El profesor Emilio por aquellas tierras llanas al sur de León. Capítulo 59E

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—¡No me diga más! ¡De Málaga! A usted, entonces, lo ha mandado Pablo, el muchachote que estuvo con nosotros este verano, porque nosotros, de Málaga, es al único que conocemos.
—Quien tendría que haber sido investigador sería usted y no yo—improvisó Emilio sin saber por dónde tiraría—. Con la intuición que muestra, podría llegar a cualquier sitio.
—Cuénteme: ¿Qué ha sido de Pablo, que no hemos vuelto a saber nada? Mi hijo me ha dicho que recibió una carta y le mandó un cuento muy bien escrito. Se le veía cara de inteligente. A los muchachos se les conoce por la mirada; las personas mayores ya somos más falsos y podemos engañar cuando queremos —entornaba los ojos.
—Pues, fíjese usted; tenía que estar ahora, aquí, conmigo. Era él quien mejor podría introducirme... —Emilio no podía componer el rompecabezas que se le había echado encima en pocos segundos; y, como carecía de datos suficientes, para no meter la pata se vio obligado a improvisar una salida urgente que le resultara verosímil al viejo. No podía desperdiciar la única ocasión que se presentaba. Así que resolvió llamar a Candi por teléfono, pues en la misma plaza, junto al Ayuntamiento, había una cabina que se divisaba desde la puerta de Honorino. Se buscó el reloj en la muñeca con gesto de impaciencia mientras decía simulando cierto nerviosismo—: ¡mire!, antes de nada, tengo que ir a la cabina para hacer una llamada a Málaga, a una profesora que, de un momento a otro, se ausentará de su despacho. Discúlpeme un segundo.
Emprendió Emilio un trotecillo con el que anunciaba su intención de no hacer esperar mucho tiempo a Honorino, mientras éste se quedó inmóvil y expectante petrificando una tenue sonrisilla, pues ni siquiera le dio tiempo para ofrecerle el teléfono de su casa.
—¡Diga! —contestó Candi al otro lado del teléfono.

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—Soy Emilio. Te llamo desde el norte. Ya te explicaré más despacio. He contactado con gente que conoce a alumnos nuestros, supongo que de la excursión del Vasco durante el verano, y me he retraído de decirles que, siendo alumnos míos, no los reconozco. Entiéndeme. Me hablan muy bien de Pablo…
—Pablo ya no es alumno del centro. Su padre era piloto de Iberia, pero se marcharon para América…
Pensó Emilio que eran datos suficientes para salir del atolladero y que cuando llegara a Málaga ya seguiría investigando algo más sobre Pablo. No obstante, entrevió alguna relación con la autora del trabajo:
—Y Pablo, ¿tiene algo que ver con Clara?, mira, que no quiero meter la pata; ¿son novios? Bueno... ¿Salen juntos?
Candi no podía creer que precisamente Emilio, tan serio y tan científico, le preguntara por tales extremos; y se le soltó la risa diciendo:
—Pero... ¡Emilio!... ¿Quién hubiera sospechado que alguna vez te interesaran esos chismes sobre los alumnos? —amainaba la risa—; todo sea por que salgas airoso y dejes alto el pabellón del instituto: Pablo no tuvo nada que ver con Clara. Los que sí parecen enamoradillos son Clara y Leo…
Ahora sí que le sobraban datos para entablar cuantas conversaciones fueran necesarias, por lo que se despidió de Candi y volvió a Honorino, quien apenas había pestañeado:
—Disculpe una vez más. Antes le decía que hubiera sido Pablo quien mejor nos hubiera presentado, pues los alumnos son nuestro mejor patrimonio; pero he de anunciarle que la próxima carta que reciban ustedes se la habrán enviado desde América, pues a su padre lo destinaron a una compañía aérea americana. ¿Sabía usted que su padre era piloto de Iberia?
—Sí, claro, me lo dijo mi Honorino, que fue el que me lo trajo a casa. Así que, está en América, ¿eh? ¡Vaya, vaya! ¡Cuoño, cuoño!
Después de estos apuros iniciales, Emilio se encontró a sus anchas con el viejo y condujo la charla en la gran cocina al calor de una estufa de leña, que era suficiente para mantenerla caldeada. Domitila siguió con sus faenas domésticas en el piso alto. Como Emilio dominaba los escritos de tan leídos que los tenía, siguió diciendo:
—Lo que tendría que encontrar usted, serían los pergaminos originales para demostrar que casi toda la comarca es suya, como pretendía demostrar su abogado.

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