El cuarto de la magia seguía manteniendo su esencia, tan necesaria en aquel lugar.
-Mamá, creo que no tardará mucho en llegar.
-Lo sé, yo también lo noto.
-La veo que viene y se vuelve a ir.
-Paciencia.
De vez en cuando se escuchaba a alguien hablar en el cuarto de la magia. Pero al abrir la puerta nada había. No eran comunes almas tan dubitativas. ¿Quién sería?
Los familiares comenzaban a agolparse en la casa de pueblo esperando lo inevitable. La abuela se encontraba postrada en la cama, con los ojos cerrados, sin fuerzas. Ya no articulaba palabra, de hecho, su último intento de comunicación fueron balbuceos y sonidos sin sentido.
Tenía puesta morfina en vena para que su ida fuera lo más dulce posible. Era cuestión de horas.
Era media noche cuando su hijo leía una revista dejada en la habitación por casualidad, cuando observó a su madre. Ella abrió y cerró los ojos como una muñeca. La llamaron pero no reaccionaba.
Su cuerpo fue quedándose frío. Las mujeres sostenían su mandíbula y le amarraron un pañuelo rodeando el rostro para que fuera más fácil amortajarla. Enderezaron su cuerpo entre nervios y llantos. Ya había emprendido su camino.
Todos dormían cuando en el cuarto de la magia comenzó a escucharse algo. Un revuelo lleno de paz. Alguien llamaba a varias mujeres por su nombre.
María corrió a recibir.
-¿Dónde están mis hermanas? ¿Han preparado ya el almuerzo?
-Está todo listo. Me alegro de que vuelva.
La mujer observó la habitación. Con paso firme salió y reconoció cada rincón del centro. Sus ojos ya no eran vítreos, ahora brillaban.
-¡Estoy en el Cortijo Pozo Monte!
-Sí.
-Siempre supe que volvería a este lugar.
-Es tu hogar.
La mujer se desvaneció lentamente con una sonrisa en su cara. Ya estaba en paz.
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