PAJAS MENTALES DE UN PUTO CÍNICO:EXÁMENES DE CONDUCIR

in spanish •  7 years ago 

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EL EXAMEN TEÓRICO

Es este tu gran momento. Para esto llevas tres semanas haciendo test; para coger papel, boli y mala leche y aprobarlos en la burocrática jeta del examinador.

¿Qué acontecimientos suceden el día del examen? Bien, por lo pronto estás otra vez disfrutando de la magia de las salas de espera. Por supuesto, el silencio domina la estancia, pero además en el ambiente flota un leve olor a angustia con sutil toque de caquita-un aroma demasiado perfecto-.Los minutos, contagiados por la costumbre funcionarial, pasan lentos travistiéndose en horas. Por fin, aparece la codiciada presencia: el tipo que viene a haceros el examen.

Se trata de un sujeto serio y adusto, de expresión apocada y apariencia de actividad follatil baja. Esta primera impresión, puede venir bien derivada del tedio de su trabajo o de la certeza de tus conjeturas. El hombre empieza a hablar:

-Por favor, vayan sacando su DNI: según oigan su nombre, acérquense y pasen a la sala. Una vez entren en la misma, queda terminantemente prohibido hablar. Apaguen los móviles. En caso de que el teléfono suene durante el examen este quedará anulado.

El hombre termina su dicharachero discurso mientras sacas el DNI del bolsillo. Vives un momento de terror cuando el sentido del tacto te hace creer que el preciso documento no está, pero resulta ser al final una falsa alarma. Falsa en tu caso, no en el de un chavalito cercano a ti, muchacho que lamenta amargo haberlo dejado en casa y pide por ello al funcionario misericordia, siendo esta por supuesto denegada. El joven vive un mal día, yendo a su casa con una oportunidad menos de aprobar. Como persona solidaria y empática que eres, al presenciar esta escena viene a tu mente una frase:

-¡Que se joda!-

Dicen tu nombre. Comprueban tú DNI mirándolo tres veces: se trata de un procedimiento rutinario, pues podrías hacerle el examen a otro tipo…o quizá sea para recordarte la decadente erosión que ha sufrido tu aspecto. Pasas a la sala y comienza el examen. Empiezas a leer las preguntas. Una redacción insidiosa, hace saltar en tu cabeza la duda sobre si el examen es real o una broma del día de los inocentes. He aquí un ejemplo:

-Si usted conduce una moto por una vía urbana, debe saber que es muy probable qué:

a) Deberá llevar un nivel razonable de alcohol en sangre para mejorar sus habilidades al volante.

b) No existe ningún riesgo y por ello no debe tomar precaución alguna.

c) No debe pasar de 180 kilómetros/hora en zonas escolares.

d) Puede morir.

La pregunta anterior, resulta un despilfarro de optimismo y alegría, animadora a sacarse el carnet de moto y no el de coche.

Viene luego una tanda de preguntas simples, fáciles de despachar. Luego, otra difícil. Otra serie de preguntas facilonas y, finalmente, el clásico donde afirmas:

-Esto no venía en el temario-.

Sales del examen y las dudas te corroen. El miedo a suspender te paraliza. La incertidumbre hace que devores tus uñas con avidez. Durante este proceso, las mismas pierden unos 4 mm de longitud. Son gajes del oficio. Al día siguiente, observarás tu nombre en la lista de aprobados y tu miedo tornará en alegría.

Lo celebras. ¿Por qué? Pues porque llevas derrochado un pastizal en el teórico y aún te queda el sufrido examen práctico. ¿Acaso hay algún motivo para no ser feliz?

EXAMEN PRÁCTICO

Ya conoces las reglas teóricas que no respetarás. Ahora le toca el turno a las prácticas. Para ello, contarás con un profesor empeñado en alargar tus clases más que una vida sin pan.

Te presentan al susodicho maestro: cuarenta años de experiencia y ansiosa impaciencia por jubilarse; voz ronca roída por el tabaco y vida quemada por el tráfico. Una relación de amor-odio rodea su tiempo de trabajo; tiempo que aprovechará para descargar contigo rabias y frustraciones.

Primer día de clase: aquí aprendes a meter marchas y otras cosillas. Movimientos suaves y delicados, siempre suaves y delicados. Embragar hasta el fondo y acelerar con sutileza. Un pequeño arte. El tacto del embrague no se resiste a tus encantos, pero las marchas no se dejan aún seducir y te rascan un poco. Pero no pasa nada: aquí está el buenazo de tu profesor para ayudarte. A un maestro, se le sobreentiende siempre la abnegación y empatía con sus alumnos. Como no podría ser de otra forma, la paciencia queda patente en su forma de hablar. Entre sus frases favoritas destacan:

“Así no joder”

“Te vas a cargar el motor”

“Venga: para el coche. Que así no se puede.”

De momento, callas y otorgas-siempre fuiste un poco parguela-, pero dentro de ti se va gestando una rabia que en breves verá la luz.

El tiempo pasa y con él, te vas viendo más diestro en los talentos de la conducción. En tu cabeza se enciende una bombilla que lleva dentro la idea de presentarte a examen.

Tu profesor lo tiene claro:

-No. Eso es una locura. De examinarte ahora… vas a suspender fijo. Necesitas más preparación. Yo que tú, daba 4 o 5 clases más y quizá luego...

Como el maestro te hace vacilar, sigues su consejo, tomando cuatro clases más por seguridad. Como era previsible, la historia vuelve a repetirse:

-Hombre…yo creo que es muy arriesgado. En tres clases o así yo que tú…

Es entonces cuando decides cortarle antes que acabe la maldita–el censor no me permite escribir puta-frase, yendo por fin a examen. Tú pringadismo tiene límites, y en este tema ya los has cruzado todos: ves cómo tu paciencia cruza el punto de no retorno y no quiere echarse atrás.

Por todo ello, decides presentarte a examen. El día es lluvioso, y los nervios han tomado hasta el último rincón de tu cuerpo. Aparece la examinadora: en comparación a ella, el funcionario del teórico era el adalid de la simpatía.

Es la musa de todos los miedos. Recién llega, saluda con un seco buenos días: la expresión de su rostro sugiere una dieta rica en col y apio, razón que elucubras causa su amargura. Luce un pelo recogido con moño estilo fascista, típico de la mujer de los años 40.Agarra con firmeza su inmaculada carpeta, la cual luce las incómodas siglas”DGT”, en cuyo interior alberga las hojas que registrarán tus errores. De pronto, suelta su nada improvisado discurso:

-El examen constará de 45 minutos. Tendrá que seguir las directrices indicadas por mí. Estas pueden ser el seguimiento de direcciones concretas o las coordenadas pautadas en las señales. El examen comienza ya. Salga del aparcamiento e incorpórese por el carril derecho.

Masticas el terror. Asimilas poco a poco la experiencia. Sigues las instrucciones indicadas por la funcionaria y ves como las cosas terminan por no ser tan difíciles. Una extraña sensación recorre tu cuerpo. Algo nuevo, imprevisible en toda su esencia. Una situación nunca experimentada antes: y es que todo parece marchar bien. Al percatarte de esto, tu recelo aumenta, costándote adaptarte a la nueva situación.

El examen está casi terminando, cuando para tu sorpresa arribas a un barrio anodino: de esos con viejos edificios y calles estrechas; aceras pobladas por viejos y furgonetas mal aparcadas. Un lugar nada paradisíaco sin duda, y menos aún para hacer un examen de conducir. Los pasos de cebra son trampas difíciles de ver, gracias sin duda al puñeterismo de la arquitectura urbana. Estos detalles, a priori insignificantes, son aquellos que sellarán tu tumba. De momento, has ido domando aquellas junglas que se te cruzaban, desde la autopista a la autovía, pasando por el siempre hostil centro urbano. Sin embargo, este pequeño y avejentado barrio será quién maté todas tus esperanzas, igual que hizo Rusia con Napoleón.

Llegas a un paso de peatones: eres un héroe solitario que busca ceder el paso a los viandantes en este mundo sin virtudes. Además, debes ser cortés por anticipado, pues el transeúnte tiene siempre las de ganar: con que el mismo se aproxime al paso, será nombrado ganador de la partida. Parece algo fácil de primeras: un poco de buena voluntad, algo de conocimiento de las normas y queda el asunto zanjado: sin embargo, la vida hará otra vez de las suyas llevándote de la mano caminito del fracaso. Antes de llegar al paso en cuestión, una Ford Transit oportunamente aparcada, impedirá que veas más allá de la carretera, dejándote ciego ante las intenciones de los caminantes. Para rematar la situación, una columna de estilo jónico, nacida de un edificio de protección oficial, dará muerte final a toda visibilidad.

Un combo perfecto.

Intentas remediar la crueldad del destino, y lo haces estirando el cuello de ridícula manera en aras de ver lo invisible. La tiranía del espacio físico frustra tus penosos intentos, como era por otra parte previsible. Gracias a un insólito milagro, el paso se hallaba vacío, esquivando así la infracción y continuando con vida en la pecera del examen.

Sin embargo, la noche es joven y la pesadilla prosigue. El genio maligno de Descartes existe, y fue el encargado de construir este barrio. Por ello, enfrentarás cinco pasos de cebra iguales al anterior, sucesión que convertirá el suspenso en algo estadístico e inevitable. Una viejecita se aproxima a la zona sin advertencia previa, haciendo que frenes de brusca manera: acontecimiento más que suficiente para que la examinadora pronuncie las palabras mágicas.

Humedece entonces sus cínicos labios y vive su gran momento:

-Aparque a la derecha por favor y bájese del vehículo.

Tu sentencia está dictada. Vienen a tu cuerpo unas ganas de apuñalar salvajemente y sin piedad, pero un tándem de procrastinación y consecuencias judiciales te impiden cometer el acto.

Tendrás más suerte la próxima vez: un barrio con arquitectura normal y un examinador con inferiores tasas de vileza. El final será presumiblemente feliz, por lo que no interesa contarlo.

-Y bien maestro, es esto todo cuanto puedo decir de mi experiencia.

-Hmmm. Supongo que, tras tantas clases y tan amargas situaciones… allí abajo seréis muy diestros en las artes de la conducción, ¿No?

-Hmmm…Más o menos. Mejor no hablar de ello. ¿Quiere que pase a la siguiente historia?

-Ardo en deseos.

-Pues siga ardiendo.A veces me gusta hacerme el interesante .

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