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Y nos ahogó la deuda. Trillones y trillones amontonados uno tras de otro, bien en deuda corporativa o en forma de derivados basura. El pecado original, concepto bíblico que muchos creían ciencia ficción, se torna real en forma de bebés que nacen con un pagaré de deuda bajo el brazo.
¿En qué se mide esa deuda? Para las distancias tenemos centímetros, metros y kilómetros, mientras que para la deuda tenemos las malolientes monedas nacionales. Los bancos centrales, emiten moneda con la alegría que uno se toma una caña, abriendo las puertas de par en par a la estafa piramidal nunca antes vista.
Bienvenidos al reino de Ponzi.
Y aquí aparecen los titiriteros del mal, hombres de negro en la sombra, seres untados en la miel de la malicia que inundan con sus mentiras la economía existente. Son los bancos centrales, esclavos del poder y del dinero, fabricantes de ilusiones ópticas y vendedores de humo con sabor a muerte.
Siempre al servicio del estado.
Los políticos, mientras tanto, se ahogan en la mediocridad y la demogogia.Miran a sus ciudadanos alienados, convencidos merecedores de todo, y solo tienen palabras de calma y masajes con final feliz. La verdad les resta votos, y por ello, jamás acaricia las maderas del poder ningún político con planes antideuda; con intención de poner freno al despilfarro banquero.
¿Cuál es la salida? Lo de vivir peor no vende; lo de morirse de hambre, tampoco es una opción. Así que, qué mejor que el viejo vicio existente. No hablo del tabaco o el sexo, proscritos por el veneno posmoderno, sino de la vieja y gloriosa guerra. La idea de mandar a morir a otros, fuertes y desafortunados, en un combate cara a cara con el diablo.
Claro que ahora, la guerra y el amor se hacen a través de algoritmos.
Tal vez no sea tan cruento, mandar un curiosity cualquiera a matarse a puñaladas. Los humanos tenemos traumas, y es una cosita más que desagradable tener que reventar las infraestructuras del enemigo. Hacer bombardeos y prisioneros. Matar niños bajo el columpio. ¡Uf! No quiero ni pensarlo.
En este contexto, es cuando el occidental cínico, embebido de su hipocresía buenista, delegará en los robots Wally de turno, la tarea de la muerte infinita, la clásica manera keynesiana que tienen las economías de nacer…antes de volver a morir.