Mucho se podría hablar al respecto de los orígenes del Ego.
Algunos autores como Immanuel Velikovsky, de hecho, datan su aparición en la psique a un periodo relativamente reciente en la historia humana. Exponen que lo que conocemos como Ego, no es sino fruto de un trauma sufrido a nivel planetario y de tal magnitud, que la psique del individuo tuvo que crear un nuevo ente que pudiera soportar, de alguna manera, dicho trauma, sin que la totalidad de la mente sufriera un daño permanente. Sostienen también que dicho ente (el Ego) se conformó como mecanismo de supervivencia en un mundo que, devastado por semejante catástrofe, nos era profundamente adverso y hostil.
Sea como fuere lo cierto y verdadero es que el Ego, de momento y que se sepa, forma parte de la consciencia de todo ser humano. Conocido en todo el mundo, no goza sin embargo de una gran popularidad en nuestros días. Denostado e incluso repudiado, asociamos nuestro Ego con toda una serie de defectos con los cuales, obviamente no queremos ser identificados.
Cabría quizás el contemplar este hecho, como un síntoma más del profundo desconocimiento que en general existe en la cultura popular contemporánea y al respecto de cualquier tema de calado.
Una de estas asunciones es la de confundir contenido con continente. Por contenido se entendería al propio Ego como parte de la consciencia y como continente a la totalidad de la consciencia.
El Ego, como parte de la consciencia, cumple su función. No como un fin en sí mismo sino como un medio de experienciar nuestra propia consciencia. Mediante el Ego somos conscientes de nuestros deseos, anhelos, gustos, disgustos, apegos, humores, etc...En definitiva y como parte de la consciencia operativa, es quien nos ayuda a expresarnos tal y como somos (o creemos ser) y nos ayuda a conformar nuestra personalidad. Desde la psicología moderna, autores como Jung lo vendrían a representar tal que así:
Otra de estas asunciones sería la de entender al Ego como una especie de construcción monolítica. Algo personal e intransferible, que poseemos a perpetuidad y que lo único que podemos hacer al respecto es intentar lidiar con ello lo mejor que se pueda. El hecho es que si nos adentramos en concepciones algo más filosóficas y tras una (brevísima) observación empírica podríamos concluir que el Ego, de hecho, es fluido.
El Ego no es un ente estático sino que cambia o muta en base a experiencias o mediante la pura voluntad del individuo. Las experiencias que percibimos en nuestra psique son las que, tras haber sido asimiladas y valoradas por la misma, son integradas en el Ego para su posterior utilización en el mundo físico o de las formas. El Ego es el principal mecanismo mediante el cual interactuamos con el mundo; quien absorbe y refleja la síntesis de nuestras experiencias, valores, facultades y defectos. Es quien, más que ningún otro mecanismo, influye en la forma en la que se expresa la totalidad de la consciencia que contiene al individuo.
Esta cualidad fluida del Ego le hace especialmente útil a la hora de trascenderse a sí mismo ya que, gracias al flujo y reflujo que existe en entre el Ego y el resto de funciones de la psique, somos capaces de cambiar el filtro mediante el cual esas mismas experiencias son adquiridas en primer lugar.
Vendría a ser lo que sucede al darnos cuenta que esa serie a la que estábamos tan enganchados, de repente y tras cierto tiempo, nos ha dejado de interesar por completo. Independientemente de los motivos es entonces y sólo entonces, cuando decidimos conscientemente actuar, dejar de verla y una vez comprendidas las circunstancias, ser capaz de contarle a todo el mundo las razones de nuestro cambio de parecer.
Si elevamos este a priori, absurdo ejemplo, a una concepción más holística de nuestras vidas, estaríamos hablando de la autorrealización. El darse cuenta. El entender y el actuar en base a ese entendimiento.
Es aquí donde el Ego expresa sus mejores virtudes ya que gracias a su mutabilidad es capaz de llevar al ser humano a la plena autorrealización. Es tal la capacidad del Ego, que incluso le es posible abstraerse de sí mismo y contemplar escenarios más allá de su propio continente (o totalidad de la consciencia individual).
Más allá de las implicaciones que el Ego tiene sobre el colectivo y viceversa (eso lo dejo para otro día) y tras concluir que, de hecho, el Ego nos abre las puertas de la autorrealización, sorprende bastante el comprobar que la conclusión a la que, aparentemente hemos llegado como sociedad, sea la de relacionar el egoísmo (o mecanismo del Ego) con la total falta de empatía.
No hace falta detenerse mucho en la cuestión, para reconocer que el egoísmo es el arma arrojadiza por excelencia en todo tipo de discusiones (más o menos amistosas) en las que sin ningún tipo de miramientos, calificamos de esa manera a nuestros interlocutores con el único afán de desprestigiar sus posiciones en contraste, por supuesto, con nuestras siempre ponderadas y medidas asunciones personales.
Curiosamente y si entretenemos por un instante el concepto de empatía y lo que significa “a groso modo” ( la capacidad de ponerse en el lugar del otro) y su supuesta relación con el Ego, uno no puede evitar llevarse las manos a la cabeza ya que es precisamente el Ego quien nos permite, gracias a su mutabilidad y su capacidad de abstracción, llegar realmente a comprender lo que otra persona puede llegar a experimentar en su propio Ego.
En relación con este hecho no puedo tampoco dejar pasar por alto el citar al orgullo como otro de los supuestos achaques que del Ego se derivan.
Es de perogrullo que si se acepta al Ego como un mecanismo de la psique, difícilmente le vamos a poder atribuir cualidades como orgullo, alegría, tristeza o cualquier otro sentimiento. Sería como confundir al asistente de IA de nuestro teléfono móvil con el propio teléfono móvil, como si éste tuviese raciocinio y vida propia.
El orgullo por otra parte, tendría más relación con el concepto de Hibris que con cualquier otra cosa. La cualidad transgresora del orgullo, cuando éste se encuentra mal aspectado o afligido por la distorsión que de él absorbe y refleja el Ego, se puede llegar a convertir en un autentico problema al confrontarse éste con lo ajeno ya que, independientemente de los factores que alimenten dicho orgullo, habría que entender que sólo estamos proyectando (desde el Ego) una imagen de lo que creemos es nuestra realidad.
No quiere ésto decir que el orgullo no tenga también su función como coadyuvante de la autorrealización que del Ego podemos rescatar. Sencillamente sucede que, para extraer del orgullo cualquier beneficio habría que a su vez, hacer también uso de otras cualidades tales como la autoobservación, la autocrítica o la humildad. No se puede pretender hacer las prácticas del carnet de conducir con un Formula1 y que el asunto no acabe degenerando en desgracia.
En definitiva y para ir ya concluyendo mi defensa del Ego, podríamos utilizar el viejo símil de los culos: todo el mundo tiene el suyo. Afortunadamente y para transformar nuestro Ego no hace falta machacarse en el gimnasio sino más bien entender qué es y cómo opera. Aunque, por otra parte, quizás eso no deje de implicar cierto esfuerzo. De otro tipo, claro está.
Buen post...solo hay que observarlo para comprenderlo
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Feliz que te haya gustado.
Observarlo sería, en efecto, el primer paso para comprender nuestro ego. Sin embargo, si interactuamos con él desde esa posición de observador, la cosa realmente se pone interesante ya que es una calle de doble sentido.
Por cierto, gracias x comentar y el por el voto. Que sepas que eres el primero!.
Salu2.
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