Son 4 días los que faltan para que comience el Mundial de fútbol, el evento que se espera por 4 largos años alrededor del planeta, que es perseguido por cada pequeño que toca una pelota en su niñez, envuelto en tierra y sudor. Miles estaremos expectantes al roce de la pelota con el césped.
Viendo la cercanía y la importancia que posee este evento, desempolvé un articulo que había hecho sobre la forma de jugar. Es un tema muy discutido y debatido en las conversaciones cotidianas o periodísticas del deporte; unos están de acuerdo con la victoria, cueste lo que cueste, y otros se enamoran de la forma estética del juego.
Fuente: https://bit.ly/2l1Wnui
Aquí les dejo dicho articulo y espero que lo disfruten:
El juego representa una estructura azarosa que se reestablece bajo ciertos parámetros y reglas. Es recopilar el caos y organizarlo para crear una estructura a su alrededor. El fútbol es uno de los juegos más representativos alrededor del mundo, llegando a los espacios más recónditos de la tierra y transformándose en una representación lúdica de contextos sociales, culturales y, en cierto punto, hasta epistemológicos del individuo.
De esta manera, desde la modernización del deporte, el mismo se ha visto subordinado y rebatido a dos cuestiones específicas, a dos perspectivas del mismo objetivo, que son: El exitismo; la imperante necesidad de justificar la victoria, de sacrificar los elementos estéticos que se rebaten en el juego por el hecho, llano y simple, de ganar. Y la contraparte, de la cual soy partidario, que es la representación del fútbol lírico, del vaivén irrebatible de la pelota por el campo de juego, del buen toque, de la buena gambeta, de una estructuración que permite sustraer del juego sus propiedades estéticas y artísticas, tomando la perspectiva del buen manejo y trato de la técnica. Esta diferencia irrebatible en las formas de juego ha creado una brecha de separación, una dicotomía casi perenne en el mundo del fútbol. Siempre, desde los torneos más glorificados y pomposos, hasta el torneo de barrio, estarán presentes estas dos formas y estos dos tipos de individuos dentro del espacio futbolístico.
Aunque siendo un deporte con un régimen de competencia, donde la persecución estará permeada por la victoria y la búsqueda de transcender los espacios temporales y efímeros a través de la recopilación de copas y triunfos, y aunque la única razón lógica y racional del juego es la victoria, es alcanzar el éxtasis del éxito y el regodeó en los olimpos triunfantes, hay que entender que lo que hace, para nosotros, especial al fútbol son sus periferias que trascienden la razón. Es la pasión, es lo inexplicable, es el absurdo en el que se rebate la existencia de todo aficionado lo que determina su verdadera trascendencia. Entonces, nunca podemos obviar del juego su propia belleza, no podemos vaciarlo de esteticidad por el capricho del jolgorio, ya que es natural del mismo, viene desde las entrañas del campo de juego, viene desde el toque sutil a la pelota o desde una gambeta que embellece el movimiento rapaz y visceral. Nunca dejemos que el juego pierda esa belleza que lo hace característico, tampoco permitamos equipo de 5-4-1, que se escuden bajo el torrencial aguacero de patadas y pelotazos, nunca seamos parte de la destrucción, de la transformación pragmática y, meramente, funcional de algo que ser el humano inventó para divertirse, para sentirse pleno en los espacios del ocio donde, en sus comienzos, no se divisaba la victoria como único puerto.
Hay hombres que se encargan aún de desempolvar las pilastras de lo que es la belleza en el fútbol; hay un Menotti, hay un Bielsa y hay un Guardiola, así como en su momento hubo un Rinus Michels y un discípulo como Johan Cruyff; hombres que dejan a su paso migas de buen toque, retazos de fútbol y fragmentos, verdaderamente trascendentales, de un juego estéticamente acorde. Sigamos el ejemplo de estos artesanos, veamos sentados en la grada un buen juego que nos haga sentir satisfechos, que nos llene de diversión, de placer visual, porque no hay otra razón para adorar el fútbol que el placer de ver rodar la pelota. No obviemos la belleza del orden en el juego, seamos conscientes del placer simétrico del buen toque y del buen manejo de la pelota. Y, cuando lleguemos a ese punto, veremos que el fútbol es una mezcolanza perfecta entre un espacio donde se rebate el caos y la heterogeneidad y otro donde el orden y la simetría crean los planos de belleza, donde el romanticismo por el fervor que produce en millones de corazones al ver el traspaso de la pelota y donde el clasicismo más perenne, en la concepción ordenada y simétrica de belleza, confluyen.
Entonces, volvamos a la forma, al deseo del buen juego, al placer de la victoria, no a través de rupturas antiestéticas ni de juegos sosos, sino desde la propia belleza del toque, del ataque incesante, de la búsqueda del gol, no por necesidad de victoria, sino por necesidad de goce y éxtasis. Porque de esta forma lo preservamos, lo revolucionamos en su base, lo hacemos trascendental más allá del cobre y la plata en los estantes, lo inyectamos en el placer de aquel hincha que va a la cancha, lo refundamos en los aspectos más primordiales de un juego que se transformó en la vida misma.
Este artículo también podrán encontrarlo en: http://ovaciondeportes.com/futbol_internacional/la-estetica-jugar/
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