber comido poco esos días.
Estuve pensando bajar al molino por la mañana, antes de ver a Roderico. Si a Gelvira la habían visto por el valle ¿dónde mejor que en el molino podía encontrarla? Pensé que hubiera sido mejor haber ido a buscarla al molino directamente y no haber perdido el tiempo, pero nunca había estado tan atolondrado, de tal manera que no pensaba ligero con la normalidad de siempre.
No supe por qué, viéndome allí arriba con Blanco, a pesar de tener ya a Gelvira tan cerca y a unas horas de unirme con ella para siempre, no sólo me saltaron las lágrimas sino que lloré en alto aflojando los músculos, con una sensación de sentirme atado fuertemente con sogas todo el cuerpo y, de pronto, que se hubieran soltado.
Blanco me miraba sorprendido.
Durante la mañana bajamos al molino entre los árboles del valle. Después de atar fuertemente el fardel del oro a la montura, dejé bien apartado a Blanco para que la sorpresa fuera más fuerte al verme sólo a mí, de repente y sin caballo. Cuando miré el corredor de arriba, apareció Gelvira terminando de tender ropa lavada y se metió para dentro.

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