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Biblioteca (II)
Entre aquellas páginas antiguas, amarillentas, llenas de manchas, hay imágenes de todo tipo, ilustraciones de batallas, artefactos complicados aunque no muy avanzados, retratos que parecen fotografías por su nivel de detalle y realismo. En uno de los libros, Aidan encuentra una peculiar representación de dos planetas muy juntos, cuyos lados más próximos entre sí se hallan unidos por una especie de puente parecido a un cordón umbilical. Es sobremanera llamativo, pero no cree que sirva para algo. Sentado en el piso, cerca de un rincón, ya tiene a su lado una pequeña torre de tomos cuyo contenido ha juzgado irrelevante. Los otros chicos, por su parte, parece que advierten alguna importancia a casi todo lo que ven, por lo cual han atiborrado el escritorio, donde se encuentra Eros leyendo, revisando cada uno de los “descubrimientos”.
Por fin, pasados unos minutos, Aidan encuentra un libro que le llama la atención. Lo ve al fondo, detrás de una pequeña enciclopedia; es delgado, con pocas ilustraciones, su última página está abarcada por el retrato de una hermosa joven que parece de diecisiete años. Su larga cabellera es blanca, con un tono esmeralda, que puede ser más bien un brillo agregado por el artista, y su vestimenta, un vestido también de color blanco, está imbuido en esa misma aura. Innegable es su belleza, aunque también resulta muy inquietante. Esa mirada, esa expresión neutra, esa piel pálida, las cejas blancas, los ojos color verde claro; no es posible determinar qué es lo que perturba más.
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—¿Quién es esta? —pregunta, levantando la vista hacia Eros.
—A ver, muéstrame.
Aidan se levanta y va hacia el escritorio. Eros deja lo que hace, toma el libro y escudriña, atento, el retrato. Va a las primeras páginas, frunce el ceño mientras avanza. Los demás dejan de buscar entre las estanterías y vienen a observar. Verónica trae consigo un tomo muy grueso.
—Minerva —dice Eros, más para sí mismo que para sus oyentes—. Fue hace mucho tiempo, no me acordaba.
—¿De qué hablas? —dice Joel.
—No conozco muy bien la lengua en que está escrito este libro. Pero puedo decirles lo poco que entiendo. Esta chica —les pone a la vista el retrato— es Minerva, enemiga mortal de los Preta.
—¿La diosa Minerva? —dice Verónica.
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—No. —Coloca el libro sobre el escritorio—. Quizá la mitología se inspiró en ella, pero esta es totalmente distinta. Recuerdo, hace mucho tiempo, cuando el bibliotecario me contó su historia, que me pareció la parte más extraña de la mitología. Se preguntarán por qué —los chicos asienten—. Resulta que ella apareció sin aviso, llegó a la ciudad, formó, sin ayuda, la batalla más desastrosa, más violenta, y expulsó a los Preta de este mundo, no sin antes matar a todos los cambiaforma. Y así como llegó, se fue, dejando tras de sí unos pocos relatos.
—Entonces, es debido a ella que… —va diciendo Elián, quien, aun siendo su hermano, no se entera hasta ese momento de tal pieza del rompecabezas.
—Sí, gracias a esta desconocida no vemos un Preta ni un cambiaforma desde hace cinco mil años.
—¿Nos sería útil Minerva en este problema? —dice Verónica.
—Nadie sabe dónde está, quién era, qué quería, si era de benevolente. Nada de nada. No podemos aprovecharla.
—Rayos —dice Aidan.
—Ahm, tengo algo aquí —dice Verónica, poniendo el gran tomo sobre una torre de libros. Lo abre y extrae unas gafas de cristal verdoso, cuya montura gris está repleta de símbolos. Se las coloca, mirando en todas direcciones—. Parece que los tipos que dejaron estos libros aquí no eran tan anticua… ¡Oh! —Señala a Aidan, sorprendida—. ¡Aidan tiene algo!
—¿Qué? ¿Dónde? —dice Aidan, mirándose por todas partes.
—A ver, dame eso —ordena Eros a la chica, extendiendo la mano. Ella se quita las gafas y se las entrega.
—Ah, ya no se ve —dice la muchacha.
—Son las gafas —dice Eros, observando a Aidan a través de los cristales—. Aidan tiene iridiscencia.
—Iridi… ¿Qué? —dice Aidan.
—Míralo tú mismo.
Eros le pasa las gafas. Al colocárselas (después de quitarse las del sistema de comunicación con el guante) y verse a través de ellas, en la medida que se lo permite su cuello, nota que sus brazos, sus piernas, su torso, todo él desprende una luz, un aura multicolor. Dicha aura no la posee ninguno de los otros miembros del grupo.
—¿Qué significa esto? —dice, atemorizado.
—No queda duda de que quien te atormenta es Preta Ajivani —dice Eros. Se le queda mirando al muchacho unos segundos y de pronto empieza a buscar entre los libros sobre el escritorio, presuroso—. Dame un momento —agrega.
Si hasta ahora Aidan ha estado asustado, lo que Eros se propone mostrarle podría no mitigar ni un poco sus miedos. De entre las variadas lenguas en que están escritos los libros, el que elige el hombre para darle las nuevas noticias está escrito en una que consiste en símbolos, muchos símbolos de formas familiares, como si se basaran en imágenes reales de la naturaleza.
—Por suerte conozco este dialecto muy bien —dice Eros—. A ver… —busca, pasa las páginas velozmente—… Aquí está. Casi no recordaba esto. —Trata de interpretar los textos lo mejor que puede—.Preta Ajivani estaba muy interesado en ciertas personas que desprendían un aura iridiscente, aunque dicha aura sólo podía ser vista por poca gente, por lo que se crearon esas gafas para encontrarlos con mayor facilidad. Se decía que eran seres especiales y, según esto, también eran adecuados para una transmutación.
—¿Una transmutación? —dice Joel.
—Sí, convertirse en una de dos cosas. O te convertías en un cambiaforma, o te convertías en un Preta. —Eros les muestra una página donde hay una sucesión de dibujos representando una persona que, en medio de un evidente sufrimiento, se transforma en un ser con ojos negros, claramente maligno. Un Preta—. Preta Natha nació en este mundo, fue alguien iridiscente.
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—Entonces… —balbucea Aidan.
—Sí, Aidan. Puede ser alguna de ambas, quizá te vayan a convertir en un cambiaforma, para que sirvas como soldado de su nuevo ejército, o te convertirás en un Preta, para formar parte de su raza.
Aidan traga saliva. Mira a todos los demás como suplicando ayuda. Esto no puede empeorar, se dice, pero está equivocado.
—Ahora—continúa, leyendo, saltando páginas—, creo que no se trata de lo primero, porque para eso no necesitas mucha iridiscencia, y tú tienes bastante. Lo que sea que pretende con los asesinatos que te obliga a cometer, es para aumentar esa aura en ti. Y pues…
—Convertirme en Preta —dice Aidan. Hace una pausa para asimilarlo; después dice—: ¿Qué pasará si me hago igual a ellos?
—No lo sé. Quizá no vuelvas a ser tú mismo. Quizá de pronto seas tan cruel como él.
—Pero… ¿Por qué lo hace? Es decir, ¿cuál es su objetivo?
—Buena pregunta. No estoy seguro; ni siquiera mi tutor lo sabía. Uno puede notar un patrón, un oscuro ansia de conquista, de dominio, pero nunca algo tan claro como para predecir lo que vaya a…
—¿Cuáles habilidades tiene ese Preta? —interrumpe Verónica.
—¿Preta Ajivani? Eso ya lo conoces.
—Es posible, quizá; nos lo dijiste tú. Pero viendo que hay tanto que no has mencionado, sería bueno que nos enumeraras esas habilidades directamente de los libros, para así saber a qué nos enfrentamos.
—Vaya, qué lista. Pero te advierto que lo que pides sólo va a asustarlos, a todos. Denme un momento, ya les tendré una respuesta.
El hombre deja el escritorio y empieza a buscar en los estantes por su cuenta. Mientras tanto, los otros chicos deciden curiosear con las gafas. Joel es el primero, se las quita de un tirón a Aidan y luego suelta una exclamación al ver la iridiscencia del muchacho. Luego Elián trata de arrebatárselas, pero se forma una discusión, la cual Verónica detiene con autoridad. A continuación, toma las gafas y las guarda en su bolso. Los dos jóvenes protestan, y mientras esto se está dando, Aidan empieza a hojear un libro del escritorio. Posee bastantes ilustraciones, pues es una descripción de diversas criaturas de pesadilla. Los cortos textos que resumen, debajo de cada imagen, las características de las bestias, están en una lengua parecida al español. Algunas palabras son inteligibles. Ve un par de dragones rojos, ligeramente distintos uno del otro; una mujer horrible, esquelética, con cuatro ojos y seis brazos, y una cabellera muy larga; una bestia cuya piel transparente deja ver las fibras musculares de todo su cuerpo, con largas espinas saliendo de su espalda encorvada, ojos rojos, grandes colmillos y garras amenazantes en manos y pies; una tortuga antropomórfica, con tantos dientes afilados que parece imposible que pueda cerrar su boca, además de ese peculiar brillo verde que sale entre las grietas de su rostro. Y hay mucho más, pero Eros habla antes que pueda continuar.
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—Ya encontré lo que necesitaba —dice, con un gran libro en las manos, abierto en sus páginas iniciales. Los demás chicos dejan de conversar y prestan atención. Mientras lee, va diciendo lo que interpreta—. Preta Ajivani es mucho más hábil que los otros Preta, gracias al Ajiva que siempre lleva consigo. Puede… Carajo, este lenguaje religioso me pone de malas… Puede aparecerse donde sea, imitar la apariencia de otras personas… Uhm, tiene una fuerza descomunal, es capaz de desafiar la gravedad, crear muchos artefactos, (eso ya lo sabemos), convertir a otros en Preta, o en cambiaforma, descifrar los pensamientos…
—¿Leer mentes? —dice Aidan.
—Sí.
—Diablos. Entonces sabe que estoy investigando sobre él.
—Por eso les dije que esto les asustaría.
—¿Qué más puede hacer? ¿Puede ver el futuro? —Aidan no quiere atormentarse mucho. Bien sabe que, aunque el intruso se haya enterado de sus dudas, es imposible que sepa sobre su viaje a la biblioteca, pues esto se le ocurrió durante la reunión del club.
—Mmmm, no. No hay nada aquí sobre eso.
—Entonces debe ser falsa la visión que me mostró.
—¿Te refieres al apocalipsis que usó para asustarte?
—Sí.
—Es probable, aunque no hay nada que descarte que pueda realmente ver el futuro. Escucha, tengo que ser sincero, tal vez no hallemos solución a tu problema, pero haré lo posible por ayudarte.
—¿No hay nada aquí que nos sirva? —dice Aidan, desesperado, sudando. Recuerda que aún tiene el guante puesto, pues su mano queda empapada dentro de él; entonces se lo quita para agarrar algo de frescura del ambiente. Pero no la encuentra, porque ese sótano está muy lejos del viento de allá afuera. Siente que se sofoca.
—Haré lo que pueda —dice Eros, cerrando el libro para luego devolverlo al estante. Se acerca al escritorio y empieza a escoger algunos tomos que empieza a acumular debajo del brazo—. Me llevaré algunos de estos; creo que tengo una idea. No te lo puedo decir ahora porque no estoy muy seguro, pero a la tarde te daré una respuesta, ¿de acuerdo?
—Uhm, no creo que…
—¿De acuerdo? —insiste Eros. Queda claro que no ofrece más opciones.
—Está bien —dice de mala gana Aidan.
La visita a la biblioteca concluye con aquella frase. Aidan vuelve a colocarse el guante y las gafas de cristales transparentes, los muchachos ayudan a devolver los libros que no van a usarse a sus respectivos lugares, y luego todos se dirigen a la salida. El joven está decepcionado, asustado, casi al borde de las lágrimas, porque es cierto que ahora conoce más acerca de su enemigo, pero también sabe que es imposible luchar contra él. Siente que le dará un ataque de pánico, no deja de sudar, su respiración se dificulta. Decide que será mejor distraerse, ocupar su mente en otra cosa.
—¿A quién se le ocurrió lo del club? —le pregunta a Verónica, cuando están en la parte superior ya, entre los estantes vacíos.
—Pues, a ninguno—dice Verónica—. Nos conocimos, hablamos y de pronto, sin darnos cuenta, habíamos fundado el club.
—Vaya, han de ser muy buenos amigos.
—Seh. Es curioso cómo uno puede encontrar mejores amigos en chicos como ellos.
—Cierto, tú no tenías antes. Recuerdo que la gente te evitaba. ¿Por qué lo hacían?
—Ja, y me lo preguntas a mí. No sé, Aidan. ¿Por qué la masa descerebrada de la escuela evitaría a alguien tan genial como yo?
—Oh, disculpa, no quería… —Es un momento incómodo, no sabe qué hacer. Se quita la mochila de sus hombros y empieza a revisar su contenido. Ya se encuentran fuera de la biblioteca; Eros está cerrando la puerta.
—Sólo bromeo —dice Verónica sonriendo.
—Ah, qué bien —suspira el muchacho, pero de inmediato suelta una exclamación.
—¿Qué pasa? —dice ella. Los demás también hacen sus respectivas preguntas.
—Olvidé mi uniforme. Ahora tendré que ir a casa primero, y mi madre no sabe que no fui a clase. Tendré problemas.
—Diablos, Aidan. ¿No les dijiste a tus padres adónde ibas? Los míos me dieron permiso sin ningún inconveniente.
—A mí también me dieron permiso —dice Joel—. Pero les tuve que decir que iba a un funeral.
—Entonces no te dieron nada —dice Elián.
—Aidan —dice Eros mientras le pasa los libros a su hermano, ignorando luego sus reproches—. Debo pedirte que dejes abierto el agujero por hoy. Puede que vuelva más tarde.
—Pero… —va a decir Aidan.
—Crea un campo refractor aquí también. Imagino que no desaparecen solos.
—Está bien. Sí, es cierto, no desaparecerá, pero está el riesgo de que alguien pase a través de él y vea el agujero.
—Dará igual, este sitio es muy solitario. Si lo descubren, serán pocas personas; quizá hasta las tomen por locas.
—Mmmm, demonios… Bien, como quieras. Hay que apurarse; tengo problemas con los que lidiar. —El muchacho empieza a dibujar la línea alrededor del sitio donde va a abrir el agujero de gusano.
Eros se siente satisfecho con lo que ha logrado, cree haber hecho lo correcto. Aunque las dudas le atenazan los pensamientos, entiende que contarle a Aidan aquello que planea sería un riesgo innecesario. Recuerda muy bien la advertencia que le dieron cuando niño, el peligro que corre cualquiera que caiga bajo la mirada de Preta Ajivani, quien ahora ha vuelto de su larga ausencia, y sigue siendo una amenaza inenarrable, una fuerza desconocida incluso para quienes han estudiado los antiguos libros. Sólo espera que para el final del día haya descifrado la clave que le permita salvar al pobre chico de ese destino oscuro que se cierne sobre su vida.
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Continuará...
¡Gracias por leer!
@matutesantiago93
Muy buen post, felicidades. Ya esta votado, Si gustas podrias darle un vistazo a mi perfil ,publico todos los dias algo diferente
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Gracias, sí, te sigo desde hace tiempo. He visto algunos de tus posts
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