Saludos, steemians!
Vuelvo con otra opinión sobre una película. Esta vez la he dividido en tres partes que iré posteando: Introducción, Destripe y Conclusión. Espero que de esta forma su lectura no se haga pesada.
Mantengo, eso sí, los dos puntos con los que inicié esta secuencia de artículos:
- Avisaré con un cambio de icono cuando vaya a destripar contenido. El icono (en este caso el ojo) se rajará, derramándose su interior. Aconsejo al que no quiera saber demasiado que salte hasta que se cosa de nuevo para seguir leyendo. No quiero estropearle nada a nadie. :-)
- Al final del artículo pondré una valoración de 0 a 10 a modo de conclusión numérica completamente subjetiva.
LOS ARCHIVOS DEL PENTÁGONO
INTRODUCCIÓN
Daniel Ellsberg se acomoda en el asiento de la ventana. Su mirada se pierde entre las nubes a más de doce mil metros de altura. Dejaron Vietnam hace poco pero los recuerdos aún le erizan la piel. Ya no lleva el casco prestado, ni ese rifle con la culata de madera quemada, ni las botas manchadas de sangre. Ha escapado del infierno y ahora, como buen analista militar, puede escribir lo que vivió de primera mano. Pero quizá contarlo no sea suficiente. Una idea le ronda la cabeza desde antes de poner pie en suelo americano: hacerlo saltar todo por los aires.
Porque una cosa es sufrir en sus propias carnes el desastre de una guerra que su país nunca podrá ganar y otra darse cuenta de que sus propios políticos, los que se supone que deben velar por sus intereses, más americanos aún que la bandera de barras y estrellas, lo ocultan tras amplias sonrisas. Con los informes negativos quemándoles las manos, decidieron echarles tierra encima en su propio beneficio, partidista y económico, escondiéndose tras un sentimiento patriótico prostituido hasta la médula. Un patriotismo que nada tiene que ver con la cantidad de vidas perdidas en la jungla, bajo una lluvia constante de balas y barro.
Esos políticos permitieron que todo se pudriese en aquel pequeño y perdido país asiático. El analista les vuelve la cara. Siente que tiene que hacer algo más que redactar un artículo en primera persona.
Así comienza la última película de Steven Spielberg, con Tom Hanks y Meryl Streep en los papeles principales. Un triángulo de estrellas que la coloca en los puestos de cabeza para los Oscar 2018, contándonos una de esas grandes historias americanas autocomplacientes que tanto gustan por aquellos lares.
The Post, aquí en España, se ha estrenado como Los archivos del Pentágono, en una de esas traducciones algo libres a las que ya estamos acostumbrados. En este caso, afortunadamente, solo supone un cambio de punto de vista sobre el mismo tema, una práctica periodística que le viene a la película que ni pintada. El título original centra su atención en el Washington Post, el periódico que se atrevió a publicar la información tras un primer veto al New York Times. El título traducido pone el foco en aquellos informes confidenciales que dejaban a los diferentes gabinetes presidenciales a la altura del betún. El medio y la noticia. La tostada y el aceite.
QUE UNA VERDAD NO ESTROPEE UNA BUENA NOTICIA
El Post es el periódico más grande y más antiguo de la capital de Estados Unidos, casi un monumento en sí mismo y adalid de esa gran Verdad, puesta en duda, día sí, día también, en los tiempos que corren. Que Spielberg, haya decidido hacer esta película en estos momentos, no es algo casual.
Los casos de Wikileaks, Snowden, y el crecimiento en la era Trump de ese concepto tan absurdo como es la posverdad, han levantado ampollas en América. Las nubes de incertidumbre se apelotonan sobre los hechos objetivos hasta cubrirlos casi por completo. Ya nada está confirmado. Los datos se modifican. Las palabras se tergiversan. Nada de lo que leas puede ser tomado ya como legítimo. No solo el enfoque cambia, sino lo que se presuponía invariable, inamovible, el corazón mismo de la noticia. Si el propio presidente califica a los medios que no le son afines como fábricas de noticias falsas, ¿qué hará el resto? Se ha llegado a un punto en que leer los periódicos es una cuestión de fe. Te lo crees o no te lo crees. O mejor, según tus filias y tus fobias, te lo quieres creer o no te lo quieres creer.
Este caldo de cultivo provoca que los americanos menos fanáticos acaben cuestionándose la gestión del gobierno, la seguridad nacional y su ya gastada noción de democracia. Esa Democracia en mayúsculas que tanto empeño ponen en vender como la más antigua y más auténtica. La única. Como si la de la mayoría de países del mundo fuese de juguete.
Es curioso observar también cómo siempre que un cataclismo informativo se abre paso hasta la ciudadanía, se acaba persiguiendo a aquel que consigue la información y la saca a la luz, tildándolo de antiamericano, comunista o incluso terrorista, mientras rápidamente se devuelven a la tumba esos secretos de piel tan delicada. Ya se encargará la Patria de dejar caer su peso sobre las ovejas descarriadas, como si de algún pasaje bíblico escrito en letras doradas se tratase. Pero, ¿qué es ser patriota? Se podría preguntar uno. ¿A quién te debes, a la gente o tu gobierno? ¿Debo defender al Estado haga lo que haga? Y más directamente, ¿a mi presidente? ¿Es antipatriota denunciar oscuras prácticas del gobierno?
Incluso en mi país se lleva alterando el discurso desde hace ya muchos años, repitiendo mentiras hasta que parecen verdades inmutables y agarrándose a aquel manido eslogan de que “las urnas me avalan” para ocultar desmanes e ilegalidades. Como si el hecho de recibir un gran puñado de votos los colocase por encima de la ley, el bien y el mal. Esta demagogia barata, el control de los medios de comunicación y un aborregamiento social, les hacen sentir como unos prohombres bajados del cielo. Semidioses que gozan de un poder absoluto. Y todo el que se enfrente a ellos, ya sean periódicos o contrincantes políticos, serán considerados enemigos del Estado de un plumazo. Amén.
Todo esto me recuerda a las palabras que el propio ex-presidente Richard Nixon pronunció una vez retirado de la luz pública, en aquella mítica entrevista con David Frost. Frost preguntó si un presidente podía hacer cosas ilegales por el bien de la gente, como por ejemplo espiar. “Cuando el presidente lo hace, significa que no es ilegal”, respondió Nixon. Y aunque aquí me estoy adelantando un poco en sentido cronológico, alguien podría preguntarse: ¿el espionaje solo es válido cuando lo hacemos nosotros? Y otro alguien podría añadir: ¿el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón?
Spielberg intenta responder a todas estas preguntas de forma clara. En un blanco sobre negro quizá demasiado contrastado, teniendo en cuenta la cantidad de niveles de gris que realmente se esconden tras la definición maniqueísta de los buenos y los malos. A estos niveles y con tantos intereses en juego, ¿es tan fácil diferenciarlos? ¿Realmente hay una gruesa línea que separe ambos bandos? ¿Qué pasa con esa verdad blanca y brillante cuando los de un lado acaban mezclados con los del otro? Los periodistas se acercan a los políticos, navegan en sus veleros y disfrutan de largas veladas en sus mansiones. Los políticos consiguen información de primera mano y una especie de escudo protector en prensa. Terminan por ayudarse mutuamente y sacar provecho a ambos lados de la tostada en una simbiosis casi perfecta. Cuando eso ocurre, ¿qué parte de esa gran verdad nos estamos perdiendo? ¿Qué tostada de mentiras nos estamos tragando?
LA MUJER, JUSTO EN MEDIO
Y en medio de la tostada, como la sal que se cuela por los recovecos del pan crujiente, la lucha de la mujer por ser algo más que un ornamento, con esa Katharine Graham ninguneada en las reuniones a pesar de ser la directora del periódico.
Si aún hoy estamos lejos de la igualdad en el puesto de trabajo, lo de aquella época era de ciencia ficción. El feminismo era una palabra casi imposible que levantaba no pocas suspicacias e irritaciones cutáneas. Que hubiese mujeres decididas y con poder en aquella época era algo incluso mal visto. Algo feo.
No hay más que ver que en Todos los hombres del presidente, la película de Alan J. Pakula sobre el caso Watergate, a Graham ni se la ve ni se la espera. Les basta sacar al editor jefe, Ben Bradlee, interpretado por Jason Robards, como cabeza visible del Post. Daba igual que ella fuese su jefa y la de los dos periodistas que tiraron del hilo.
Con aquella famosa frase, Nixon se refería a esta trama de escuchas y espionaje en el edificio de oficinas del partido Demócrata. Pero Los archivos del Pentágono no hablan del Watergate. Hablan de lo que pasó justo antes.
- Continúa en Los archivos del Pentágono: Destripe (2/3).
Excelentísimo artículo. Da gusto leer publicaciones así. Ahora me que quedado con ganas de saber más de una película, que a priori no sólo no me interesaba sino que estaba seguro de que no vería jamás.
Tremendo análisis el que planteas si esta es sólo la primer a de tres partes. Se agradece el esfuerzo que haces para traernos a los steemians tus impresiones sobre la película, y sobre el mundo sobre la que la misma pretende hablar.
Sigue así.
Un saludo.
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Gracias @trenz! Siempre un placer leerte y más aún tus palabras de ánimo!
Espero que las siguientes partes sean también de tu agrado! :-)
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¡Excelente post! Muy bien retratada en un buen post, sigue así y sigamos aportando buenas críticas a las pelis. Sean buenas o malas.
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Gracias por pasarte @laloretoyya y muchas gracias por tus palabras de ánimo! Aún me quedan dos partes de Los papeles del Pentágono que postearé en breve.
Nos leemos!
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