Roncesvalles: la Canción de Roldán
'Muy altos son los montes, tenebrosos y grandes,
los valles son profundos y violentas las aguas.
Resuenan los clarines por detrás, por delante,
todos al olifante responden con su son...'
[La Canción de Roldán, CXXXVIII]
Si no me despojara de esa racionalidad fría que cierra como una losa de granito las profundidades del sepulcro donde yace el alma, no podría dar rienda suelta a la ensoñación, ni tampoco permitir a mi mano escribir obediente al dictado de la imaginación, una vez situada ésta en una pequeña colina del puerto de Ibañeta, solitaria y constamente batida por esos Hijos de Horus de la mitología egipcia, que no serían otra cosa, a mi modo de entender, que unos vientos de distinta procedencia que por alguna curiosa razón, deciden encontrarse precisamente aquí, en el lugar en el que la Tradición -bendito tesoro- sitúa uno de los grandes mitos altomedievales: el combate de Roldán y el gigante Ferragut.
Buena prueba de la fidelidad del hombre medieval por sus mitos, héroes y villanos, la encontramos en este épico episodio, cuyo recuerdo se ha perpetuado mucho más allá de la influencia carolingia y un purisimo estilo ‘Ille de France’, que caracteriza la zona, para asentarse como uno de los grandes motivos de un arte románico, cuyos canteros, siglos después de la hazaña, e itinerantes a través de unos teritorios que comenzaban a ser reconquistados al invasor musulmán, alcanzan a fijar la mirada en los modelos de una fuente cultural de relevante calidad llamada Silos.
Sobreviviendo a unos tiempos y a unos cronistas nacidos siglos después, el mito renace, no obstante, en la piedra, siendo recordado, entre otros lugares de particular relevancia, en el Palacio de los Reyes de Navarra, en Estella, situado enfrente de otra gloria románica no menos relevante, como es la iglesia de San Pedro de la Rúa.
Ensoñadoramente quisiera pensar, por otra parte, situado de nuevo en la cima de la colina –sin pretender plagiar el título de la excelente novela de Irwin Shaw- que el alma -dormida, aunque sonámbula, después de todo- retorna, si no a todos, sí al menos a aquellos lugares que por alguna razón, fueron especiales en una existencia anterior. Y no es que un exceso de imaginación sea el vehículo que impulse ningún tipo de pretensión a considerarme la rencarnación -suponiendo que creyera en ella- de Roldán o de Oliveros -cuyas osamentas se pensó haber descubierto en 1934, durante el transcurso de unas excavaciones arqueológicas realizadas en la ermita de San Salvador, situada algunos metros por debajo- pero por alguna desconcertante razón, que no acierto a definir, sí es verdad que sentí una curiosa sensación de familiaridad; una repentina, aunque pasajera experiencia de déja-vû; una irrepetible sensación de retorno a un lugar del que no sabía que hubiera partido alguna vez.
Dado que el hombre no es sólo un animal de costumbres, sino también de supuestos y de comparaciones, no estaría de más añadir que el lugar me pareció genuinamente similar -imagino que aparte de por la forma, también por la blanda y lechosa textura de la tierra- a esos misteriosos mounds o montículos funerarios característicos de algunas civilizaciones mesoamericanas asentadas en regiones de cierta pluvialidad, como Louisiana; montículos que, recordé, aparte de estar asociados, cual piedra de brujas, a un sin fin de leyendas, han sido utilizados por grandes maestros del género de terror, como H.P. Lovecraft, como entrada a alucinantes reinos subterráneos.
Y no obstante aquí, de cara a unos Pirineos inconmensurables, lo alucinante comienza cuando la caricia balsámica de los vientos se desparrama por unas sienes en las que, cual caldero de brujas, bullen un sin fin de ideas y sensaciones. Las armas, que a partir de 1967 consagraban el obelisco como un recuerdo del buen combate entre dos caballeros -¿o habría que pensar sólo en Ferragut, por su inocencia infantil al descubrir al otro su único punto débil, cual talón de Aquiles?- ya no están. Cualquiera que llega por primera vez, pensaría que nunca existieron, si no fuera por el detalle de los clavos que las unían a la carne inmortal del granito. Pero en el fondo, aunque molesto, es un detalle que no trasciende; y no trasciende, porque después de todo, el hombre tiene el don de la ensoñación, y aunque no vea las armas que conmemoraban el épico enfrentamiento, en su imaginación vislumbra el duelo de los dos contendientes, e incluso, más allá en el tiempo, el grito de guerra de los belicosos vascones, el sonido aterrador del olifante de un moribundo Roldán y el llanto amargo de un poderoso rey: Carlomagno.
AVISO a CHEETAH y NAVEGANTES: Esta entrada, aunque revisada, pertenece a mi blog RECUERDOS DE UN PEREGRINO. Tanto el texto, como las fotografías que la acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual. La entrada original, a la que se añade el correspondiente enlace con STEEMIT, pueden visionarla en la siguiente dirección: http://jc347.blogspot.com/2011/05/roncesvalles-la-cancion-de-roldan.html
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Estimado hidalgo, su memoria, lejos de estar mermada como vuesa merced pretende hacernos creer, continúa muy viva. En efecto: dícese que algunas veces los peregrinos que viniendo de Saint Jean Pied de Port, cuando llegan a este paso de Ibañeta, escuchan el sonido del olifante de Roldán. Suele suceder en tiempos de crisis, cuando los valores andan de capa caída, las identidades se desmandan y el sentido de la justicia se vuelve perezoso. Por lo demás, dejando la lírica aparte, es difícil que en un lugar tan solitario, pero con tanta historia, ésta no se nos vuelva cinematográfica y utilizando los recursos de sus efectos especiales, no nos regale con alguna visión, recordándonos los fragores de aquél combate. Los espíritus de Roldán y los doce pares de Francia quedaron en Roncesvalles y en Roncesvalles alcanzaron también la inmortalidad. Muchas gracias y un afectuoso saludo.
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caricia balsámica de los vientos se desparrama por unas sienes en las que, cual caldero de brujas, bullen un sin fin de ideas y sensaciones. jeje pero no de calor que frió hacia cuando lo visite, todo con nieve mas de una cuarta pero era precioso pero sin nadie que nos contaría las historias
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Bueno, yo siempre digo que ante la falta de un contador de historias, todos tenemos un recurso que nos acompaña siempre y al que apenas hacemos caso: el dejarnos llevar. Dedicarnos un momento a que broten los sentimientos que nos despierta el lugar en el que estemos, hasta el punto de que luego seamos capaces de recrear esas sensaciones, como si fueran una historia personal.
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interesante post señor Juan ,dia a dia me voy empapando y conociendo de su bello país, con esas historias tan profundas ,saludos
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Hay lugares tremendamente simbólicos, cargados de historia y de belleza. Pero no sólo en este país, sino en cualquier país. Tenemos que aprender a querer y valorar lo que tenemos, como trovadores de los caminos que nos han visto crecer.
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Muy interesante. No conocía esos monumentos pétreos que conmemoran el combate. Y parece raro que hayan quitado esas armas pegadas al granito. A saber por qué.
Roncesvalles es una leyenda fundamental en la creación de la identidad europea. Toda tirantez hispanofrancesa que se pueda presentar tiene su eco primigenio en aquel evento.
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Sí, es un lugar con espíritu, a pesar del continuo tráfico de visitantes y peregrinos y de que muchas cosas de época medieval se hayan perdido, como la ermita original que había unos metros más abajo. La que hay ahora, es un monstruo moderno que no dice nada. En cuanto a lo de la identidad europea, al menos ya se va teniendo claro, que lo que se consigna en el Pseudo Turpin no son más que elucubraciones interesadas, puesto que no fueron los musulmanes quienes destrozaron la flor y nata del ejército carolingio, sino los vascos. Y que ese ejército, que pretendidamente venía a ayudar a los reinos cristianos contra el invasor musulmán, cometió actos aberrantes en muchas de las poblaciones por las que pasaba: saqueos, pillajes, violaciones... En fin, que Roldán y los pares de Francia se llevaron su justo castigo en estas desoladas colinas.
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Te doy la razón en todo. Pero da lo mismo que fueran los musulmanes o los vascos, la identidad europea tal como la conocemos ahora nace con Carlomagno. Esto es, el centro simbólico del continente se traslada hacia el norte y abandona el Mediterráneo. La península ibérica queda entonces como periferia. Sospechosa. Habría mucho que hablar del racismo soterrado, del nordicismo, del rebrote mortal del siglo XIX. "Europa empieza en los Pirineos" es un mantra cuyas raices están en Roncesvalles.
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Totalmente de acuerdo. Después de todo, no hay que olvidar que como consecuencia de la invasión ('invitación', según algunos historiadores) y la posterior reconquista, España fue un compendio de integración, salvando, ciertamente, ciertos episodios bochornosos y los Pirineos, después de todo, no dejaron de ser esa frontera natural que nos aislaba de ese nordicismo al que haces referencia.
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