Han pasado más de cuatrocientos años desde la aparición de las obras de Shakespeare y Cervantes, pero su influencia en la actualidad no ha cesado; todavía se siguen representando las obras de Shakespeare y se sigue leyendo a Cervantes. Ambos autores fueron poseedores, en sus respectivas lenguas, de una narrativa y capacidad de invención destacables, pero a diferencia de otros autores con cualidades similares, sus obras tenían un carácter universal y atemporal.
El carácter universal de Shakespeare y Cervantes estriba en el elemento humano de sus obras y la empatía que producen en sus lectores. Esta empatía trasciende las nacionalidades, condiciones sociales y culturales; permite que las personas se sientan identificadas con sus narraciones y con esta identificación reconocen la verosimilitud de sus escritos y la capacidad de ambos autores de crear una realidad dentro de la realidad.
El efecto o sensación de verosimilitud logrado en sus obras, además de evidenciar sus destrezas narrativas, indica el conocimiento que los autores tenían de la sensibilidad del género humano: lo que es capaz de conmoverlos (alegrías, tristezas, miedos, pasiones, entre otras emociones) y el vacío o inconformidad que experimentan con respecto a la vida.
Desde la aparición de sus obras hace cuatrocientos años, e incluso desde las primeras obras escritas como la Biblia, la sensibilidad del hombre no ha cambiado: siguen teniendo las mismas pasiones y experimentan inconformidad o incertidumbre hacia la vida. En este sentido Shakespeare y Cervantes son atemporales. En su universalidad y atemporalidad radican la trascendencia y vigencia de ambos autores hasta la actualidad.