'Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones;
parra firmamental de uva negra,
los días del verano dormían a tu sombra...'.
[Jorge Luis Borges]
Hace tiempo, en un periódico de ámbito nacional, leí que los expertos consideraban a la palmera como el árbol más antiguo del mundo. Por alguna razón especial, muchos pueblos pretéritos veían en ella un símbolo espiritual de primera magnitud, y sus ramas, dentro de la significancia judeo-cristiana, adquirieron el emblema de santidad y representatividad del martirio, acompañando a la gran mayoría de imágenes de santos, santas y vírgenes que sustituían a los atributos que portaban deidades anteriores, como por ejemplo, las espigas de trigo, símbolo de fertilidad que solía acompañar a la diosa Ceres. Hasta tal punto se consideraba sagrada a la palmera, que en Salmos (92.12), se lee: florece el justo como la palmera, crece como un cedro del Líbano. De madera de cedro fueron, al parecer, las famosas columnas del Templo de Salomón, que respondían al nombre de Jakim y Boaz, siendo precisamente este rey, Salomón quien, en sus hermosos Cantares, ofrecía una visión simbólica de la palmera, asociada a la fertilidad, sobre todo en aquéllos versos que decían: ¡Qué hermosa eres, qué encantadora, mi amor y mi delicia!. Tu talle se parece a la palmera, tus pechos a sus racimos. Yo dije: subiré a la palmera y recogeré sus frutos...Incluso en el Corán, se afirma que Jesús nació bajo una palmera, aunque hay expertos que opinan que posiblemente sus fuentes se basaran en el denominado Pseudo Evangelio de Mateo, donde se describe una curiosa historia, acaecida durante la huida a Egipto de la Sagrada Familia, en la que ésta acampó bajo una palmera. Dado que los frutos estaban a una altura inalcanzable, el Niño pronunció unas palabras y el árbol bajó la corona para que pudiesen alcanzar sus frutos, mientras salía agua desde sus raíces para que pudieran también refrescarse. Su simbolismo y su asociación con la Divinidad, puede darnos una idea, siquiera relativa, de su importancia.
Dentro de la Península Ibérica, y merecidamente tanto por su perfección como por su belleza, tenemos aquélla palmera fantástica que sirve de base y columna principal a una de las ermitas más meritorias y entrañables que conozco: la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga. En ella, puede tener especial relevancia la última frase del poema de Salomón, descrito anteriormente, pues no cabe duda de que el huevo o receptáculo que conserva ésta en la corona -un símil, por qué no, del fruto- puede asociarse con la búsqueda, siquiera interior, de un tesoro muy especial: el del Conocimiento. Pero no es de ésta joya, Patrimonio indiscutible de la Humanidad, de la que quiero hablar, sino de otra u otras, con distintas características, interesante y misteriosa cuando menos la principal, que aparte de ser menos conocida, ha corrido también peor suerte: la o las que se localizan en el interior de la iglesia en ruinas de San Miguel, en la notoria localidad soriana de San Pedro Manrique.
Famosa, sobre todo, por las espectaculares hogueras de San Juan y el denominado Paso del Fuego, así como por otro rito añadido a la fiesta y no menos interesante, como es el de las Móndidas (1), San Pedro Manrique, pueblo puntero de las denominadas Tierras Altas sorianas -sus orígenes celtíberos quedan bien testimoniados, porque precisamente de esta zona procedían muchas de las tribus, entre ellas las de los pelendones, que proveían de guerreros a la heróica Numancia- guarda un rico, aunque vapuleado pasado. En realidad, no es mucho lo que he conseguido encontrar referente a estas curiosas ruinas de San Miguel (2), a excepción de que algunos expertos las sitúan poco menos que a finales del siglo XIII, cuando el gótico comenzaba su expansión y lo ojival, entre otros detalles, comenzaba a anunciar la llegada de un Arte -más conocido por las excepcionales catedrales- cuyos orígenes, aún hoy en día, se debaten en el más absoluto de los misterios. Ojival, de hecho, es la forma de los ventanales que se localizan en el lado sur, no muy lejos de una sencilla portada. Del conjunto, se debe exceptuar la torre, bastante más tardía y cuya entrada está cegada para evitar males irreparables. Las ruinas, en deplorable estado, forman parte del cementerio municipal y en su interior, se aprecian modificaciones realizadas en tiempos indeterminados, inclusive modernos, si por éstos conocemos, cuando menos aquéllas que muy bien pudieran responder a los siglos XVII y XVIII. Aún así, y salvando el detalle de tener que acceder a ellas a través del cementerio -en su interior, aún se aprecian fragmentos de lápidas e incluso alguna cruz herrumbrosa con el nombre del difunto- no deja de ser una aventura sorprendente apreciar la pasmosa singularidad, por lo menos, de la columna principal que, en forma de palmera, soporta una bóveda en la que muchas partes han cedido lastimosamente al peso del tiempo y el abandono y sus huecos responde, perfectamente, a esa palmera convertida en conventillo de gorriones imaginada por Borges en su poema.
No se aprecian, por otra parte, marcas de cantería que puedan sugerirnos alguna idea, aunque fuera comparativa, que apoyen una teoría acerca de la misteriosa cofradía que levantó el templo, aunque yo no descartaría, a priori, que hubiera sido un pequeño convento de fratres. Los motivos mandálicos de las claves apoyan, quizás, esta sugerencia e inducen, cuando menos, a meditar, como quizás fuera su intención original. Pero sí vuelvo a llamar otra vez la atención sobre ésta formidable palmera y recavar, cuando menos, en el detalle de que aquí, en Soria, hubo hermandades de canteros que, aparte de San Baudelio, hizo de la palmera el arbor vitae que conectaba, desde el interior de sus templos, el Cielo con la Tierra.
(1) Mito que se remonta a la Reconquista y tiene su símil en el denominado Tributo de las Cien Doncellas, tradicionalmente recogido en numerosos lugares de la Península, como pueden ser, entre otros, Asturias y Palencia. De hecho, algunos especialistas piensan que los toros que forman parte de la portada de la iglesia de Santa María del Camino o de las Victorias, en Carrión de los Condes, representan, precisamente este mito, de cuya autenticidad, como la famosa batalla de Clavijo, algunos también dudan.
(2) Quizás sea oportuno recordar que, dentro del término y a un kilómetro aproximadamente del pueblo, sobre un cerro, otro edificio en ruinas atrae poderosamente la atención. Se trata de las ruinas de San Pedro el Viejo, a las que la tradición califica como convento de templarios.
Artículo sacado íntegro de mi blog Tras las huellas de los canteros medievales
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