el rabino que dejó callado a un inspector

in spanish •  6 days ago 

En un tranquilo día en París, la Gran Sinagoga estaba en pleno funcionamiento: oraciones, velas encendidas, y una calma solemne llenaban el lugar. Sin embargo, todo cambió con la llegada de un joven inspector de la oficina de impuestos, un hombre conocido por su celo extremo y su actitud arrogante. Decidido a demostrar su autoridad, llegó con un bloc de notas y una lista interminable de preguntas.

— ¡Buenos días! Soy el inspector François de la oficina de impuestos, y estoy aquí para realizar una inspección exhaustiva —anunció con tono severo, entrando casi sin mirar a nadie.

El rabino principal, un hombre mayor con una paciencia infinita y una sonrisa perpetua, lo recibió con calma: — Bienvenido, joven. Pase, siéntase como en casa.

François, ignorando la cortesía, comenzó su interrogatorio en un tono cortante: — Empecemos con algo simple. ¿Qué hacen con el aceite sobrante de las lámparas y las velas que usan aquí?

El rabino, sin perder la compostura, respondió con tranquilidad: — Ah, muy fácil. Lo recolectamos todo durante el año y lo enviamos a nuestro proveedor. A cambio, él nos manda un paquete nuevo de velas.

El inspector frunció el ceño, anotó algo en su bloc y siguió: — ¿Y el pan sobrante? ¿Qué hacen con todas las baguettes que no consumen?

— Pues lo mismo. Las recolectamos y las enviamos al panadero. Él nos devuelve un lote fresco de baguettes.

François empezó a torcer la boca en un gesto de desdén, convencido de que algo no cuadraba. Con un tono aún más sarcástico, lanzó su siguiente pregunta, buscando poner al rabino en aprietos: — Y dígame, rabino... ¿qué hacen con los restos de las circuncisiones? Ya sabe, los pedazos de piel que les sobran.

Por un instante, el aire pareció quedarse en silencio. Algunos asistentes cercanos que escuchaban contuvieron la respiración, anticipando cómo respondería el rabino a semejante pregunta tan grotesca.

El rabino, sin embargo, mantuvo su calma habitual. Con una sonrisa que ahora contenía un brillo de picardía, respondió: — Ah, también tenemos una solución para eso. Los recolectamos todos durante el año y se los enviamos a la oficina de impuestos y a cambio, nos mandan un capullo una vez al año!

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