La libertad es una espada de doble filo - Jack Parsons (Parte 1/4)

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El siguiente artículo es la primera parte de la traducción al español de este ensayo de Jack Parsons, redactado entre 1946 y 1950. Comprende el prólogo y el primero de los 4 capítulos.

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Prólogo del autor

Desde que escribí por primera vez este ensayo en 1946, algunas de las más siniestras predicciones han sido cumplidas. Miembros del Senado de los Estados Unidos, movidos bajo la capa de la inmunidad y la excusa de emergencia, han hecho una broma de la justicia y una burla de la privacidad. La inmunidad constitucional y el procedimiento legal han sido consistentemente violados y, lo que una vez hubiese sido un ultraje en América, hoy se niega incluso a una revisión por parte del Tribunal Supremo.

La voz dorada de la seguridad social, de socializar esto y socializar aquello, con su consiguiente impuesto confiscatorio e intrusión en la libertad individual, se levanta y se escucha en todas partes. Inglaterra se ha arrastrado bajo la égida de un régimen sinónimo de la total regimentación. Austria, Hungría, Yugoslavia y Checoslovaquia han caído víctimas del comunismo mientras los Estados Unidos hacen tratos con las dictaduras corruptas de Argentina y España.

Mientras escribo, los Estados Unidos está llevando a cabo una investigación burlesca en el ámbito de la moral sexual privada, lo cual no logrará nada más que traer dolor y tristeza a muchas personas inocentes.

La inercia y aquiescencia que permite la suspensión de nuestras libertades habrían sido una vez impensables. La actual ignorancia e indiferencia son pésimas. Lo poco que vale la pena en nuestra civilización y cultura es posible por unas pocas personas que son capaces de pensamiento creativo y acción independiente, asistido por el resto a regañadientes. Cuando la mayoría de los hombres rinden su libertad, la barbarie está cerca, pero cuando la minoría creativa se rinde, la Edad Oscura ha llegado. Incluso la palabra liberalismo se ha convertido ahora en una fachada para una nueva forma de moralidad cristiana. La ciencia, que iba a salvar el mundo en los tiempos de H.G. Wells, está regimentada, estrecha de camisa y con miedo: su lenguaje universal se reduce a una sola palabra, seguridad.

En esta visión de 1950 algunas de mis declaraciones más esperanzadoras pueden parecer casi ingenuas. Sin embargo, nunca fui tan ingenuo como para creer que la libertad en cualquier sentido completo de la palabra es posible para más de unos pocos. Pero he creído y sigo creyendo que esos pocos, por el auto-sacrificio, la sabiduría, el coraje y el esfuerzo continuo, pueden lograr y mantener un mundo libre. La labor es heroica pero puede ser hecha por ejemplo y educación. Tal fue la fe que construyó América, una fe que América ha rendido. Invoco a América a renovar esta fe antes que ella perezca.

Somos una nación pero también somos un mundo. El alma de los barrios marginales mira por los ojos de Wall Street y el destino de un culí chino determina el destino de América. No podemos suprimir la libertad de nuestro hermano sin suprimir la nuestra y no podemos asesinar a nuestros hermanos sin asesinarnos a nosotros mismos. Estamos juntos como hombres por la libertad y la dignidad humana o caeremos juntos, como animales, de vuelta a la selva.

En esta hora muy tardía hay soluciones que debemos concernir primariamente. Parece que vivimos en una nación que simplemente no sabe lo que nos dicen que tenemos y eso que decimos al otro tenemos. De hecho, mucho más que eso. Es a la definición de libertad, a su entendimiento, para que pueda ser alcanzado y defendido, a lo cual ha sido dedicado este ensayo. No necesito añadir que la libertad es peligrosa, pero difícilmente es posible que todos seamos cobardes.

Capítulo 1

Por numerosos siglos la sociedad ha aceptado la proposición de que ciertos hombres fueron creados para ser esclavos. Su función natural era servir a los sacerdotes, reyes y nobles, hombres de sustancia y propiedad quienes fueron nombrados maestros de esclavos por Dios todopoderoso. Este sistema fue reforzado por la doctrina establecida de que todo hombre y mujer eran propiedad “en la mente” por la iglesia y “en el cuerpo” por el Estado. Esta conveniente situación fue apoyada por la autoridad de la moralidad social, religión e incluso filosofía.

Contra esta doctrina, hace doscientos años, surjió la más asombrosa herejía que el mundo ha visto: el principio del liberalismo. En esencia este principio estableció que todos los hombres eran creados iguales y dotados de derechos inalienables los cuales pertenecen a cada hombre como derecho de nacimiento.

Esta idea atrajo a ciertos espíritus intratables -herejes, ateos y revolucionarios- y desde entonces ha avanzado a pesar de la oposición de la mayoría de la sociedad organizada. Como eslogan, sin embargo, se ha vuelto tan popular que es prestado al servicio de la reacia hipocresía de todos los grandes Estados, sin embargo, sigue siendo tan desagradable para las personas en la autoridad que no se encarna en ninguna parte como una ley fundamental y es continuamente violado en letra y en espíritu por cada truco de la intolerancia y la reacción. Además, los grupos absolutistas y totalitarios de la naturaleza más viciosa usan el liberalismo como un manto bajo el cual se mueven para restablecer las tiranías y para extinguir la libertad de todos los que se oponen a ellas.

Así, los grupos religiosos buscan abrogar la libertad del arte, el habla y la prensa: los reaccionarios se mueven para supimir el trabajo, los comunistas para establecer dictaduras – todos ellos en nombre de la libertad.

La libertad es una espada de doble filo de los cuales uno es libertad y el otro, responsabilidad. Ambos bordes son extremadamente afilados y el arma no se adapta a las manos ocasinales, cobardes o traicioneras.

Ya que todas las tiranías están basadas en dogmas y todos los dogmas están basados en mentiras, nos conviene mirar más allá de ellos para que la verdad y la libertad estén lejos. Y todavía la verdad es que no conocemos nada...

…Objetivamente, no conocemos nada en absoluto. Cualquier sistema de pensamiento intelectual, ya sea la ciencia, la religión o la filosofía, está basado en ciertas ideas fundamentales o axiomas los cuales son asumidos pero no pueden ser probados. Esta es la tumba de cualquier positivismo. Nosotros lo asumimos pero no sabemos si hay un mundo real y objetivo fuera de nuestra mente. Además, si hay un mundo real aparte de nosotros mismos no podemos conocer cómo es realmente; todo lo que sabemos es que lo percibimos ser. Todo lo que percibimos es transportado por nuestros sentidos e interpretado por nuestro cerebro. Por muy finos, exactos o delicados que puedan ser nuestros instrumentos científicos, sus datos siguen siendo filtrados a través de nuestros sentidos e interpretados por nuestro cerebro. Aunque nuestras ideas o experimentos puedan ser útiles, espectaculares o necesarios, tienen poco que hacer con la verdad absoluta. Tal cosa sólo puede existir para el individuo según su capricho o su percepción interna de su propia verdad en el ser.

Las brujas y demonios de la Edad Media fueron reales según nuestros propios estándares: personas reputables y respetables creyeron en ellas. Fueron vistos, sus efectos observados y representaron un gran cuerpo de fenómenos, por lo demás inexplicables. Su existencia fue aceptada sin cuestión por la mayoría de los hombres, grandes y humildes. Para esta mayoría no hubo y todavía no hay ninguna apelación. Sin embargo, hy no creemos en esas cosas. Creemos en otras cosas similares explicando los mismos fenómenos. Mañana creeremos en otras cosas. Nosotros creemos pero no lo sabemos.

Todas nuestras deducciones, por ejemplo la teoría de la gravedad están basadas en estadísticas de tendencias que se observan que ocurren de cierta manera. Incluso si nuestras observaciones son correctas, todavía no sabemos porque ocurren esas cosas. Nuestras teorías son sólo suposiciones, por muy razonables que puedan parecer.

Hay un tipo de verdad que está basada en la experiencia: sabemos que sentimos, calor, hambre o estamos enamorados. Estos sentimientos no pueden ser trasnportados a nadie que no los haya experimentado. Podemos describirlos en términos de sentimientos similares experimentados por alguien, analizar sus causas y efectos según nuestras teorías aceptadas mutuamente pero nadie nunca sabrá como es tu sentimiento.

Lo anterior pueden ser consideraciones negativas, pero dentro de sus límites podemos deducir prinicipios positivos:

  • Sea lo que sea el universo, somos todo o parte de él en virtud de nuestra conciencia pero no sabemos cual.
  • Ninguna filosofía, teoría científica, religión o sistema de pensamiento puede ser absoluto e infalible. Sólo puede ser relativo. La opinión de un hombre es tan buena como la de otro.
  • Cada hombre tiene el derecho a su propia opinión y su propia forma de vivir. No hay sistema de pensamiento humano que pueda refutar exitosamente esta tesis.

Demasiado para el positivismo, pero aún quedan otros problemas. Hay necesidad, comodidad y conveniencia. Estas son ilusiones muy populares y es habitual considerarlas. Podríamos decir que la política se ocupa de la necesidad y la conveniencia, mientras que la ciencia se ocupa de la comodidad. Esto no es un intento de desacreditar a la ciencia y la razón en sus propias esferas. La razón es uno de nuestros grandes regalos, el poder que nos diferencia de los animales, y la ciencia es nuestra mejor herramienta, nuestra gran esperanza para construir una civilización genuina (es curioso que este truismo moderno aparezca, en este sistema de razonamiento, como una concesión).

A pesar de su inestimable valor, la ciencia es una herramienta y no tiene nada que hacer con la verdad última. En esto está el peligro de la ciencia. Como una herramienta tan valiosa, tan útil y tan irresistible que nos inclinamos a considerarla como el árbitro de lo absoluto, dándole pronunciamiento definitivo e irrefutable sobre todas las cosas. Esta es exactamente la posición que el pedante, el dogmático y el materialista dialéctico nos haría tomar. Entonces, haciéndose pasar por un “científico” o proponiendo doctrinas “científicas”, nos puede persuadir a aceptar sus valores y a obedecer sus órdenes. La ciencia de hoy en día siempre debe ser libre de derrocar a la de ayer, de lo contrario degenerará en la adoración a los antepasados.

Es necesario que defendamos la libertad a menos que deseemos ser esclavos. Es conveniente que logremos la fraternidad a menos que deseemos la destrucción y es conveniente que concedamos a otros el derecho a sus propias opiniones y formas de vivir para mantener las nuestras.

La inteligencia individual no basará su conducta en un concepto absoluto o arbitrario de lo correcto y lo equivocado. Se puede argumentar que todos los motivos y todas las acciones son egoístas ya que están destinados a satisfacer algún requisito del ego. Tal vez esto es verdad para el auto-sacrificio, la abnegación y el altruismo más alto. Nos dedicamos a ellos para satisfacernos alcanzando un objeto por muy intangible que pueda ser.

El ego puede ser muy ancho. Un hombre puede incluir el mundo entero como una parte de su ego y así disponerse a redimir o salvarlo por ninguna otra razón más que el placer del logro personal. Tal hombre, lejos de ser desinteresado, es extremadamente egoista. El artista dedicado a la producción de la belleza pura es tan dedicado por su necesidad y naturaleza; al menos ese egoismo no es mezquino. Los motivos del amor familiar y del patriotismo están arraigados en el fanatismo. Esto no necesariamente desvirtúa tales acciones y motivos. Todo en la naturaleza es bello y no es menos hermoso porque se entienda. Sin embargo, el hombre no iluminado asignará valores arbitrarios a todas las cosas en el orden de proteger y justificar su propia posición. Su moral está basada en cosas que desea que fueran ciertas o que otro desea que lo fueran. Su filosofía no pone atención en realidades o hechos relativos, pero en su vida debe tratar con ellos. Por lo tanto, está involucrado en una constante ronda de pretensiones y evasiones.

El liberal iluminado no necesita tal justificación. El realizará y aceptará su inherente egoismo y el egoismo de todo hombre. Comprenderá la vida como una técnica, la técnica de obtener lo que quiere en los términos que quiere.

Tal es el caso con la libertad. Si abolimos la libertad de otro para ganar finalmente la nuestra, nuestra propia libertad es, de este modo, comprometida. Ese es el coste. Si deseamos asegurar nuestra propia libertad, debemos asegurar la libertad de todos. Esa es la técnica.

Si un liberal desarrollara dos personalidades y una de ellas estableciera una dictadura benevolente mientras la otra continuara sus actividades liberales, sólo sería cuestión de tiempo que se suicidara. La restricción de la libertad de los otros es, en última instancia, auto-esclavización y suicidio. El dictador es el más abyecto de todos los esclavos.
Estas simples consideraciones son las bases lógicas de la filosofía del liberalismo. Desde tales consideraciones y desde muchos más principios fundamentales del liberalismo surgió un código de derechos, de naturaleza básica y claro más allá del concepto erróneo. Este código debe ser la ley más allá de la ley, una expresión última de la dignidad y la inviolabilidad del individuo. Debe estar por encima del compromiso de los tribunales y abogados, más allá del capricho de la población y la traición de los demagogos.

Debe ser el epítome de la aspiración del hombre hacia la libertad y la auto-determinación, un canon tan sagrado que su violación por un Estado, un grupo o un individuo es traición y sacrilegio. La Carta de Derechos de la Constitución Americana fue un paso en la dirección correcta y su estudio indicará un mayor desarrollo. En un mundo tan amenazado por el positivismo y el paternalismo, esta doctrina está limitada tanto en su alcance como en su aplicación. Este permite tales violaciones de la libertad como la última Acta de Prohibición Nacional, la “Draft Law”, la "tienda cerrada", la ley Mann, leyes de censura, leyes anti-armas de fuego y la discriminación racial.

Se ha dicho, con justificación, que la Constitución significa lo que la Corte Suprema dice que significa. Un documento tan fundamental como una Carta de Derechos no puede ser comprometido por interpretaciones arbitrarias. Esta no debería necesitar ninguna interpretación. Debe ser aplicada igualmente al Estado nacional, los Estados federados, condados, municipalidades, agencias oficiales y al ciudadano privado dentro de su provincia. Debe ser aplicada de tal manera que el individuo o minoría no necesite elaborar un recurso, largos y costosos procedimientos en el orden de proteger esos derechos. Es el deber del estado proporcionar este recurso a todos por igual.

La libertad no puede estar sujeta a interpretación arbitraría y malinterpretación. Debe incluir plenamente libertad de la persecución en los terrenos moral, político, económico, social, racial o religioso. Ningún hombre, ningún grupo y ninguna nación tiene el derecho de anular la libertad individual. No importa lo puro que sea el motivo, lo grande que sea la emergencia, lo alto que sea el principio, tal acción es tiranía y nunca es justificada.

La cuestión es, ¿somos capaces de enfrentar las consecuencias de la democracia? No es suficiente que la libertad sea asegurada por significados puramente negativos. La libertad no tiene sentido donde su expresión está controlada por poderosos grupos como la prensa, la radio, la industria cinematográfica, iglesias, políticos y capitalistas. La libertad debe estar asegurada.

Sólo puede ser asegurada por la lealtad al principio de que el ser humano tiene ciertos derechos inalienables; entre los cuales están:

  • A vivir su vida privada, en la medida en que se refiere sólo a sí mismo, como crea conveniente.
  • A comer y beber, a vestirse, vivir y viajar donde quiera.
  • A expresarse por sí mismo; a hablar, escribir, imprimir, experimentar y crear de otra manera como desee.
  • Trabajar cómo, cuando y donde elija a un salario razonable y proporcional.
  • A comprar su comida, abrigo, necesidades sociales y otros servicios y comodidads necesarios a su existencia y auto expresión a un precio razonable y proporcional.
  • A tener un medio ambiente y educación decente en su infancia hasta que alcance una madurez responsable.
  • A amar como desee, donde cómo y con quien elija, sólo según los deseos de sí mismo o su compañerao/a.
  • A la oportunidad positiva de disfrutar esos derechos como le parezca, sin obstrucción por un lado o compulsión por el otro.
  • Finalmente, en el orden de proteger a su persona, su propiedad y sus derechos, debe tener el derecho de matar a un agresor su es necesario. Este es el propósito del derecho de mantener y llevar armas.

Esos derechos deben ser contrabalanceados por ciertas responsabilidades. El liberal que los acepta debe garantizar estos derechos a todos los demás en todo momento, independientemente de sus sentimientos o intereses personales. Debe trabajar para establecerlos y protegerlos, vivir de una manera acorde con ellos y estar preparado para defenderlos con su vida. Debe negarse a prestarle lealtad a cualquier Estado u organización que niegue estos derechos y debe ayudar y alentar a todos los que, sin reservas o equivocaciones, los respalden. Debe negarse a comprometer estos principios en cualquier asunto o por cualquier razón.

Nada menos que tal compromiso asegurará la supervivencia de la libertad o la democracia de la sociedad misma. El liberalismo no es sólo un código para los individuos y su estado, es la única base posible para una futura civilización internacional. Si embargo, esos principios sólo serán retórica a menos que sean venerados y protegidos por aquellos a quienes se aplican. Ellos deben ser interpretados y aplicados con entendimiento y simpatía, con humor y tolerancia. La pretensión, el sentimentalismo o la histeria no son necesarios en su aplicación o defensa. Los demagogos insufribles del "alto principio" ya son suficientemente numerosos.

También hay que entender que no podemos forzar los derechos del hombre sobre él. El hombre tiene derecho a ser esclavo si así lo desea. Si no afirma y defiende sus derechos, merece la esclavitud. La persona que es tiranizada por su familia, sus compañeros, por la opinión pública o la moral de los esclavos, siempre que esté libre de abandonar su influencia o de desafiarla, es digna de su condición. Sus protestas son las del hipócrita.

La libertad, como la caridad, empieza en casa. Ningún hombre es digno de luchar por la causa de la libertad a no ser que haya conquistado sus impulsos internos. Debe aprender a controlar y disciplinar las pasiones desastrosas que lo llevarían a la locura y a la ruina. Debe conquistar la vanidad y la ira excesivas, el auto-engaño, el miedo y la inhibición. Estos son los minerales en crudo de su ser.

Debe tallar estos minerales en el fuego de la vida; forjar su propia espada temperamento y afilarla contra el duro abrasivo de la experiencia. Sólo entonces es apto para portar armas en la batalla más grande. No hay sustituto para el coraje y la victoria es para el corazón alto. No tendrá nada que ver con el ascetismo ni con los excesos de debilidad. La expresión de uno mismo será su palabra clave, una expresión de sí mismo templada y fuerte. Primero debe saber gobernarse a sí mismo. Sólo entonces puede hacer frente a las presiones económicas que emplean las instituciones y corporaciones o las presiones políticas empleadas por los demagogos.

Entonces puede encontrarse en una situación difícil. Si se llama a sí mismo liberal, descubre que está supustamente comprometido con una política de acomodación del Gobierno Ruso. Si se opone a una política pro-soviética, es bienvenido al campo de la Iglesia Católica y a la Asociación de Fabricantes. Si evita ambos campos, es condenado por falta de principio. Si apoya los derechos del trabajador o grupos minoritarios y raciales, es un Rojo. Si al mismo tiempo cree en el Gobierno Constitucional y en los derechos individuales, también es un fascista.

Muchos liberales están familiarizados con esta situación, pero pocos parecen haber deducido la conclusión. La dificultad reside en la confusión de los derechos del individuo en relación con las responsabilidades del Estado. Es un triste comentario sobre nuestra mentalidad que el reformador social se suscribe a la regimentación total mientras que el presunto individualista hace propaganda por irresponsabilidad total. Los derechos del individuo pueden ser claramente definidos. Sus responsabilidades frente a las responsabilidades del Estado pueden ser claramente definidas. Los derechos del individuo terminan donde comienza el próximo hombre. Es la función del Estado garantizar la igualdad de derechos para todos. Pero, en ausencia de una devoción social a los verdaderos principios del liberalismo, los positivistas han usurpado su nombre e incluso sus frases para hacer propaganda por sus diversos totalitarismos. Este proceso ha sido ayudado por esa facción de pseudo-liberalismo que cree que toda opinión contraria a la suya propia debe ser suprimida.

Parecería que todas estas organizaciones están dedicadas a un propósito común, la supresión de la libertad. Su sinceridad no es excusa. La historia es un sangriento testamento de que la sinceridad puede lograr atrocidades que el cinismo difícilmente podría concebir. Cada uno de estos grupos está dedicado en una lucha frenética por vender, traicionar o destruir la libertad, la cual era su derecho de nacimiento y sólo ha asegurado su existencia presente.

La libertad es una espada de doble filo. Quien cree que la absoluta rectitud de su creencia es una autoridad para suprimir los derechos y las opiniones de sus semejantes no puede ser liberal. El liberalismo no puede existir donde viola sus propios principios. No puede existir donde el traficante de la emergencia o el vendedor de la utopía puede obtener una suspensión de derechos, ya sea temporal o permanente. La libertad no puede ser suprimida para defender el liberalismo.

Si queremos lograr una democracia, los derechos de los individuos y las responsabilidades de los Estados deben ser abiertamente definidos y ardientemente defendidos. Es inconcebible que los hombres que lucharon y murieron en una guerra contra el totalitarismo no supieran por qué lucharon. Parece una broma fantástica que las instituciones que creyeron y defendieron se convirtieron, como una pesadilla, en tiranías domésticas. Una generación descendió en sangre y agonía para hacer el mundo "seguro", pero el mal que hace al mundo "inseguro" sigue aún invicto, conspirando nuevos sacrificios de miseria y sangre. La culpa no descansa enteramente en los belicistas, plutócratas y demagogos. Si un pueblo permite la explotación y regimentación en cualquier nombre, merecen su esclavitud. Un tirano no hace su tiranía. Es posible gracias a su pueblo y no de otra manera.

Gran parte de nuestro pensamiento moderno se caracteriza por pretensiones y evasivas, por apelaciones a las autoridades finales que son no liberales, supersticiosas y reaccionarias. A menudo no somos conscientes de estos procesos de pensamiento. Aceptamos ideas, autoridades, frases y condiciones sin preocuparnos de pensar o investigar y, sin embargo, estas cosas pueden ocultar trampas terribles. Los aceptamos como correctas porque tienen un acuerdo superficial con las cosas en las que creemos. Damos la bienvenida al hombre que es para el liberalismo, contra el comunismo, sin preocuparse de preguntar qué es lo que está a favor o en contra. En nuestra ceguera nos dejamos abiertos a la explotación, la regimentación y la guerra.

Los desarrollos tumultuosos de la ciencia y la sociedad exigen una nueva claridad de pensamiento, un reexamen y una refundición de los principios. No basta con que un principio sea sagrado porque está gastado en el tiempo. Debe ser examinado, probado y testeado al crisol de nuestras necesidades actuales.

En nuestra ley, en nuestras relaciones sociales e internacionales, somos culpables de una miríada de barbaridades y supersticiones. Estas injusticias continúan y proliferan porque nos hemos acostumbrado a ellas. Hemos perdido nuestra libertad a través de la tolerancia y la inercia.

El principio que hemos desarrollado aquí es simple: la libertad del individuo es la fundación de la civilización. Ninguna verdadera civilización es posible sin esta libertad y ningún Estado, nacional o internacional, es estable en su ausencia. La relación adecuada entre la libertad individual, por una parte, y la responsabilidad social, por otra, es el equilibrio que asegurará una sociedad estable. El único otro camino hacia el equilibrio social exige la aniquilación total de la individualidad. No hay más evasión del inmemorial ultimátum de la naturaleza: cambiar o perecer, pero la elección del cambio es nuestra.

Siguiente capítulo

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Buenísimo! mientras sigamos en lo dogmático no cambiará nada.
A la espera de la próxima entrega.
Saludos!