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El más allá que yo me suponía.
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Indudablemente, todos los seres humanos, en mayor o en menor proporción, creen en un mundo posterior a la vida terrenal, y que esperan haberse ganado los puntos mínimos para llegar a la realización o cumplimiento de Dios, de la gloria prometida.
En mi caso, antes de tener conocimiento de esa promesa divina, tenía ideas u ocurrencias al respecto, y esperaba que al cumplirse mi tiempo en la tierra, iba a tener la opción de seleccionar todas las cosas que disfruté, con gente, mascotas, lugares, diversiones sanas y la quietud de un alma para el goce, porque es el alma lo que nos queda.
Me forjaba una especie de maravilla palaciega, en la que iba a encontrarme con todos los seres queridos y amigos, con los que compartí desde mi misma infancia, hasta los actuales momentos, sin obviar a ninguno, para que todos conformaran esa felicidad ideada, soñada, esperada y ansiada.
¡Qué bello hubiera sido concretar las vivencias, como cuando jugaba con carritos, trompos, pelota de goma o el monopolio con que mi vecino "Ripio" nos contagió al llegar a San Juan de los Morros, en 1967, y luego nuestras visitas al estadio Pancho Pepe Cróquer los sábados y domingos a jugar béisbol, que tanto me fascinaba, pero fue una disciplina en la que nunca destaqué aunque a veces bateaba bien duro y lejos esa pelota.
¡Cuánto me entusiasmaba reencontrarme con aquellos compañeros de estudio de bachillerato en el liceo Roscio, que se hubieron de despedir para buscar nuevos horizontes en Caracas, y hasta en España o Colombia!
Incluía mi imaginación las playas de Ocumare de la Costa, y los viajes a San Fernando de Apure o a la laguna Sinamaica en el estado Zulia.
Mi más allá incluía las fiestas con piñatas hechas con base en taparas, y forradas con papel de papagayos. Los papagayos, por cierto, entraban en el cielo de mi dicha, con sus colores encendidos, y sus cabuyas delgaditas.
Los solares de Modesta y de don Tano, con sus semillas del dulce mamón, no dejaban de extasiarme en mi viaje imaginario.
Las catalinas de mi prima Pura en su horno de barro, y la cacería de cachicamos con Vita Páez y Rafael Ramón, igual las idas al caserío El Gavilán.
Así sería un más allá muy feliz, y en la presencia de mi mamá Cecilia y papa Juan, tan afectuosos y tan solícitos, y de ese modo, el arpa de mi hermano mayor José Mercedes, cuando lo acompañaba con el cuatro, en una pasaje cantado por Juanito Navarro.
Y sigo suponiendo, pero de seguro que Dios tendrá algo mucho más hermoso, y por tal motivo, hago todo lo posible por ganármelo.
Bendiciones para todos.