Este post inicia una serie donde voy a explicar cómo conseguir todo lo que en realidad deseamos. Para ello, antes, vamos a hacer limpieza de todo lo que molesta. Debemos empezar a vivir de forma diferente, más simple. Les aseguro que lo he probado y no hay vuelta atrás: es hora de retirar todo lo que sobra de nuestras vidas, para que lo importante resalte, reluzca y podamos disfrutar de verdad.
¡Vamos a ello!
Una de las anécdotas más deliciosas y que ilustran a la perfección la sensatez de la vida minimalista la protagonizó Sócrates. El filósofo griego, mientras paseaba por el bien surtido mercado de Atenas junto a un discípulo, exclamó sorprendido: ¡Cuantas cosas hay que no necesito!
Y es cierto. Nada de esto ha cambiado incluso habiendo transcurrido más de dos milenios. Seguramente ha empeorado. Solo es necesario un poco de sentido común para darnos cuenta de la barbaridad de objetos que se fabrican a diario sin que sean imprescindibles. ¡A veces ni tan solo son útiles! Y muchos de esos objetos, poco a poco, consiguen introducirse en nuestras casas. Los compramos por impulsos para olvidarlos poco después, nos los regalan, nos los prestan o llegan sin saber cómo. Y si los dejamos entrar, es muy posible que se queden allí por mucho tiempo, aunque nos irrite su presencia, aunque cada vez que limpiemos esa estantería nos molesten, los continuamos manteniendo en su sitio, como si hubiesen adquirido derecho a estar allí.
En la serie Vive zen encontraréis la manera de huir de la acumulación de objetos sin sentido, que solo nos lleva a la infelicidad, a no disponer de tiempo libre, al agotamiento y sí, también, a la pobreza. Habéis oído bien: a la pobreza, debido a la plaga de los gastos hormiga (concepto que explicaré en otro post, más adelante)
Os voy a relatar mi experiencia.
La espiral del horror
Llegó un momento en mi vida en que trabajaba doce o más horas al día. Tenía mi propio bufete de abogados, ocupaba un cargo de responsabilidad política en mi ciudad y, encima, había aceptado un par de encargos que necesitaban más tiempo del que disponía. Había dicho que sí a demasiadas cosas y creía importante ganar mucho dinero para poder darme todos los caprichos que quisiera.
Como me pasaba el día sentado e iba a todas partes en coche para ganar tiempo, no hacía nada de ejercicio.
Me encontraba fatal, me dolía la espalda, estaba agotado y hecho un desastre. Entonces tuve la genial idea de apuntarme a un gimnasio, al que acudí en muy pocas ocasiones.
Total, estaba todo el día estresado, llegando justito a todo y sintiéndome la persona más desgraciada del mundo. ¿Te identificas conmigo? Al llegar a casa ―tenía que pagar a un par de personas para que tuvieran cuidado de la limpieza y de los niños― mis hijos ya estaban a punto de irse a la cama y reclamaban mi atención. Por supuesto que tenía ganas de verlos y jugábamos un rato, pero yo tenía la cabeza asuntos sin resolver que se habían generado durante el día y ellos lo notaban. Cuando, al fin, ya dormían, intentaba encontrar un rato para mí, pero entonces mi pareja tenía ganas de hablar ―no nos veíamos más que unos minutos al día― y eso llegaba a molestarme, pues necesitaba silencio, leer un rato, conectarme a las redes sociales.
Llegó un momento en que incluso era incapaz de leer una novela de mi autor favorito ni de ver una serie buenísima. No me podía concentrar. Más estrés y descontento. Al fin, robando horas al sueño, encontraba consuelo comprando por internet, ya que no tenía ni tiempo de ir a las bonitas tiendas del centro de la ciudad. Compraba todo lo que me gustaba. Me creía con derecho, ya que trabajaba tanto, de premiarme con ropa, equipamiento deportivo, libros, tecnología, juegos de ordenador y cualquier cosa que me apeteciera. Estaba tan solo a un clic de distancia. Casi a diario, el cartero o alguna empresa de mensajería me traían a casa paquetes que abría y acumulaba. Algunas veces ni siquiera recordaba haber comprado algunos objetos, otras, esa chaqueta no era tan elegante como parecía en la pantalla y lo peor es que no encontraba ni tiempo para devolver lo que no me gustaba y se iba acumulando en armarios y habitaciones.
Caí en lo que ahora denomino «la espiral del horror» y que consiste en:
Muchas obligaciones + querer ganar más dinero + no tener tiempo para disfrutar + no tener tiempo para la familia + perjudicar la salud + suplir las carencias con compras inútiles + acumular objetos = infelicidad + agotamiento + llegar justo a fin de mes, para volver a empezar.
Y así me hice campeón en las contradicciones más absurdas:
―Iba a todas partes en coche para ganar tiempo para poder ir un par de horas al gimnasio.
―Comía con prisas cualquier cosa y tomar suplementos vitamínicos para suplir la mala alimentación.
―No disponía de tiempo para ocio y me distraía con compras rápidas por internet
Borrón y cuenta nueva: el examen de las cuatro preguntas
Quizá os reconocéis en esta descripción u otra parecida. O veis reflejado a alguien de vuestro entorno. Por suerte, reaccioné a tiempo y no tuve que sufrir un infarto, como ocurre a cientos de personas, para poner el freno y cambiar de paradigma. Ni tuve que perder a mi familia, que aguantó estoicamente mi mal humor y mis ausencias. Por suerte, me di cuenta de la forma más absurda posible: una mañana, incluso con el armario repleto de mil prendas y complementos, no tenía nada qué ponerme. Llegaba tarde a una reunión importante y estaba hecho un trapo. Los pantalones que me gustaban no los podía abrochar, todo me quedaba fatal o me parecía horrible. Había tocado fondo.
Decidí que ese fin de semana pondría orden a todo ese Cafarnaúm. Y lo hice. Llegó el sábado por la tarde. Coloqué todo encima de la cama. No os podéis imaginar todo lo que había allí. Yo mismo me sorprendí que cupiese todo aquello en un espacio tan pequeño. Y lo más triste: había americanas, camisas y algún cinturón que todavía tenían la etiqueta colgando y ni me sonaba de haberlos visto nunca y otras prendas estaban repetidas. Una montaña de dinero despilfarrada. ¡Un horror!
Por suerte, recordé esa frase de Sócrates: «Cuantas cosas hay que no necesito», y se me ocurrió un método para decidir con qué quedarme y con qué no: a cada una de las cosas que estaba encima de mi cama le haría un examen. Las que no aprobaran con nota, se irían para siempre. Les diría adiós. Y ese examen tiene cuatro preguntas:
- ¿Te necesito?
- ¿Me solucionas algún problema?
- ¿Me aportas felicidad?
- ¿Eres más valioso que el espacio que ocupas?
Y lo más importante: me propuse hacer ese mismo examen a cualquier cosa, por barata o pequeña que fuera, que comprara a partir de ese día. ¡Probadlo! No dejéis entrar en vuestra casa nada, ni una aguja, que no obtenga un « ¡SÍ!» rotundo al menos a dos de esas preguntas. Os sorprenderá lo mucho que se llega a ahorrar solo con esta pequeña prueba. Y no solo conservaréis el dinero en vuestro bolsillo: además tendréis la casa más ordenada, más limpia y ganaréis en tiempo y felicidad.
¿Así de fácil? Es el primer paso, pero sí, forma parte del plan, aunque debéis ser maestros insobornables. No es tan sencillo como parece y requiere práctica. Y dejar de amar a los objetos, a lo material, y aprender a querer los buenos momentos, las sensaciones, la calidad y la exquisitez por encima de la cantidad.
Pero iremos por partes.
(Continuará)
Si os ha gustado este post, demostrádmelo con vuestros votos y comentarios, así la serie podrá tener continuidad. Me dedico a escribir, por lo que todos los textos que publico son originales y de mi propiedad. No pueden ser reproducidos sin mi autorización y, aún así, debe citarse la fuente.
Os invito a seguirme. Muy pronto, el próximo capítulo de Vive zen: “Nuestro objetivo y la importancia de decir que no“.
¡Atentos!
Hola @leflaneur, estoy aprendiendo espanol y disfrute leyendo tu blog.
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit