Pedro era el buscador de peleas del colegio y a quien todos temían, dado que era el más alto y fuerte de la primaria.
Esto le había dado la libertad de abusar de sus compañeros, amparado en ser hijo de uno de los directores del lugar.
Los que se habían atrevido a enfrentarlo habían quedados golpeados y maltrechos, por lo que cada vez su dominio era mayor.
Un día llegó un niño pequeño al centro de estudio. Estaba recién mudado al sector y era introvertido.
Inmediatamente, como gato que marca su territorio, Pedro comenzó a molestarlo pero el niño, quizás por su condición poco sociable nunca intentó contradecirlo.
Se llamaba Daniel y lo que muchos no sabían era que le tenía un temor inmenso al grandulón.
Ante la no respuesta del recién llegado y la seguridad que el mismo no representaba algún peligro para su reinado, dejó de fastidiarlo.
Hasta que un incidente ocurrido en el salón de clase de ambos enfureció a Pedro.
Mientras la maestra escribía el niño le lanzó un trozo de tiza a esta, impactándola en la espalda.
La docente molesta preguntó quién lo había hecho y nadie respondió.
!
Entonces decidió preguntarle individualmente a cada uno y ante la negativa a responder les puso como castigo, suspenderlos por una semana.
Diez niños prefirieron el castigo que señalar al infractor, pero el recién llegado, muerto de miedo por el castigo que le impondrían lo delató.
Esta acción, sumada a otras que ya conformaban una lista, terminó por expulsar al niño por el lapso de un mes del instituto educativo.
Al tercer día el grandulón cuando los muchachos salían del colegio para dirigirse a sus casas hizo aparición el grandulón preguntando por Daniel.
Ya este estaba casi llegando a su casa y allí, seguido de otros niños, lo alcanzó, empujándolo y haciéndolo caer al piso.
Se levantó y siguió su camino y esta vez no solo lo tiró de nuevo sino que también le golpeó con el pie mientras lo insultaba.
La reacción del niño esta vez fue otra.
Se levantó y como un toro herido chocó su cuerpo con Pedro, que sorprendido cayó junto al otro al piso.
El miedo exacerbado ante el instinto de supervivencia transformo al pequeño niño en un animal salvaje e imitando a esa conocida caricatura del demonio de Tasmania, en pocos minutos, sacando una fuerza imposible de imaginar en alguien de su corpulencia, golpeó repetidamente a Pedro haciéndole un corte en la ceja derecha.
La madre de Daniel llegó al rescate del grandulón y se llevó a su hijo, todavía inyectado cerebralmente por los procesos hormonales que transformaron su miedo en violencia y dando la razón al ancestral proverbio persa que dice “Temed al que os teme”
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