(Buscando la casa de Rechivaldo solo encontré ruinas. Este camino era el que llevaba a su casa. Al fondo se ven hoy las torres de la catedral de Astorga, diminutas)
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(Sólo encontré ruinas de lo que después de la casa de Rechivaldo se construiría un pueblo que quedó destrozado por lo que hoy es un río casi seco o seco en el verano. Parece mentira que las riadas de este río ocasionaran tanto daño)
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(Ruinas de lo que fue la casa de Rechivaldo)
Continuación:
Sollozaba como una plañidera y no cesaba de intentar engañarme con mil argucias derramando lágrimas pero amenazándome constantemente con las dos dagas:
—Ya que tú no confiarías en mi palabra, yo sí confío en la tuya totalmente. Recuerda que la palabra de Martín de Castriello, siempre dijiste que valía más que cincuenta firmas de notarios y yo siempre te creí cuando nos lo asegurabas vehementemente. Arrojaré lejos de mí las dagas si me prometes arrojar las tuyas después de que yo lo haga. Dímelo, por favor. Dime que las arrojarás después de que yo las haya arrojado primero.
Tenía clavados en mí sus ojos de traición y desconsuelo.
Parecía cansado porque relajaba los brazos, y yo aprovechaba sin éxito otra cuchillada. Efectivamente no estaba tan gordo como aparentaba desde lejos y no podía alcanzarlo de momento. Pero ya parecía muy cansado. Tenía que insistir para agotarlo. En un momento en que bajó la guardia por la izquierda, su lado fuerte, me abalancé sobre el corazón como único objetivo para atravesarlo sin escapatoria y no sé qué hice mal, que hizo saltar mi daga derecha por los aires. Me dolió el brazo como si me lo hubiera tronzado, pero fue un golpe. Retrocedí unos pasos y comprobé que no me había pinchado. Ni una gota de sangre había derramado. En un instante de descuido, cuando lo estaba comprobando, me vi en el suelo con él encima aplicándome su llave maestra, con tal dolor en el otro brazo que me hizo soltar la daga sin poder recuperarla. Soltó una daga y me agarró los testículos. Quedé inmovilizado sin poder responderle. La otra daga me la puso en el cuello para que no me moviera.
—¿Dónde has estado estos dos años? Te di por muerto. ¿Qué fue de Roderico y de Matalobos y de Cerecinos?
Yo no podía contestarle por el dolor tan inmenso. Aflojó la mano para que le contestara pero no quise contestarle. Y siguió diciéndome con llanto entrecortado:
—Después de fracasar en el intento de llevar los pergaminos ante los tribunales, tuve que salir huyendo y os busqué por todas partes. ¿Qué ha sido de los otros? Gelvira me dijo que no podía revelar su paradero porque la persecución a muerte seguía viva.
—Roderico está vivo en el convento —le dije—; y de Matalobos y Cerecinos no he sabido nada. ¿Por qué no llevaste los pergaminos a los tribunales?
—En Burgos —aseveraba sin soltar mis brazos— eché en falta la mitad de ellos. O los perdí o alguien me los había robado. Cometí un error tremendo, lo confieso: no confiar en vosotros y creer que yo solo podría solucionar la continuidad del Temple.
—¿Y el oro? ¿Qué hiciste con el tesoro del Temple? —le pregunté inmovilizado.
—Cuando volví y no encontré a nadie, fui a ver a Gelvira al molino y me contó lo vuestro, y que tenía un hijo tuyo. Aunque no pude salvar el Temple, le dejé el oro y los pergaminos para que pudiera cuidar a tu hijo y si apareciera la otra mitad de los pergaminos salvar lo que se pudiera de nuestra Orden, porque la mitad de los pergaminos solamente no vale para nada.
Me soltó despacio y tiró la daga muy lejos. A mí, se me vino el mundo encima. Me conmocionó saber que el niño era mío y no pude seguir haciendo fuerza. Lo vi desde abajo: una efigie compungida con el intensísimo azul como fondo. Se levantó mirándome desde arriba y me decía:
—Ya me ha dicho Gelvira que de niños os prometisteis amor eterno, el amor más bello. Las promesas de niños son las más válidas y las más eternas porque son sinceras.
—Al morir en mis brazos leí en sus ojos que quería recordarme la promesa que le hice de no matar a nadie en la vida y que yo no había cumplido. Cuando vi el oro y los pergaminos en el vasar del molino pensé que me traicionabais. Mátame Rechivaldo, clávame la daga que no quiero seguir viviendo.
Abrazados, no pudimos contener el llanto más amargo y desesperado, llorando como niños.
Muy buena historia señor, soy de Venezuela, mi abuelo era de Alcoy, Alicante. Pronto hace un post de castillos medievales e historias de leyendas españolas.
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Es una novela histórica que estoy publicando por entregas. La novela se publicó el año 2011 en Madrid.
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Genial. Me pregunto si escribiste la novela estando por los lugares y las ruinas mencionadas o viajaste y regresaste a tu morada a escribir.
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Viajé por todos los lugares en donde se desarrolla la peripecia de la novela. España, Italia. Turquía, Armenia, Georgia. Boston, New York. Portugal. La novela histórica supone una documentación precisa, aparte de los archivos y bibliotecas que consulté. Gracias por tu calificativo, @israleve
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