Micaela todos los días se levantaba bien temprano con su mamá a orar y darle les gracias a Dios por un día más de vida. Luego se alistaban para los quehaceres de la casa. darle de comer a las gallinas, bañar a Barry, su perro. Y luego sentarse a hacer las tareas de la escuela
Todos los días tenía preguntas a su mamá, de cómo era Dios. Ella decía que él era hermoso, lleno de amor, pero la mamá la invitaba a que lo conociera y lo encontrara por sí misma.
Un día después de orar sintió la presencia de Dios, se llenó de gozo y su madre la vio alejarse e irse a hablarle y cantarle a las plantas del jardín. Luego llegó la hora de irse a la cama, pero esta vez su rostro reflejaba preocupación.
-¿Qué tienes hija? preguntó la madre.
-Mamá tú crees que Dios quiera conocerme? le dijo con voz de llanto.
-Claro que sí, no tengas la menor duda, Es más ya él te conoce desde que estabas en mi vientre.
Micaela la quedó observando con asombro y le dijo: -¿Tú estas segura de eso mamá?
-Si, hija, ahora por favor duérmete que ya es tarde y debes ir al colegio.
Así lo hizo, pero antes de cerrar sus ojitos tuvo una conversación profunda con Dios, le hizo saber de su amor por él a pesar que no lo había visto en persona, ella lo llevaba a todos lados guardado en su mente y en su corazón.
Esa tarde regresó del colegio apresurada, se cambió se puso sus zapatillas, una bufanda para el frío, y sus guantes. Empacó en su mochila dos emparedados por si le daba hambre, dos galletas de avena con chocolate, sus preferidas y un jugo de manzana.
-¿Micaela a dónde vas? preguntó la madre.
-Voy a encontrarme con Dios mamá, lo voy a buscar y hasta que no lo consiga no volveré a casa, dijo con mucha firmeza.
-¿Y donde piensas buscarlo hija? preguntó la madre mientras barría la casa.
-Voy al parque que está aquí cerca mamá, seguro como allí hay muchas personas y niños está allí jugando con ellos.
-¡OK, pero no te tardes!, mira que no me gusta que estés sola y menos cuando se hace de noche.
Micaela llegó al parque, y quedaban pocos niños, faltaba poco para que el sol se despidiera por ese día. Ella tomó una galleta y se sentó en una banqueta triste y pensativa, un niño se sentó junto a ella y miró como se disfrutaba de su galleta, ella rápidamente sin decir nada sacó la otra galleta que había guardado y se la dio.
-¡Gracias! dijo el niño regalándole una sonrisa y devorándose la galleta, le dio la mano en agradecimiento.
-¿Ya te tienes que ir? si, tengo que ir a buscar comida para mis hermanos y mi mamá, en casa no hay qué comer y yo debo hacerlo, dijo el niño.
-Espera, dame un momento -dijo Micaela, y sacó de su mochila lo que le quedaba: el jugo, y los dos emparedados y se los regaló.
-¡Gracias!, ¡Gracias!, ¡Gracias! Hoy llegaré temprano a mi casa, dijo el pequeño.
-Antes que te vayas quiero hacerte una pregunta, dijo Micaela.
-¿Tú conoces a Dios?
-¡Si! dijo el niño con una sonrisa que salía desde su alma, Por Dios estamos tú y yo aquí. El sabe que nos conoceríamos hoy, Él sabe de la nobleza de tu corazón. El está aquí con nosotros. Siéntelo.
-¿Pero cómo puedo hacerlo? dijo MIcaela,él está en el aire que te toca, en la sonrisa de tus padres, en el abrazo de tu hermano, en el día de mañana, allí esta él, en todos lados.
Se despidieron con un abrazo y cada uno se fueron por su lado.
Llegó a su casa emocionada y gritando:¡Mamá!, ¡Mamá!.
¡YA YO CONOCÍA A DIOS!=)