Después de todo, llevaban años juntos, y cada año intentaban superar el anterior en cuanto a creatividad para las sorpresas. Esta vez, Sarah tenía un plan: llevar a Tom a un club de comedia. Pensó que no solo sería divertido, sino que también sería una oportunidad para reír juntos y disfrutar de una noche diferente.
Al llegar al club, el ambiente era perfecto: luces tenues, una atmósfera acogedora y el murmullo de risas que llenaba el aire. Justo cuando cruzaban la entrada, el anfitrión del club los saludó con una gran sonrisa y un efusivo:
—¡Tom! ¡Qué gusto verte de nuevo!
Sarah, confundida, se detuvo en seco.
—Espera... ¿ya has estado aquí antes? —preguntó, levantando una ceja.
Tom, intentando mantener la calma, soltó una risa nerviosa.
—Oh, no, no. Debe reconocerme del parque para perros, cariño. Sabes que siempre llevo a Max allí.
Sarah no estaba convencida, pero decidió dejar pasar el comentario... por ahora.
Una vez dentro, tomaron asiento en una mesa cerca del escenario. Apenas se acomodaron, una mesera apareció con una bandeja y colocó frente a Tom un vaso perfectamente servido.
—Aquí tienes, Tom, tu IPA de siempre.
Sarah se cruzó de brazos, fulminándolo con la mirada.
—¿Tu “IPA de siempre”? ¿Cómo sabe ella cuál es tu bebida favorita?
Tom comenzó a sudar.
—¿Recuerdas mi equipo de trivia de los miércoles? Ella también está en el equipo. Hemos ganado juntos algunas rondas, eso es todo.
Aunque su respuesta sonaba razonable, Sarah ya no podía ignorar la sensación de que algo no cuadraba.
El golpe final
El espectáculo comenzó, y el comediante principal subió al escenario, arrancando risas con sus primeras bromas. Sin embargo, al mirar al público, su rostro se iluminó al reconocer a alguien entre la multitud.
—¡Oh, miren! ¡Mi favorito está de regreso! —dijo señalando directamente a Tom—. ¿Listo para soltar tus famosos comentarios esta noche, amigo?
Las risas llenaron la sala, pero Sarah no se rió. Se puso de pie de inmediato, tomó su bolso y, sin decir una palabra, salió del club como un huracán desatado.
Tom, dándose cuenta de que la situación se le escapaba de las manos, la siguió a toda prisa. Apenas logró meterse en el taxi con ella antes de que la puerta se cerrara de golpe.
—¡Sarah, por favor! No es lo que parece —suplicó mientras el taxi arrancaba.
Sarah, furiosa, lo miró con una mezcla de incredulidad y enojo.
—¡No es lo que parece! ¿Cuántas veces has venido aquí a escondidas? ¿Por qué parece que todos aquí te conocen mejor que yo? ¿Y qué demonios son esos “comentarios famosos” que haces?
Tom tartamudeaba, buscando una respuesta que pudiera calmarla, pero antes de que pudiera inventar algo, el taxista, que había estado escuchando en silencio, intervino con una sonrisa burlona:
—Vaya, Tom. Parece que esta vez el chiste fue para ti.