El Cortijo de Pozo Monte. Capítulo 1: La perseverancia

-Tienes que empezar de cero.
-Tres escalones más, señora María.
-Pero si ya te has caído, este intento no cuenta.
-No es una prueba de resistencia, sino de audacia. ¿Y de quién fue la idea de esa silla multiusos? No sirve para nada. Ni para sentarse. Estúpido cacharro. Dáselo a quien lo necesite, yo me valgo... andaré en dos días solo.
Un día más, la rehabilitación había sido un coñazo.

Su perseverancia me hacía volver a mi niñez, cuando descubrí El Cortijo de Pozo Monte. En aquella época parecía más un animalillo salvaje que una persona; huía de cualquier contacto humano. Los primeros días me escondía en el patio trasero, nadie prestaba mucha atención a aquel sitio, ni siquiera mis fantasmas, sólo yo, buscando silencio y soledad; así podía sentir un poco de paz. El único movimiento era el de un hilo de agua que caía del cañizo directamente al adosado, y eso sólo los días que llovía. Era bello observarlo.

Lo primero que llamó mi atención fue el reflejo azul que dejaba el cielo en el charco. Se me ocurrió cavar un poco para que fuera más grande y profundo, descubriendo tierra fértil debajo de aquel cemento. De mala calidad debía ser para que una niña raquítica lo apartara sin problema. El hilo de agua seguía cayendo en días alternos de lluvia y al cabo de dos primaveras se había formado un pequeño manantial, que paulatinamente fue rodeado por margaritas y jaramagos; y más tarde por algunos renacuajos e insectos nadadores, y otros de tierra, que acompañaban el paisaje con cantares de apareamiento. Hasta llegó a poseer un pequeño nenúfar, quién sabe si de origen autóctono, o si depositado allí por un buen alma. La constancia confeccionó aquel bello retiro.

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Como aquel hilo de agua, consiguió con empeño y tesón hacer de su situación un entorno grato, lleno de alegría y deseos; deseos de volver a andar. Y, contra lo que diga, le llevó más de dos días.