—¿Hay agua fría? —le pregunté a mami. No era primera vez que se iba la luz y lo único que me mantenía cuerda y fresca era el agua fría.
—Queda un poco, tienes que rendirla para la noche por si no llega —dijo ella abanicándose con un trozo de cartón.
Tenía 50% de batería en mi celular. Si lo apagaba me duraría toda la noche y quizás la mañana siguiente. Podría leer hasta quedarme dormida, o al menos lo intentaría. Mami comenzó a preparar la cena antes de que oscureciera, la vi amasar las arepas bañada en sudor y con el gato rodeándole las piernas.
—¡Quita ya! —gritó a Sammy que no dejaba de maullar por comida—. Ale, dale un poco de comida al gato que me carga loca.
Puse un puñado de pepitas de gato en su taza y dejé que comiera. Ya no quedaban muchas. El fuego de la cocina convirtió la casa en un horno. Fui al baño a lavarme la cara por cuarta vez. Ya no quedaba mucha agua.
Habían pasado seis horas y ya se podía ver la luna en el cielo. Comenzaba a angustiarme el no poder hacer nada para distraerme. Me conocía y en aquellos tiempos era mejor no pensar mucho. Encendí el celular y me puse a leer. Pronto tenía 25% de batería y habíamos decidido entrar a la casa porque los zancudos nos iban a comer.
Habían pasado diez horas. Mami dormía o al menos lo intentaba mientras yo miraba la oscuridad con lágrimas en mis ojos. «¿Qué fue eso?», me pregunté. No podía dejar de escuchar cosas. No podía usar el celular para alumbrar, había leído hasta tener 10% de batería y sólo podía usar el resto para ir al baño.
—Mami, ¿estás allí? —pregunté.
—Aquí estoy, mi amor —respondió ella con tono cansado. Solté un suspiro de alivio, sabía que estaba allí pero escucharla me daba tranquilidad. No es una pesadilla. No es una pesadilla.
¿Y si no llegaba la luz? Tenía que llegar, la última vez que había durado tanto habían sido 24 horas, de seguro para mañana llegaría. ¿Qué era eso? Seguro que era el gato caminando por el techo. Mi corazón estaba acelerado y la ansiedad me hacía sentirme atrapada. Todo era oscuridad. «Dios, que llegue la luz, por favor». No era muy religiosa, pero cuando estaba muy asustada le pedía a Dios que me ayudara, que llegara la luz, que se fuera el dolor, que mi país cambiara. Tampoco solía decir groserías, nunca las decía y no era muy normal ya que en mi país todos las dicen. Pero a veces las pensaba. «Hasta cuando con esta mierda. Te odio, miserable, desgraciado, hijo de…». A veces le decía eso a nuestro ‘’presidente’’, lo maldecía junto a otras millones de personas. Pero luego me reprendía, no vale la pena. No vale la pena. Respira, Ale, respira, pero no podía respirar.
Habían pasado 22 horas. Mami estaba estresada. No había comida. Lo último que quedaba de harina lo había gastado ayer y no había nada para el almuerzo, ni verduras, ni carne, ni arroz. La nevera estaba vacía y el agua estaba caliente. Bebí porque estaba deshidratada por el calor, pero me provocaba nauseas. A veces sentía que hacía más calor que nunca. Seguro que la temperatura estaba a unos 40 grados.
Teníamos que salir a buscar comida. Mi celular tenía sólo un 5%. Intentamos llamar a mis tíos a ver si el problema eléctrico sólo era aquí o en toda la ciudad, pero no había cobertura. El celular de mami ya estaba descargado.
Salimos en el carro, todos los semáforos estaban apagados, la gente en la calle corría con baldes en las manos agarrando agua de un chorro que salía en la autopista. Todos los sectores que cruzamos no tenían luz. Las colas para la gasolina no tenían fin, las personas habían dormido en la gasolinera para tener una oportunidad de echar. La gente estaba desesperada por comida. Las tiendas no tenían plantas por lo tanto tampoco luz, eso sólo significaba que no servían los puntos de ventas, y que sólo aceptaban efectivo (que nadie tenia) y dólares. La gente dormía en las aceras y quemaban cauchos a modo de protesta.
Todos gritaban y se quejaban: «Vergación, hasta cuando esta verga», «Iremos a comer sevillo porque todo es en dólares y en la charcutería de Ángel se pudrió toda la carne», «Mi esposo tiene desde ayer haciendo cola para la gasolina y nada que ver, vine a traerle un poquito de agua porque ese se debe estar muriendo», «Qué molleja de calor, Dios mío».
Encendimos la radio del carro, ninguna emisora se escuchaba. La única que sonaba claro y fuerte era la que decía que el problema eléctrico ya estaba arreglado en la mayoría de los estados. Se había ido la luz en todo el país.
—Desgraciados esos, esto va pa’ largo —dijo mami con rabia.
—Cada vez que dicen esa broma significa todo lo contrario —dije yo.
Habían pasado dos días. El carro ya no tenía gasolina, ya no había agua fría, ni agua para bañarse. Las tiendas seguían vendiendo todo en dólares. La comida que habíamos conseguido fiada ya se estaba acabando. A todos nos invadía un tornado de emociones negativas cada hora que pasaba.
La oscuridad se mantenía en toda la ciudad y el caos comenzaba a estallar.
En la tercera noche se escucharon tiros. Había saqueos en todos los supermercados y centros comerciales, la gente desesperada por el hambre, los enfermos en los hospitales muriendo, los bebes lloraban por el calor infernal y la irritación. La gente comenzó a enfermarse, sin poder comprar medicina, sin poder hacer nada más que esperar. Todos esperábamos. Esperábamos un milagro.
Recuerdo que antes de que se acabara la gasolina visitamos a mis tíos. Mi tía lloraba de impotencia y eso jamás lo podré olvidar.
Era el cuarto día y ya no me quedaban fuerzas para llorar, ni para quejarme. No habíamos podido dormir nada, el calor y los zancudos nos mantuvieron todo el tiempo despiertas. Llevábamos todo el día sin hablar y sólo podía pensar: «¿Cómo estará la ciudad?, ¿Cómo estarán mis tíos? Si esto es tan fuerte para nosotras, ¿cómo será para los enfermos? Para los que no tenían nada de comida, ni un medio para moverse por la ciudad, ¿cómo estarían los niños pequeños y los ancianos?».
En la radio decían siempre lo mismo. Todo estaba arreglado. El sistema eléctrico estaba restaurado. Mi madre apagó la radio y maldijo a todos los que nos obligaban a pasar por eso.
Todos esperábamos por ese rayo de luz, de esperanza, por que alguien nos ayudara. Porque podría no parecer mucho, pero para nosotros era el limite. Quería irme, deseaba tanto irme del país, vivir con libertad y con todas mis necesidades cubiertas en otro lugar, un lugar de oportunidades. Cualquier lugar sería mejor que ese. Cualquiera estaría bien: Colombia, Brasil, Argentina, Panamá, España, México, Ecuador, Chile, Perú.
Entonces la luz llegó el quinto día. Desde sus casas pude escuchar a todos los vecinos gritar de alivio. «¡Al fin! Gracias a Dios». Mami y yo corrimos adentro y prendimos el aire, eso fue lo primero que hicimos, para aliviar los cinco días de calor. Puse a cargar el celular para comunicarme con mi familia, con quienes estaban afuera y los que seguían aquí. Todos estábamos bien, dentro de lo que cabía, pero a que mis tíos no había llegado la luz. Para algunos la oscuridad duró 6 días en vez de 5, para otros quizás más.
En nuestro mundo cosas como no poder comprar comida para un mes con tu sueldo, no poder comprar ropa o necesidades básicas por lo caro que era, que no hubiese transporte público o hubiese problemas con la gasolina, que las medicinas fuesen imposibles de comprar, o que ir al médico fuera buscar que se aprovechara de ti para sacarte todo tu dinero. Que los hospitales no sirvieran para nada, por falta de personal, instrumentos, medicinas y electricidad. Que casi nunca hubiera señal telefónica o internet, que todos los medios de comunicación estuvieran censurados o tampoco hubiera cable. Que las líneas telefónicas no sirvieran. Todo eso, era considerado ‘’normal’’ en mi país. Pero pasar cinco días sin luz había sido horrible, había sido el limite para la mayoría, había logrado que personas inocentes robaran para poder alimentar a sus hijos, que otros murieran, que todos sufriéramos.
En nuestro mundo miles de cosas eran consideradas como normales, pero cuando el pueblo se une en un mismo sentimiento de rabia, impotencia y dolor, responde como uno solo. Y en ese momento todos sólo podíamos desear una cosa: Libertad.
@lunacohen