Redescubriendo la naturaleza: una necesidad, no solamente un deseo.

Son muchas las razones por las que aumentar el contacto con la naturaleza puede ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida, tanto con el fin de provocar una mejora real de nuestro estado de salud como de lograr un cambio de visión sobre los recursos finitos de la Tierra y la necesidad de buscar un modo de vida más sostenible. Partiendo de esta base, resulta indudable el hecho de que garantizar una educación de calidad que cuide la relación de los niños con la naturaleza y los forme en el respeto y el conocimiento de la misma es un requisito imprescindible en cualquier escuela que pretenda atender las necesidades que la sociedad y el contexto actuales presentan.

Hablando de la etapa de Educación Infantil, especialidad en la que me estoy formando, creo que son evidentes las múltiples ventajas que puede ofrecer una educación encaminada en esta dirección. No creo que a nadie sorprenda la idea de que a cualquier metodología se le pueden encontrar inconvenientes, especialmente si tenemos en cuenta que los objetivos educativos no siempre son los mismos ni buscan un mismo fin, pero pienso que la educación en la naturaleza tiene mucho que ofrecer y que esta etapa está especialmente indicada para aprovechar al máximo este contexto.

La etapa de Educación Infantil se nutre especialmente desde la experimentación, el juego libre y el juego simbólico; y es precisamente, partiendo de estas tres manifestaciones, desde donde se produce un mayor desarrollo cognitivo que servirá de base para cualquier aprendizaje posterior. Además, las corrientes educativas actuales enfocadas a esta etapa parece que trabajan bajo la premisa de que los contenidos necesitan ser vividos y significativos, permitiendo así una auténtica construcción de conocimientos en apoyo de un andamiaje social. Los libros y las fichas se quedan al margen en las metodologías más innovadoras, para substituirse por nuevas experiencias sensoriales y dinámicas y que, además, permiten a cada niño expresarse singularmente. Teniendo esto en cuenta, realmente no se me ocurre ni una sola situación artificial en la que el maestro sea capaz de ofrecer la variedad y riqueza que la propia naturaleza presenta.

La experimentación resulta evidente y crece con la libertad de movimiento que la naturaleza otorga favoreciendo además que las experiencias se puedan integrar e interconectar desde distintas áreas cerebrales al ser percibidas, manipuladas y sentidas con el propio cuerpo. Un ejemplo claro adaptado a esta etapa sería el del conocimiento de los frutos típicos de otoño, conocimiento imposible de trasladar completamente al aula. Desde luego una ficha o un libro en ningún caso pueden aportar información sensorial significativa del fruto, pero tampoco basta con llevar el propio fruto al aula y experimentar con él. Si ahí fuera disponemos de un enorme aula natural donde poder observar el fruto en su contexto, en su propio árbol y en la tierra, yo me pregunto cómo no vamos a utilizarlo.

El juego libre no encontrará lugar con más posibilidades de las que un bosque puede ofrecer, con rincones naturales, desniveles, sonidos ambientales que se alejan de la monotonía y una cantidad ingente y variable de materiales al alcance de la mano. El bosque nos ofrece incluso una nueva manera de percibir el tiempo y los cambios, de conocer sus particularidades, y también pone a prueba nuestras capacidades, obligándonos a adaptarnos a un entorno cambiante y ofreciéndonos un verdadero conocimiento de nuestras propias habilidades.

El juego simbólico encontrará en los materiales naturales al mejor aliado, huyendo de los convencionalismos y estereotipos presentes en la sociedad que solamente logran perpetuar prejuicios. Si en nuestro objetivos pedagógicos encontramos con la necesidad de promover una educación verdaderamente coeducativa, no sexista, no encontraremos un material más acertado para lograrlo que el ofrecido de forma natural. Garantiza, por sus propias características, la no reproducción de modelos sociales que precisan ser revisados. Del mismo modo, al no reproducir estereotipos, se estará fomentando una educación que cuida por sus propias características el respecto hacia la diversidad, convirtiéndose en un marco igualitario per se.

Los valores que la actividad en la naturaleza propician son otro de los motivos por los que creo que, en la etapa de Educación Infantil, no es negociable la idoneidad de una educación fuera de las aulas. En la naturaleza surgen por si mismos valores de cooperación y compañerismo, haciendo necesaria frecuentemente la ayuda entre iguales incluso para los propios desplazamientos. Desde una perspectiva adulta puede parecer sencillo moverse por un entorno natural limpio, pero la realidad es que a un niño en edad infantil puede resultarle complicado; por otro lado, la naturaleza no solamente ofrece superficies despejadas, sino que guarda muchos de sus secretos en profundos escondrijos, esperando a ser encontrados por la mirada curiosa del niño.

Además, no debemos olvidarnos de la necesidad imperiosa de educar hacia un futuro sostenible y que incluso trabaje a favor de un modelo productivo autosuficiente que garantice la mejora de la calidad ambiental en un mundo cada vez más maltratado. El cambio climático es ya una realidad, la insalubridad del aire y de las aguas es cada vez más preocupante y manteniendo este ritmo de vida acelerado fomentamos hábitos absolutamente destructivos a nivel ambiental.

Ahora mismo sólo nos queda luchar por un cambio legislativo que desacelere el ritmo productivo de crecimiento infinito que lo mantiene, luchar por una educación que logre generaciones mucho más concienciadas que la actual y poner un podo de fe en que no superáramos ya el punto de no retorno que llevaría a una destrucción y renovación completa del planeta. Recordemos que la Tierra tiene muchos recursos, pero en todo caso éstos son finitos, al contrario que la avaricia humana, la cual parece que aún no conoció límites.