Javier era un niño que transmitía magia. Nadie sabía sobre su origen. Simplemente, un día apareció en el centro. Las enfermeras se cansaron de buscar su procedencia y, como no daba muchos quehaceres, decidieron recogerlo en la habitación de más al fondo.
Acomodaron unos cuantos almohadones en el somier más pequeño que encontraron, buscaron un armario para la ropa que le fueron cosiendo a partir de retales; con dos caballetes y una tabla le hicieron un escritorio de lo más sofisticado; con varios cajones apiñados tuvo una mesita de noche, y para darle un toque infantil, todos colaboraron pintando la pared de color celeste y plasmando las palmas de las manos mojadas en pintura acrílica, formando una explosión de colores, más de los que hay en el arco iris.
María siempre decía que “si ha llegado hasta el cortijo, es porque estaba necesitado”.
Lo supo al escuchar la misma respuesta una y otra vez.
-¿De dónde vienes, hijo?
-No sé, no sé hablar...
-¿No quieres decirnos quiénes son tus padres?
-No sé, no sé hablar...
La misma contestación sin sentido a todas las preguntas que le incomodaban. Cuando acababa el cuestionario, sonreía y seguía jugando.
Pese al frío de los largos y lúgubres pasillos, con olor a antiguo y fondos grises, aquel lugar transmitía la calidez que existe en un hogar, en una familia. Era un frío acogedor. Era habitual ver a Javier corriendo con una pelota pinchada, con algún responsable tras él. Aquello le parecía más divertido aún, así que se convertía en un circuito improvisado de carreras de obstáculos, donde sillas o puertas entreabiertas daban la mayor emoción. A su paso iba dejando una estela de risa emocionada que a todos gustaba por ser de lo más melódica y contagiosa.
Un día paró frente a una puerta roja. Estuvo allí por todo el día, sentado, mirando embobado aquella madera raída.
-Es el cuarto de la magia, Javier, algún día te dejaré entrar.
-No quiero entrar.
-¿Por qué no? ¿No sabes que ahí...?
-¡Ya sé que es el cuarto de la magia! -interrumpió.
-¿Y tú como sabes eso, pequeño diablillo?
-Porque yo llegué por ahí. Pero es un secreto. No quiero que me lleven de vuelta si me porto mal.
Mientras el pequeño querubín hablaba, su rostro se iba poniendo más y más serio, casi desaparecía entre las paredes grises. Entonces María aprovechó aquel alarde de sinceridad para hacer las preguntas rutinarias una vez más.
-¿De dónde procedes, hijo?
-De un lugar tan vacío como el cuarto de la magia.
En efecto, en aquella habitación sólo había cuatro paredes, un techo, y aquella puerta roja.
-¿Porqué dices que no sabes hablar, entonces?
-Ventajas de ser niño. Decir la verdad no es obligatorio. Hay personas aquí que sufrirían mucho con mi verdad. Prefiero verlas sonreír que preocuparse por mí, aquí y ahora estoy bien y es lo importante.
-Ese será nuestro secreto.
-Creo que hay un niño en el cuarto de la magia, lo he escuchado llorar.
Los cómplices se miraron y leyeron el pensamiento, abrieron la puerta despacio, asomando sólo las narices por el miedo. Siguieron abriendo y la curiosidad y la luz entraron a la vez. Pudieron ver al fondo del cuarto de la magia, acurrucado en una esquina, a otro niño desvalido. Javier le tendió sus manos.
-Aquí estarás bien, no tengas miedo.
Fuente: Pixabay
María comprendió que algunos desamparados no podían llegar por su propio pie, llegaban por el cuarto de la magia.
Muy buen relato. Las ventajas de ser niño... quedé con mucha curiosidad sobre el cuarto de la magia y ese lugar vacío del que venía el niño. Leeré los otros capítulos. Saludos
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Muy buen relato.. Followed!
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