Corría aproximadamente el año 1985, cuando mi tía materna decide casarse y buscar una vivienda en alquiler. Así fue que ellos alquilaron sobre la calle Loria al 800, una casa antigua tipo chorizo, con sus habitaciones corridas, comunicadas entre sí y todas con salida al patio a traés de puertas altas, dobles, con banderola y postigones. Al fondo estaban la cocina y el baño. Hoy solemos decir que la cocina es el corazón de la casa; en aquella casa, el lugar convocante era el patio. Allí transcurria mayormente la actividad de la familia, era el cruce obligatorio para cualquier actividad que se desarrollase en la casa. Como la superficie del patio era análoga a la superficie cubierta, se mantenía un buen equilibrio entre el afuera y el adentro. Cuando llovia, era natural mojarse para ir al baño o a la cocina, y cuando hacía frío , este se sentía. La naturaleza estaba mas presente
Bajo la parra se sobrellevaba mejor el calor. En un rincon del patio habia una heladera vieja. Todavía sobreviven algunos de los grandes macetones rojos erguidos sobre sus patas, con sus helechos serrucho. Hoy traen a mi recuerdo el placer cruel que tenía de niña, al tomar una rama entre los dedos y recorrerla con fuerza, hasta pelarla de todas sus hojitas. Aún puedo sentir su volumen y frescura en la mano.
En la parte delantera de la casa vivían los dueños a los que les alquilaban mis tíos. Una mampara de vidrio asentada sobre una pared de un metro de altura, que no dejaba ver absolutamente nada al otro lado, actuaba como divisor de las dos casas y conformaba tambien un pasillo que era la entrada descubierta a la casa de mi tía. La única comunicación entre las dos casas venía de unos pequeños agujeros aproximadamente 5 cm x 3 cm en la base de la pared divisoria. Supongo que estaban ahí para desagotar alguno de los patios en caso de inundación. Al no poder ver nada hacia la casa vecina, la facinación de mi niñez consitía en observar por los agujeritos para descubrir los misterios del otro patio y de la otra familia que, en contraposición a la de mi tía, era absolutamente cerrada.
Las diferencias entre propietario e inquilino, leyes injustas, malos diálogos, hicieron que durante muchos años no se hablaran. Lo paradójico era que no podían verse debido a la mampara de vidrio que celosamente guardaba la intimidad del movimiento de las dos familias, pero esa misma mampara permitía escuchar perfectamente lo que pasaba en ambos lados de esa frontera. Con los años vino la reconciliación: restablecieron la relación y mejoraron aún la que tenían desde un principio.
En ese patio nace y se desarrolla la vida de la que hoy podríamos llamar una megafamilia: incluía padres, hermanas, cuñados, yernos, primos, nietos y sobrinos. Mi tía, una hermosa mujer y muy buena persona, ejercía un gran poder de convocatoria. Fue así como se instalaban largas mesas en el patio; durante mas de 30 años hubo una sucesion interminable de reuniones familiares, donde se festejaban todos los eventos de la megafamilia. No todos eran momentos felices, el patio presenció tambien enfermedades y muertes, y fue convirtiendose así, en nuestro diario intimo, el de todos.
No faltaron cumpleaños de quince y de los otros, presentaciones de novios y novias, bailes, comuniones, fiestas de Navidad, Fin de Año, Día de la madre, del padre y otros. También estuvieron presentes las típicas y enfervorizadas discusiones argentinas: si Boca o River, si los Radicales o los Peronistas.... Algunas no terminaban bien, pero la sola presencia de mi tía, su autoridad y los límites contenedores del patio, hacían que las cosas nunca pasaran a mayores y siempre volvia la armonía.
Este patio conoció momentos de gran esplendor: paredes impecablemente pintadas, macetas prolijamente pintadas de rojo, plantas exuberantes, baldosas brillantes. También transitó épocas de depresión donde el brillo y la exuberancia estaban ausentes. Mi tía y el patio, aún en las adversidades, siempre nos recibían con una hermosa sonrisa. Era imposible no percibir esta permanente y agradable bienvenida. La calidez de ambos estaba siempre presente. Era dificil imaginarse uno sin el otro. Pero esto sucedió: el patio sobrevivió a mi tía.
Desde ese día se puso definitivamente triste y nunca mas se recuperó. Fue una pérdida demasiado importante, no pudo reponerse. Ya nada fue igual. Las reuniones familiares fueron disminuyendo y perdiendo alegría. Siempre tuve un buen diálogo con el patio, y desde ese triste día, cuando nos vemos, nos confundimos en una gran angustia.
Imagen: http://www.playhostel.com
Bonito post @julieta
Espero que sigas compartiendo con la comunidad tus vivencias y sentimientos.
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