Empezó con un silencio, silencio que anunciaba mil palabras…

Llegó el día de mi juicio. El Juez sin rostro subió al estrado y con su martillo en mano dio inicio a la sesión. Estábamos solos, nada de audiencia, ni abogados, solo él y yo.

Su sentencia realmente me es irrelevante. Estuve atrapado toda mi vida a la espera de este evento en una habitación abstracta y tan pequeña que podría ocupar cualquier espacio de una típica habitación; de tan solo tres paredes y dos puertas, prácticamente yo junto un montón de atavíos ocupábamos toda su extensión.

Continúa el juicio y a pesar de que la sala estaba completamente vacía podía oír claramente como la multitud pedía mi condena. Escuchaba políticos, religiosos, maestros, y hasta parte de mi familia aclamar la hora de mi encierro eterno, o tal vez mi ejecución.

Palabras tras palabras, caigo en una ligera desesperación. Poco a poco sigo sumergiéndome aún más en este mar de mentiras para prolongar mi tiempo de espera. Aunque no me guste hacerlo, tal vez es necesario. Ya desde esta profundidad me es difícil ver la luz de la superficie.

Los estereotipos de la sociedad me mantienen atado en mi sitio de defensa. No puedo ver muy bien si son sogas o cadenas, aunque tal vez son mis simples pensamientos los que me mantienen en este lugar.

Con un retumbe de su martillo, el juez ahora con rostro está listo para hablar…

Mismos ojos, orejas, nariz y labios. Realmente no me sorprende que el Juez luzca como yo…

Esperando sus palabras nuevamente me hago uno.

Me retiro lentamente a mi prisión, esta vez con las cadenas aligeradas de peso.

Por ahora, como juez prolongo mi juicio, tal vez porque aún no tenga fuerzas de absolverme de estos cargos falsos o tal vez simplemente no quiera condenarme.

Todo tiene su momento, quizás en la próxima ocasión pruebe mi libertad.

De verdad es increíble como todo cambia cuando no tienes nada que ocultar.