Al día siguiente, por la tarde, volvimos de nuevo a nuestro paraíso en la pradera con todas las monedas que entre los dos juntamos. Eran de cobre; no teníamos ninguna de oro como hubiéramos querido.
Nadé bajo el agua hasta la base del puente. Las coloqué en el fondo debajo de las piedras más grandes que pude mover. Vi una trucha inmensa que se metió en la hura, metí la mano y la cogí por las agallas. Era la trucha más larga que había pescado. Me dio tales coletazos en el brazo que me dolió varios días.
Hicimos fuego, y yo ensarté la trucha en un palo. Después del banquete, con el pelo mojado, y ella admirando mi valentía por haber ocultado, a tanta profundidad, las monedas de nuestro amor, nos prometimos querernos mientras uno de los dos no sacara las monedas.
Me dijo contundente:
—Pero nosotros no somos malos como Pilato. Tú no vas a matar a nadie en tu vida. ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
En ese momento sentí que me había enamorado.
Ella me dijo que le diera un beso y así ya quedábamos casados. Fue la primera vez que yo noté un escalofrío por el espinazo. Tenía ganas de abrazarla, de achucharla fuertemente, pero no me atreví por miedo a hacerle daño. Me conformaba con sentarme a su lado y sentir el roce de su pierna contra la mía.
Antes de volver a casa me dijo que arrancara dos juncos de la orilla. Le contesté:
—¿Para qué los quieres?
—Te voy a enseñar un secreto de familia.
Con su cara de misterio y sonrisa pícara me dio un beso antes de salir hacia el pueblo, y me recalcó como si me advirtiera:
—Me dicen que no se lo diga a nadie, que los secretos de familia, sólo la familia puede saberlos.
Me cogió de la mano y emprendimos una carrera:
—Le llaman el ingenio del obispo.
—¿El ingenio del obispo?
—Sí, entre rezo y rezo —dicen— se mete en su taller a inventar artilugios, y éste es el último que ha inventado.
Llegamos a la puerta de detrás de la casa en la tapia alta que daba al patio de las cuadras. Esa puerta siempre había permanecido arrimada. Una vez dentro del patio, me acercó a la puerta trasera de la casa. Con pasos lentos cruzamos el patio. Bajó la voz y me decía:
—Vamos a abrir la puerta trasera de la casa, sin llave, con el junco.
Yo estaba asustado como si estuviéramos cometiendo un gran delito. Bajó la voz al máximo y muy despacio me decía:
—¡Mira! ¿Ves este agujerito?
Yo iba a acercar el ojo para ver lo que había dentro y me apartó diciéndome:
—No es para mirar dentro. No se ve nada. Es para meter el junco. Está a nuestra altura para que pueda hacerlo una niña, solamente con la fuerza de dos dedos.
Introdujo el junco despacio y salió la punta por otro agujero cinco dedos más abajo. Agarró las dos puntas y me dijo:
—¿Ves? Ahora se tira despacio... y... sin hacer fuerza...
Se abrió la puerta. Yo miré por detrás a ver qué había, y era un laborioso sistema de poleas como las de los barcos del Mediterráneo en el que el junco trababa una cuerda, y, calculados los contrapesos, movía hacia arriba un tranco grande y pesado que desbloqueaba la puerta.
—¿Me prometes no decírselo a nadie?
—Te lo prometo.
ohh its spanish :p
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit
Sí, sí... novela escrita en español.
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit
He disfrutado de leer El Enigma de Baphomet.
Saludos!
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit